El ermitaño y el apocalipsis natural

Nacho Andréw
UOiEA!
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3 min readOct 21, 2021

Mi viejo tiene un amigo que se llama Martín. Fueron compañeros en la Escuela de Náutica Manuel Belgrano. Ahora son grandes amigos, pero en su momento no llegaron a trabar un vínculo cercano. Papá recuerda que Martín hablaba poco y solía andar por los pasillos de la Escuela con un cuaderno bajo el brazo. Cuando tenía un rato libre se ponía a escribir. Escribía sin pensarse a sí mismo como escritor. Bajaba ideas y reflexiones con la birome de forma automática. Una necesidad del cuerpo que no podía ignorar.

Con el tiempo, mi viejo y Martín se reencontraron en un asado que reunió a toda la promoción ’84 de la Escuela en una quinta. Les tocó sentarse juntos, y mi padre al principio no reconoció al tipo barbudo y de anteojos que estaba a su lado. El tipo le sonrió, le dijo su nombre. Empezaron a conversar, y a pesar del griterío de anécdotas contadas en voz alta por los demás compañeros, llegaron a mantener una charla larga y tendida.

A partir de ahí empezaron a verse seguido. Martín vive en las afueras de La Plata, en un terreno grande con mucha vegetación, una casa y un galpón en el que guarda reliquias mecánicas y antigüedades. Un auténtico ermitaño. Mi viejo cocina pastel de papas y viaja dos horas en auto hasta la morada de su amigo. Cenan, hablan horas. Se quedan hasta tarde filosofando: los hijos, los amores, los recuerdos. Juntos logran formar esa cápsula que, por un momento, te escinde del tiempo.

Un día me llega un mensaje de mi viejo — “Ayer Martín me mandó este texto por Whatsapp. No tiene desperdicio”

“La reflexión fumada de la noche

Estoy harto de los ecologistas, los de Greenpeace, los custodios de la tierra. Hipócritas: no cuidan la tierra. Lo que les interesa es que su descendencia siga viva dentro de los próximos trescientos años. Eso es todo.

Déjense de joder con cuidar el planeta. Es una prueba que no nos va a salir. No somos eso. Somos codiciosos, angurrientos, egoístas y ególatras. No nos va a salir ser otra cosa. Hay que admitirlo y dejarse de joder: la humanidad va a desaparecer.

A mí, la verdad, me parece una certeza preciosa. Somos finitos como individuos y también como especie. Todo pasa, y los seres humanos, tal como los dinosaurios, también.

Los que se desgarran las vestiduras clamando por la salud del planeta deberían admitir esto y dejar de molestar. En un par de trillones de años el planeta ya se habrá olvidado de los seres humanos y lucirá feliz con nuevas especies de pájaros. Y ya se habrá ido la contaminación de Chernobyl. Y cada tanto se incendiarán otra vez los bosques y habrá más terremotos y no pasará nada. Es lo normal.

Me imagino enormes ciudades baldías, invadidas por la selva, surcadas por nuevas y rozagantes especies… y me pone muy feliz.”

Es probable que los efectos canábicos hayan llevado la reflexión de Martín hacia un lugar apocalíptico. Personalmente no dudo que Greenpeace y los ecologistas trabajen desde un lugar comprometido. Sin embargo, me cautiva la imagen del planeta tierra siendo habitado únicamente por plantas, naturaleza y selvas.

Si alguna vez se produce una purificación de la raza, dudo que el resultado sea la creación de una estirpe de superhumanos. La limpieza de la escoria que habita el mundo dejará en pie todo lo que Martín describe en el final de su texto.

Los que saben sobre evolución dicen que lo que diferencia a los humanos de las otras especies es el don de la razón. Esta cualidad nos permitió evolucionar a lo largo del tiempo y nos hace sentir más importantes que las amebas, las bacterias, los hongos, las plantas.

La sensación de superioridad ya la tenemos incorporada y se transformará en la bomba de tiempo que nos va a explotar en la cara.

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