“En la construcción del rock se excluyó a la mujer”

Luciana Reif
UOiEA!
Published in
20 min readFeb 4, 2019
Ph. Vito Rivelli

L a última novela de Mariana Enriquez Este es el mar (Penguin Random House, 2017) aborda de manera fantástica la cultura del rock y el mundo adolescente. En un contexto actual en que el mundo del rock se ve atravesado por distintas violencias machistas y los movimientos feministas levantan la bandera del Ya no nos callamos más, también la figura icónica de las groupies está expuesta. No solo como escritora sino como periodista, desde temprana edad, se vinculó fuertemente a este mundo, con entrevistas a músicos destacados como Charly García, por ejemplo, y su novela trabaja con estas figuras y el poder que tiende a convertir a los músicos en ídolos.

Nos encontramos un miércoles por la mañana en un café antiguo del barrio de Boedo, de esos grandes con mesas espaciosas y usualmente vacíos, ideales para charlar sin ruido de fondo. Enriquez llegó con pocas cosas encima porque vivía cerca. La docente universitaria que dijo que siempre fue una chica oscura, entre historias de fantasmas y las sensaciones físicas que genera el miedo, comienza la entrevista desarmando el género de terror, la violencia y el miedo en lo cotidiano con la devoción de un taxidermista.

¿Cuál crees que es el lugar del género de terror dentro de la literatura?

Para mí el género de terror es muy importante, lo que pasa es que se terminó marginalizando por un montón de cuestiones que exceden muchísimos análisis. Pero pienso que Henry James hace terror, obviamente Stevenson… Toda la tradición de historias de fantasmas inglesas, las ghost stories inglesas, que para mí constituyen un corpus importantísimo; las novelas góticas, como Frankenstein… Y después toda la revolución en Estados Unidos a partir de los cincuenta con Richard Matheson, con algunos cuentos de Bradbury, con Shirley Jackson. Más tarde, en los setenta, con Stephen King, uno de los autores que logra incorporar lo cotidiano al horror, lo psicológico al horror.

“Soy totalmente reacia cuando me invitan a una mesa femenina o cuando se piensa en la literatura de mujeres como una literatura de lo íntimo. Es totalmente machista. La mujer hablando sobre lo pequeño y las pequeñas emociones, la intimidad y el cuerpo. Ese es el lugar donde históricamente estuvieron las mujeres. Es lo mismo que decir que la mujer es buena limpiando la cocina, sólo que trasladado a la literatura”.

¿Y en Argentina crees que tiene un peso menor?

Creo que en castellano, en general, sí, cosa que es un problema para escribirlo como género, porque a veces necesitas leer lo que te gusta en tu lengua. Hay cosas muy aisladas, algunos cuentos de Cortázar, de Silvina Ocampo, Informe sobre ciegos de Sábato, alguna cosa de Quiroga, que igual queda muy lejos en el tiempo… Pero sí me parece que en los últimos años hay un montón de escritores que crecieron con otro tipo de influencias, leyendo mucha literatura norteamericana, mirando mucho cine, series. Para mí un escritor no está influenciado solamente por la literatura: es su influencia principal, pero hasta ahí. Samanta Schweblin no escribe siempre terror, pero incorpora elementos muy inquietantes; para mí Distancia de rescate es una novelita de terror. Y el último libro de Luciano Lamberti (La casa de los eucaliptos) es un libro de cuentos de terror, bastante más de género que lo que yo hago; y su novela anterior también tenía elementos muy cercanos a Lovecraft. Me parece que se entiende que es un género. Los más jóvenes lo tienen muy incorporado en sus lecturas y en su literatura. Hace muchísimo tiempo que dejó de ser un entretenimiento y pasó a ser una influencia más crucial, más profunda.

Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) es el último libro de cuentos de Enriquez, que desde el realismo trabaja con elementos como el miedo y el terror. Traducido a 18 idiomas, recibió además el premio Ciutat de Barcelona a mejor obra en lengua castellana.

