El aire es libre

Manuel Alvarez
UOiEA!
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7 min readAug 27, 2020

Q ué estoy haciendo acá? Digo con esto: ¿qué es esto que escribo? Esto que empiezo ahora después de terminar Poeta chileno, la novela de Zambra, novela que terminé, en realidad, hace media hora, a la una y cuarenta y dos de la madrugada para ser exactos, en el sillón de mi departamento, en esta cuarentena asfixiante.

Mis amigos, mis conocidos, me mandan memes que dicen que Shakespeare en cuarentena escribió Hamlet, escribió Rey Lear, algunos me dicen que escribió obras que no escribió. De hecho, no estoy seguro de que haya escrito esas obras en cuarentena. Pero ese no es el punto. El punto es: ¿quién quiere ser Shakespeare? Es decir, me gustaría ser Shakespeare, pero si hay algo que me reconozco es que soy bastante consciente de mis limitaciones. Jamás voy a ser Shakespeare. El punto es otro. El punto es que no hay punto de comparación. Me río y contesto “qué grande Shakespeare”. A lo que me responden “tenés que aprovechar para escribir una novela”. ¿Qué voy a aprovechar?

Perdón, Zambra. Con este libro me di cuenta de algo, no solo me gusta leer a Zambra, me gusta hablar de Zambra, de lo que me provoca su lectura. Me corrijo: necesito hablar de Zambra, supongo que es algo que pasa con los escritores que nos mueven la estantería. Algo que, ahora que pienso, pasa con este libro en particular que, literalmente, mueve cualquier estantería.

Poeta chileno es su retorno a la novela desde Facsímil, si mal no recuerdo. En estos días que lo leía volví a hojear No leer, uno de sus libros de ensayos, en el que me acordaba estaban dos ensayitos titulados Contra los poetas I y II. El primero, un manifiesto satírico, un poco en broma y un poco en serio, contra los poetas, en la línea del famoso ensayo de Gombrowicz; y el segundo, un texto satírico, un poco en broma y un poco en serio, sobre la repercusión tardía (y furiosa) a ese primer ensayo que fue malentendido por algunos poetas de su generación, que lo acusaban de renegar de su pasado. En ese segundo texto el Zambra narrador decía que, tal vez, ese primer ensayo era un ajuste de cuentas, pero ante el espejo, porque claro, él también fue –siempre lo será– un poeta chileno.

¿Por qué digo esto? Porque creo que en Poeta chileno hay también, si se quiere, un ajuste de cuentas, un asunto que sigue pendiente, como los duelistas de Conrad, entre el Zambra narrador y el Zambra poeta. Solo que acá es a la inversa, ya que la voz la tienen los poetas, hasta los que desprecian las novelas; pensándolo bien, el libro podría incluso llamarse «Contra los narradores». Pero no, miento, acá no hay duelo, Zambra lo resuelve, como sabe, metabolizando el poeta en el narrador. Y tampoco hay sátira, sino más bien admiración por la poesía, porque Poeta chileno es, sobre todo, un alegato a favor de la poesía a partir de su archienemiga, la novela; a través de una prosa que trasluce poesía. Como diría el propio Zambra: «Las buenas novelas siempre están más cerca de la poesía que los malos poemas».

No quiero contar la trama, quiero que lo lean. Sí puedo decir que Zambra vuelve en la novela a algunos de sus temas predilectos: los lazos familiares, la disfuncionalidad, los vaivenes del amor, la figura del padrastro, el aspirante a escritor, las apariencias, eso que todavía no es del todo, y el amor por la literatura; temas que aparecían en sus novelas cortas, como Bonsái o La vida privada de los árboles, solo que acá, a diferencia de esas novelitas, Zambra se extiende, se alarga, todo está en constante movimiento, y agrega, a su vez, el gran tema de fondo: la poesía.

Estaba pensando esto. Podemos decir que Inglaterra tiene su música, Brasil su fútbol, ¿y Chile? Su poesía, claro. En el país vecino, angosto y alargado, florecen poetas, a cada momento nace uno, piensen, Chile es el país de: Neruda, Parra, Mistral, De Rohka, Huidobro, Teillier, Zurita, Lihn, Martínez, Urriola, Carrasco, y esto solo por nombrar un once caprichoso. Zambra, entonces, que conoce la poesía desde adentro, le escribe desde afuera, para el lado, su declaración de amor.

Lo nombré a Parra y ahora siento que tengo que poner un poema de él acá. Antes de eso voy a nombrar a alguien que no nombré porque no se destaca, justamente, por su poesía. Sí, hablo de Bolaño, el narrador total. Mirá lo que decía Bolaño de Parra: «El que sea valiente que siga a Parra. Sólo los jóvenes son valientes, sólo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los puros. Pero Parra no escribe una poesía juvenil. Parra no escribe sobre la pureza. Sobre el dolor y la soledad sí que escribe; sobre los desafíos inútiles y necesarios; sobre las palabras condenadas a disgregarse así como también la tribu está condenada a disgregarse. Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado». Lo que se dice una radiografía de cuerpo entero.

