Contra la cultura de la disrupción

Alberto Nazario
Uncommon Design Strategy
4 min readSep 13, 2017

La cultura de la disrupción nos es tan familiar que puede ambientar una comedia de Hollywood con Anne Hathaway y Robert de Niro como protagonistas.

En The Intern, Jules Ostin (Anne Hathaway), la CEO de una empresa de moda por internet, lleva al extremo muchos rasgos de un líder prototipo de hoy. Una mujer multitasking que se mueve en bicicleta dentro de su propia oficina para llegar a otra sala, que se sienta a atender llamadas en el área de servicio al cliente — porque nunca se aprende tanto como escuchando a tus clientes — , alguien que tiene que lidiar con los inversores de la empresa mientras que su esposo, un “stay-at-home dad” sale con otra mujer.

Entre otros clichés modernos, los empleados tocan una campana cada que alcanzan cierto número de seguidores en Instagram, las oficinas están en un edificio que perteneció a una compañía de directorios telefónicos (una metáfora más sobre la “disrupción y el cambio”) y por si fuera poco, hay una masajista para todos los empleados.

Lo que me dejó pensando esta película, más allá del guión que logra convertir a Robert De Niro en un oso de peluche, es que el estilo de vida caricaturizado en The Intern no está lejos de las aspiraciones que tienen hoy muchas organizaciones, consultoras y start ups; el problema es que dichas aspiraciones no van más allá de la superficialidad del discurso y las imágenes.

Por eso me parece pertinente utilizar la palabra disrupción, que en algún momento fue un término específico utilizado por Clayton Christensen en el libro The Innovator’s Dilemma para definir el fenómeno en el que una compañía pequeña y con menos recursos es capaz de retar, e incluso hacer desaparecer, a compañías bien establecidas, echando mano sobre todo de la tecnología. El término “innovación disruptiva” después fue víctima de su propio éxito y hoy es utilizado en cualquier situación para aumentar las expectativas de una idea, ya sea de producto, negocio o campaña de marketing.

Cuando hablo de la cultura de la disrupción me refiero al conjunto de rituales, de jerga y actitudes, me refiero a tantos textos sobre disrupción, a los frameworks de disrupción, a los programas de estudios en disrupción y a las organizaciones buscando ideas disruptivas. Y no es que piense que no funcionen, sólo me parece que hoy se abusa del término, hoy la disrupción es el nuevo normal y cuando todo es disruptivo, nada lo es.

Desde hace algunos años circulan varios llamados a dejar de usar esa palabra, se dice que está vacía y que es arrogante, yo pienso en tres consecuencias de fomentar dicha cultura.

Nos limita la visión: si hoy la innovación sólo significa hacer plataformas digitales que rompan con lo preestablecido, estamos dejando de explorar otro tipo de soluciones, más sencillas, análogas o simplemente de otra naturaleza, que tienen el potencial de solucionar los mismos problemas complejos.

Marca expectativas muy altas: si la meta siempre es desarrollar ideas de negocio que estén al nivel de empresas como Uber o Airbnb, los casos de fracaso y decepción entre los “emprendedores seriales” seguramente aumentarán. Gracias a las imágenes e historias que nos rodean pareciera que fundar una compañía “unicornio” es cosa fácil.

Reduce la credibilidad: convertir la innovación disruptiva en un buzzword que aplica para todo, ha hecho que el concepto y todo lo positivo que tiene detrás pierda el significado. En un mundo de la disrupción pareciera que nadie tiene nada nuevo que ofrecer.

Bret Easton Ellis, autor de la novela American Psycho, declaró hace poco que si tuviera que volver a escribir su libro, Patrick Bateman el banquero y asesino serial, trabajaría en Sillicon Valley y se rodearía de personas como Mark Zuckerberg. La novela que retrató la ambición económica de EEUU en los años 80’s hoy estaría ambientada en un mundo parecido al de Jules Ostin en The Intern, probablemente el protagonista también andaría en bicicleta dentro de la oficina, lideraría una start up y, según esta gran reseña, escucharía a The Chainsmokers en su Tesla.

Así yo cuando escucho a The Chainsmokers

No todas las ideas tienen que destruir a las anteriores para ser buenas, la disrupción no es positiva en sí misma. Y por otro lado, hay que orientar la conversación hacia las cosas que realmente importan, hablar más sobre problemas descubiertos y menos sobre ideas millonarias, más sobre soluciones que respondan a necesidades reales y menos sobre el estilo de vida que nos vende una comedia de Hollywood.

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