En Las cosas que perdimos en el fuego, trabajas con el tema del miedo, el terror, la violencia instaurada desde lo cotidiano. ¿Cómo comprendes la violencia social como fenómeno y cómo esa violencia influye en tu escritura?

Creo que es totalmente epidérmica. Está tan cerca y tan enmarcada en lo cotidiano que, si trabajas conscientemente con elementos que tienen que ver con algún acercamiento al realismo — y yo creo que los cuentos tienen incluso una estructura y un tono que está totalmente enmarcado en el realismo — , ahí irrumpe lo que sea: lo sobrenatural, la violencia, lo que elija en ese momento: algún desdoblamiento de la realidad, alguna perturbación de ese tipo; pero para mí la violencia es muy cotidiana. Al mismo tiempo es medio absurdo decir eso teniendo en el mundo tantos lugares donde la violencia es explícitamente mucho más brutal que acá. Acá, todavía, por más que el argentino rezongue, hay un espacio relativamente seguro, pero de todos modos hay un pasado de violencia institucional muy cercano y muy presente. Vos pensá la cuestión de Santiago Maldonado — que desapareció en Chubut — ; cómo rápidamente emerge no sólo esa historia, sino también los discursos de esa historia, los discursos muy violentos de la gente que te dice: «El pibe está perdido por ahí», «Es un hippie sucio», «Está en Nueva York». Es justamente la misma matriz. Y, por otro lado, la gente que insiste en que es un desaparecido por el Estado. Después, cotidianamente, en toda gran ciudad vivís de una manera, no sé si llamarla violenta, pero sí muy dura. La ciudad tiene eso, una cosa de velocidad, brutalidad, diferencia, supervivencia, que es en sí violenta por la manera en que vivís. Pero tampoco creo que lo violento sea necesariamente negativo, creo que hay momentos en que tenés que reaccionar violentamente ante alguna situación o hay situaciones que son violentas y hay que atravesarlas, vivirlas así porque es la naturaleza de la situación.

“David Bowie, que se pasó la mayoría de su carrera travestido, y todo el mundo te habla del teatro, las máscaras y no de la androginia, de la histeria, de otras cuestiones que tienen que ver básicamente con lo femenino. Y jamás hablan de la devoción. Se descarta a las mujeres que crearon a Elvis Presley porque sin las ellas gritando no hubiera existido ese fenómeno”.

Este es un libro de cuentos realistas atravesados por el terror, lo sobrenatural, y Este es el mar es una novela fantástica. ¿Cuál fue la diferencia a la hora de escribir uno y otro libro?