Parra es un tipo que se paró en la vereda de enfrente de Neruda, de Huidobro, que con su antipoesía generó una revolución al canon impuesto en la época, Parra es el poeta revolucionario. Su poesía tiene humor e ironía, sí, pero también está impregnada de humanidad, una humanidad sucia, condenada, sentida. Parra no le esquiva a eso. Ahí están sus obsesiones recurrentes: la soledad, las relaciones, el tiempo, la vejez. En eso pone el foco el primer antipoeta, que fue un visionario de su tiempo, un adelantado. Tanto que ya tenía escrito su Epitafio en Poemas & antipoemas hace más de sesenta años para que lo recordemos hoy, acá. Sí, este es el poema:

De estatura mediana,
Con una voz ni delgada ni gruesa,
Hijo mayor de un profesor primario
Y de una modista de trastienda;
Flaco de nacimiento
Aunque devoto de la buena mesa;
De mejillas escuálidas
Y de más bien abundantes orejas;
Con un rostro cuadrado
En que los ojos se abren apenas
Y una nariz de boxeador mulato
Baja a la boca de ídolo azteca
–Todo esto bañado
Por una luz entre irónica y pérfida–
Ni muy listo ni tonto de remate
Fui lo que fui: una mezcla
De vinagre y de aceite de comer
¡Un embutido de ángel y bestia!

Leo a Parra (el poema lo acabo de transcribir del volumen de El último que apague la luz, que, sí, también me mueve la estantería) y me dan ganas de gritar: Chi-chi-chi le-le-le. ¿Qué más se puede decir?

Creo que no me voy a dormir más, esto lo sé, me doy cuenta. Pero qué me importa. ¡Si estamos hablando de Parra! ¡Si estamos hablando de Zambra!

Y ahora me acuerdo que Parra tradujo al Rey Lear de Shakespeare, y pienso: ¿no es acaso el chileno centenario nuestro Shakespeare? A veces cuando deliro el delirio, lo siento, está lleno de verdad.

Vuelvo a Zambra, pero al Zambra del medio: al ensayista, al que aborda el ensayo desde el lugar del lector, no del académico. Porque Zambra es, pienso, junto con Fabián Casas, uno de los autores que me llevaron a escribir esto. Zambra, que en Poeta chileno cita a Casas, poeta argentino, como epígrafe. Casas dice, Zambra cita: «Una técnica que sirve para escribir debe servir también para vivir».

Eso intento, Fabián; de hecho, esa es la respuesta a mi pregunta del principio. Eso estoy intentando hacer acá. Intento mirar de costado, buscar el costado, no mirar fijo, mirar al sesgo, como dice Zizek, como te gusta repetir.

Pienso que eso te lo debo a vos, a tus Ensayos bonsái, a tu Supremacía Tolstoi, a todo lo que trajiste de nuevo a casa. Que quede escrito acá, que conste en actas. Alguna vez dijiste que cuando eras un pibe Saer te dijo: “¿para qué robar un quiosco si podés robar un banco?”. Bueno, en eso estamos.

Vuelvo a Zambra. A principio de este año apocalíptico también leí Tema libre, su último libro de ensayos (ya sé que hay crónica, conferencias, etc., pero llamemoslo así). Cedo, digamos que es un libro inclasificable ¿Por qué inclasificable? Para empezar, por la tensión entre las partes que lo componen, partes que parecen querer despegarse pero no se pueden pensar separadas. Este es un libro que no busca la hibridez, la necesita.

Y para lograr esa tensión se requiere una mano que sepa unir, sincretizar, sin que se note la costura. Algo que Zambra maneja a la perfección, cada texto parece seguir su camino, su propia dirección, aunque esa dirección sea la opuesta en otro texto y eso deje al descubierto una contradicción (como esos dos cuentos que en uno de los textos declara impublicables y aparecen publicados en el libro). Porque de eso se trata la creación literaria, la libertad creativa, de contradecirse, de dejarse llevar por el lenguaje. Y Zambra, como Whitman, contiene multitudes.

En Tema libre, con esa voz inconfundible que con un tono poético mezcla humor y melancolía en su justa medida, el chileno habla, como pasa en Poeta chileno, de otros temas predilectos: del desarraigo, de la extranjería, de la paternidad o la educación, pero sobre todo, habla de la creación, del proceso creativo, que se encuentra en todas sus actividades. «Lo que ahora espero, como lector, es justo lo que buscaba a los nueve años: no aburrirme», dice en uno de sus textos. Y aunque no lo diga, da la sensación de que con la escritura busca lo mismo. O eso es lo que busco yo, para qué mentir.

Terminemos con esto. De pibe solía volver loco a mi hermano Mateo con una frase que suelen repetir los chicos cuando quieren molestar: el aire es libre. Entonces iba y le pasaba la mano por la cara, la agitaba, todo sin tocarlo. Pero no me daba cuenta entonces de la potencia de esa frase tan simple, tan certera. Y la potencia de esa sentencia infantil radica, justamente, en su veracidad: el aire es libre, nadie se lo puede apropiar.

Leyendo a Parra, leyendo a Zambra, leyendo a Casas, uno descubre que con el lenguaje sucede lo mismo, es libre, inabarcable, nadie se lo puede apropiar.

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