Homosociabilidad

Bastian Hell
Una Cervecita
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5 min readOct 21, 2022

Al menos tres veces quedamos en “una cervecita” con varios de los varones con los que se están gestando posibles amistades en términos de homosociabilidad, que tal como la define Eve Kosofky Sedwick (1985), es la preferencia a crear espacios exclusivos de vínculo entre varones. Y sí, la primera vez que escuché la palabra “homosocial” me produjo una sensación entre rechazo y curiosidad. Probablemente rastros de haber sido socializado en los 80s cuando el insulto más popular para afirmar la masculinidad “potente” que aplasta a sus interlocutores era “…y vos sos Freddie Mercury…”, aludiendo a que eras “puto” y que probablemente tenías SIDA. ¿Cuáles serían hoy las referencias públicas actuales entre niños varones que aún mantienen estas prácticas y qué diferencias existen con las de hace 40 años?

“¿Hacemos una cervecita?”, “¿vamos por una birra?”, “¿sale birra?”, y tantas otras expresiones que desconozco por mi propia condición de “birrafóbico”, son espacios que si bien hoy pueden ser para cualquier expresión e identidad de género, creo que aún tienen una carga de significado original que viene de aquellos espacios de sociabilidad exclusivo entre varones. Quizás haya seguido el mismo curso que la historia del cigarrillo en las sociedades hegemónicas. Con el mate es diferente. El mate de por sí tiene una naturaleza de encuentros que invita a la mezcla de géneros, o por lo menos no la restringe. Pero la cerveza, y especialmente cuando es invocada por dos o más varones, incluso cuando más que una pregunta es una afirmación, cobra su mayor potencia que promete un gradiente de posibilidades en el encuentro entre varones.

No es que no me guste la cerveza, simplemente no la prefiero y si tomo, lo hago con moderación porque no me gusta ni el sabor ni el “pedo” que te deja. Tampoco mi hígado graso lo toleraría como a los veintis. Cuestión de gustos dirían, pero no es tán así, porque la decisión de ir o no por una cervecita puede ser fundamental a la hora de generar vínculos significativos, en este caso con otros varones heterocis.

Desde “lobbys” políticos, estrategias de negocios y espacios de vulnerabilidad entre varones, la cervecita es mucho más que tomar una cervecita, es un ritual que produce y reproduce las relaciones entre varones y también hacia los otros géneros.

En estas tres veces por ahora no logré concretar ningún encuentro de cervecita y me preguntaba -con ese bendito “don” de preguntarme cosas todo el tiempo- por qué todavía no se estaba materializando.

Ser varón heterocis, criado a lo porteño, argentino, judío y migrado al interior del Uruguay hace corto tiempo, trae consigo varios desafíos superpuestos. El primero tiene que ver con las heridas vinculares con las que mis relaciones con otros varones heterocis he transitado en los últimos años, especialmente previo, durante y después del nacimiento de mi hija. Volver a establecer vínculos de amistad con pares de género no me ha sido fácil por los miedos a volver a encontrar “más de lo mismo” y me ha llevado a replegarme hacia adentro con la mínima expresión que pudiera evocar vínculos anteriores. Eso no quiere decir que todo el pasado esté mal, sino que mis actuales elecciones de vida, y de cómo voy descubriendo y creando el tipo de relaciones que quiero tener, ya no “componen” con la persona que creía ser en ese entonces. Con todas las vergüenzas, todas las dichas y todas las contradicciones que eso trae y seguirá trayendo.

Por otro lado, la cultura homosocial uruguaya, si es que existe tal cosa que pueda englobarla, la estoy descubriendo al paso y eso también me genera dudas y miedos que a veces me hacen no continuar en la profundización mediada por la cervecita. Ojo que me encanta al rito del compartir entre pares; y entre pocas personas mucho más que reuniones masivas. El tema va por otro lado. Es una cuestión de cómo regular mi propia energía anímica en los vínculos y relaciones con el mundo que nos rodea. A mí me cansa mucho hablar con personas. Me puedo pasar horas, sí, pero como mencionan muchos manuales, ciencias y pseudociencias, suelo estar más del lado de lxs introvertidxs que del palo de la extroversión. Y esta sería la explicación (o el auto-convencimiento y justificación) del por qué después de pasar un tiempo conversando y compartiendo, necesito estar a solas, si es posible en contacto con la naturaleza y volver al cuerpo. En estas épocas de neurodiversidades e inclusiones, podemos aprovechar para celebrar y hacer visibles a quienes disfrutamos tanto como nos agota relacionarnos con otras personas fuera de nuestro núcleo vincular más próximo.

También me sorprendió escuchar de otros varones que se les empieza a aflojar la lengua (o más bien el corazón), y cuentan que vienen de experiencias de amistad que han dejado atrás y que les cuesta volver a establecer vínculos con la misma relevancia.

Otro aspecto en esta complejidad vincular es la condición de padres que tenemos, en comparación con cómo era mi vida antes de serlo. Por supuesto que no se queda sólo ahí porque mi camino a ser padre y a construir esa identidad como parte de un “contexto biográfico determinado” también está relacionado a quién elegí como compañera para vivir la aventura de la mapaternidad.

Lo que creo que nos pasa a algunos es que además de los desafíos vinculares también, por ejemplo, en mi caso, estamos tratando al mismo tiempo de recuperar o más bien reinventar nuestras relaciones con el mundo, ahora como padres y sin descuidar el proceso de despatriarcalización que algunos elegimos vivir en nuestras relaciones con otros géneros, empezando por nuestras compañeras y madres de nuestres hijes. En mi caso, siento tanto la culpa de la posibilidad de establecer nuevos vínculos fuera de casa como el miedo al hacerlo mal. Y mientras escribo y releo las líneas anteriores, creo que el problema está en polarizar tanto el tema. Quizás no tendría culpa ni miedo a equivocarme si simplemente confiara en mis propias capacidades y le sumara el hecho de que no estoy sólo. El acompañamiento de mi familia para construir vínculos con otros varones-padres-compañeros no es algo que está por fuera, como tampoco abrirme a un diálogo desde los sentimientos y sabiendo que he elegido conscientemente ser parte de las tareas de cuidado y de poner la crianza de nuestra hija en el centro, no sólo porque es algo que les debemos históricamente a las madres y principalmente mujeres, sino que además lo hacemos porque creemos y queremos que los vínculos del mañana sean distintos de cómo aquellos del pasado nos hicieron a nosotros.

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Bastian Hell
Una Cervecita

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