Los cuentos yo los escribí en un período largo de tiempo, no pensados especialmente para un libro, salvo al final, cuando llegué a tener una cantidad de cuentos que tenían un tono, un tipo de protagonista, un tipo de escenario, ciertas tensiones, ciertas situaciones, ciertos manejos de la tensión del relato que eran un poco parecidos. Entonces me dije que eso tenía un aire de familia que determinaba que esto fuera un libro de cuentos. Pero lo que me pasaba, en general, mientras armaba el libro y mientras escribía los cuentos, era que me sentía un poco confinada ahí, encerrada en ese tono, que me gusta y era lo que tenía ganas de hacer en ese momento, pero que no me representa en su totalidad como escritora y tampoco como persona. Había una parte de mí como escritora que escribía al mismo tiempo esa novelita en los ratos libres, como entretenimiento pero con una consciencia literaria, sabiendo hacia dónde iba. Tenía una idea y quería transmitirla, pero con cierta liviandad, como para decir: cuando termine los cuentos me aboco a eso; era como un recreo. Hablar de rock, de jóvenes glamorosas, de cosas melancólicas. Es una tristeza más cercana al romanticismo que a una cuestión más dura; es una novela más lírica, incorpora un poco de mitología, referencias a autores que aún no había usado, como Arthur Machen, o cierta ternura a lo Bradbury, Neil Gaiman… No transcurre en Argentina y me interesaba que fuese así; en ese sentido, era como un escape. Y después, cuando terminé los cuentos, me puse a trabajarla más seriamente. Yo me aburro bastante de mí, de lo que hago, de un tono de escritura, y me gusta cambiar, leer cosas diferentes, escribir cosas diferentes. No creo funcionar como escritora en todos los registros, pero sí creo que tengo un arco de obsesiones determinado y no todas se resuelven en el mismo género. Hay cosas que me obsesionan y que están en Este es el mar: el mundo de la mitología, del rock, cierta idea de lo juvenil como muy peligroso y — que en algunos casos está en los cuentos pero desde un lugar muy demoníaco — . Lo que los personajes hacen tiene un aspecto violento, termina en un asesinato, pero es una especie de epifanía comunitaria, para tener un ídolo. Un registro totalmente diferente del de las chicas de un cuento como «Los años intoxicados», que son chicas deprimidas y desesperadas, dentro de una crisis económica, y que se evaden un poco hacia las cosas sobrenaturales como entretenimiento malsano, porque están en una situación mental absolutamente negativa.

¿En Las cosas que perdimos en el fuego y en Este es el mar, aparece la violencia como fenómeno cotidiano y también hay un hilo conductor respecto a la identidad como algo resquebrajado, cuál vos creés que es el potencial que tienen el género de terror y el fantástico para abordar estos temas?

-Yo creo que a lo mejor son los géneros más adecuados para eso, porque son los géneros que más trabajan con la no necesidad de intentar reproducir, aunque por supuesto el realismo es un intento de reproducción artificial como en todo género, pero el terror y el fantástico pasan por completo por encima de eso. Podés básicamente dentro del verosímil [hacer] la construcción que vos quieras, no estás atada, no hay nada que te ate en ese sentido, podés trabajar con un abanico de referencias muchísimo más amplio. Ahora la cuestión de la identidad lo que noto todo el tiempo es que en Argentina es un tema político. No en todas partes es un tema político. Puede ser un tema político pero de una manera un poco más periférica. En Argentina es un tema centralmente político. Es un tema centralmente político, desde los hijos de desaparecidos hasta la cuestión más cotidiana de referenciarte, nosotros en Argentina no decimos me representa el partido peronista, [decimos] soy peronista, soy antiperonista. Se arma muchísimo desde ahí, y paradójicamente creo que la política todavía es uno de los pocos espacios por lo menos acá, donde se arman cuestiones comunitarias. Es uno de los pocos lugares sobre todo en los últimos años, cuando yo era chica no tanto -en los ’90- pero sí en los últimos años, donde yo puedo ver que hay grupos de jóvenes que encuentran una referencia en la militancia política. Digo jóvenes de clase media burguesa, no estoy hablando de una identificación que tenga que ver más con la radicalización. Como en el caso de Las cosas que perdimos en el fuego, en el cuento lo que las une es algo muy radicalizado, son grupos terroristas casi. Lo que podés ver más cercano es una identificación digamos con determinada política sobre todo de los jóvenes y que arman cosas comunitarias. Y en el mundo me parece es una cosa relativamente anticuada la militancia política juvenil. Pero no desde lo radicalizado, sino desde la militancia política de empezar en un partido, de hacer trabajo en barrios, trabajo de comité, y una cosa que no creo que se verifique tanto en otros lugares tan claramente. A mí lo que pasa con escribir, es que la política en los cuentos me parece lo más relacionado con la literatura argentina. De todo lo que yo puedo elegir de la tradición de la literatura argentina creo que la cuestión política de los cuentos es lo que está más claro en la tradición, y lo que más me sale sin que yo tenga demasiada intencionalidad. Es como si fuera una cosa dada, ¿de qué voy a hablar si no voy a hablar de política? Un cuento sin la política, ¿cómo lo hago? Porque por ejemplo en la novela Este es el mar, yo no veo una referencia política muy obvia, más allá de la cuestión de los cuerpos de las chicas, pero es un poco más tangencial. Pero en los cuentos es súper obvio.

