Infancia y Reconocimiento
Infancia
1
Un niño solo, cabizbajo.
El disco gira. Los cisnes bajan en vuelo rasante.
Un niño que trata inútilmente de darse un nombre.
Él ama a todos. Él no sabe de límites ni hechizos.
Quiere una espada y un caballo negro, pero desconoce
a quien le espera en la torre que custodia el dragón.
Se ve en un tiempo que no existe.
Se intuye en una guerra cuerpo a cuerpo.
El agua del mar lo reclama con un chasquido de lujuria.
La música lo enreda en una sábana de niebla, lo diluye.
Un niño serio, con los ojos amarillos como los de los búhos.
Él no sabe dónde está su tribu. Él no sabe.
Extiende los dedos y su mano es una araña, una estrella,
un pequeño animal pálido que busca a qué asirse.
Se toca las clavículas con la punta de los índices fríos;
se muerde intentando inútilmente probar el sabor
de su propia sangre. Se impacienta.
Quiere apedrear el nido de secretas apetencias
que la melodía revela a medias.
Un niño absorto, sentado en el regazo de la muerte.
Él quiere que todos sean sus amantes, sus presas
en la cacería que se anuncia.
La música hace un giro, empieza a replegarse
traza una espiral en el long-playing negro, expira.
2
Tenía un ángel guardián que parecía un cantante de rock.
El pelo largo, enredado, ensortijado.
La boca a dos milímetros del micrófono, sonriente,
ambigua como la del San Juan de Da Vinci, curvada
y muy roja, sangrienta casi. La cintura,
sobre el torso de tetillas puntiagudas, ondulando.
Las nalgas apretadas. Los muslos a punto de quemarse.
Un ángel desnudo debajo de su sobretodo gris.
Un ángel con ojeras delatoras.
Con un tizne sospechoso en los párpados.
Con lentes oscuros para despistar a Dios.
Todas las noches me arrullaba, me dormía con historias
de orgías celestes que duraban mil años.
Cosía mis disfraces de nerd, de estudiante estudioso.
Aconsejaba qué máscaras usar, qué tonos de voz
emitir en los momentos oportunos, qué camuflajes
de camaleón ceñirme al pellejo.
Reconocimiento
Estoy desenterrando mi rostro,
que es todos los rostros de mi tribu.
Trabajosamente los extraigo de la oscuridad,
los cuelgo de las estacas de afrenta que plantaron
sobre cada una de sus tumbas, mi tumba.
En el ojo derecho desamparo, una risa estridente
bajo el párpado izquierdo, un tic, la boca torcida,
pintada a veces, un poco rota, des-besada.
Sellos de infamia en las mejillas, triángulos imposibles,
vestiduras rasgadas. La lengua árida.
Un dogal de negación: Serás, serás, serás
como tienes que ser. Serás como no puedes ser,
como te obligan a ser a punta de miedo.
Mi tribu fantasma escondida en ropas ajenas.
Mi propia tribu esparcida por el mundo. Multicolor.
Con las alas fracturadas. Nocturnos sin remedio.
Enloquecidos. Vendiendo el último peldaño
de la escala de Jacob. Caras crispadas.
Antifaces de nunca-jamás. Mi rostro.
La faz vulnerada de lo que somos.
La masticada gloria de lo que somos.
Estoy reconstruyendo con un puño apretado
en el bolsillo. Reconstruyendo mi tribu,
mi rostro por primera vez sin máscara.