Volviendo a Este es el mar y retomando lo que decías recién sobre tu interés en el mito y en el rock, me interesaba que ahondes en eso.

A mí del mito me fascina la cuestión comunitaria del momento de la devoción, no tanto la devoción solitaria sino el contagio de la devoción colectiva. Me parece que se lleva bien con la adolescencia, donde justamente lo individual está un poco borrado en los grupos de amigas, en los shows. Me di cuenta de que tenía ese tipo de idea en un show de Backstreet Boys, que no es un show de rock, pero tiene que ver con esa cultura del músico y el artista, del artista y los fans, al ver a todas las chicas juntas gritando al mismo tiempo como si fueran un organismo. Y no necesariamente por ellos, sino como un nivel de histeria que creo que tenía que ver con una comunicación de poderío entre ellas, una cosa muy guerrera. Entonces me dije que ahí había algo de la energía femenina que es un rito de paso, como si tuvieran que pasar por este momento de capullo para poder terminar la adolescencia y tener una sexualidad que no tiene que ver con esta entrega hambrienta. En el rock eso no se da tanto. En la construcción del rock se excluyó a la mujer. En los textos sobre el rock, en la revistas de rock se excluye muchísimo el tema de la mujer. Está absolutamente dominado por críticos varones que en un porcentaje alarmante te hablan de la música, los discos, la grabación, los masters… Toda una cuestión técnica, como si estuvieran hablando de una moto, y excluyen totalmente la sensualidad y la sexualidad. No digo que sea el centro total, pero es uno de los centros, una crítica de rock que pasa años sin registrar cómo se conmueve Mick Jagger sobre un escenario, sin registrar a las chicas agarrándose de los pelos cuando Axl Rose se saca la remera, sin registrar que también el artista está haciendo eso y que esa energía sexual se retroalimenta en el sentido de que las mujeres que van a presenciar eso ahora tienen muchísima más representación en el escenario. Hay una mirada que tiene que ver con el desprecio de todo eso, que terminó en cosas horribles, como las groupies. Todas las mujeres de los grandes (vistas) como malas: Courtney Love, Yoko Ono… son todas unas perras. Entonces hay una negación, es como un velo sobre la realidad. Un tipo como David Bowie, que se pasa la mayoría de su carrera travestido, y todo el mundo te habla del teatro, las máscaras y no de la androginia, de la histeria, de otras cuestiones que tienen que ver básicamente con lo femenino. Y jamás hablan de la devoción. Se descarta a las mujeres que crearon a Elvis Presley porque sin las ellas gritando no hubiera existido ese fenómeno. Sin él moviendo las caderas en televisión y que eso sea prohibido y lo corten porque era una incitación a la sexualidad, que hasta ese momento estaba asociada con la sexualidad de los hombres negros solamente: sin eso no tenías a Elvis Presley. Sin las chicas de los Beatles no existe el fenómeno Beatles: tienes una banda buenísima y que por ahí rompía todo, pero ese nivel no lo tienes. Los Rolling Stones sin sus chicas, sus novias glamurosas, medio satánicas… No existe ese mismo cuadro sin ellas; no tenés el mismo cuadro de Nirvana sin Courtney Love: el chico frágil de novio con esta bomba de locura, sensualidad e inteligencia, y mala. Al excluir esa narrativa se le quitó al rock una parte que el pop y las estrellas de pop — y creo que eso forma parte del triunfo del pop — abrazan sin ningún tipo de problema. Ariana Grande está en pelotas, Beyoncé aparece desnuda y embarazada: no hay un tabú con eso. Todo esto es para decirte que en Esto es el mar, de lo que yo tenía ganas de hablar era de eso, de las mujeres como creadoras de eso, como partícipes del fenómeno. Un fenómeno y un mito no se construye sólo desde arriba hacia abajo, y esa energía que los completa y que en alguna medida los hace tiene mucho de femenino. No digo que sean todas mujeres, pero, digamos, ese fenómeno tiene mucho de femenino.

“A Stephen King lo leo como un escritor político. Yo creo que él lo tiene en mucha medida, desde la primera novela, Carrie. Para mí es una novela sobre una masacre escolar, sobre el fanatismo religioso en Estados Unidos, sobre la crisis del sistema educativo, sobre los primeros casos de bullying”.

Con respecto a la cuestión de género y la desigualdad de género dentro de la literatura, me interesaba saber si te parece fructífero y necesario remarcar la categoría de mujer en la literatura, si te parece necesaria esa distinción.

Yo tengo una relación superambivalente con eso. Cuando lo pienso políticamente digo que sí, que todavía hay que reivindicar y rescatar escritoras, porque son realmente buenas y no están en el lugar que merecen, cuando hay otros escritores para mí menos interesantes y en lugares muy representativos. En ese sentido, todavía me parece una operación necesaria. Pero, al mismo tiempo, soy totalmente reacia cuando me invitan a una mesa femenina, o cuando se piensa en la literatura de mujeres como una literatura de lo íntimo. Eso es una cosa que me irrita profundamente. Y creo que tiene que ver con una reacción muy temperamental, de decir: eso es totalmente machista. La mujer hablando sobre lo pequeño y las pequeñas emociones, la intimidad y el cuerpo: ese es el lugar donde históricamente estuvieron las mujeres. Pero, al mismo tiempo, hay otra voz que me dice que falta el relato de eso. Y, además, me parece que en los últimos años hay mucha literatura sobre eso y me irrita esa idea de que la mujer es buena en eso, porque es lo mismo que decir que la mujer es buena limpiando la cocina, sólo que trasladado a la literatura. A mí me gusta Liliana Bodoc, una escritora que se sienta a escribir una épica a lo Juego de tronos, a lo Tolkien, con dragones, con culturas, con guerreros, contando escenas de guerra con bestialidad y con un lenguaje totalmente lírico. Y si le tapás el nombre y le ponés Martin Bodoc te lo compran. Creo que la mujer debe agarrar los géneros inapropiados, los grandes géneros. Creo que hay un montón de discursos totalmente anquilosados sobre lo que es la literatura femenina. Frankenstein no es un relato sobre la intimidad, es un tipo que levanta muertos. Hay otro terreno que se asimila a la escritura femenina, cercano a una literatura muy fragmentada, en la línea de Clarice Lispector. Yo no soy muy fanática, esa otra literatura femenina como voluptuosa, sensual, regodeada en el lenguaje, los fluidos y la animalidad no me gusta políticamente, aunque sí estéticamente; porque es un lugar tradicional de la mujer: la mujer irracional y desbordada en todo sentido, sexualmente peligrosa: Lilith; o la mujer en la intimidad, que cuenta su pequeño mundo. Me parece profundamente machista decir que sólo existen esos dos lugares en la literatura de mujeres.

-¿Vos como escritora encontrás, aunque no sea algo mentado, esa necesidad de que los cuentos tengan un trasfondo político?

-Sí, para mí en lo que yo hago es un poco fundamental, o sea no sabría mucho de qué escribir si no termina de alguna manera teniendo alguna referencia política, o puedo alguna cosa digamos más preciosista, pero en general aunque sea esa otra lectura política no sabría por dónde ir.

-¿Y como lectora también tenés un interés en leer cosas de las cuales puedas extraer alguna lectura política?

-Sí, pero no sé cuánto la fuerzo o cuánto esta en la intencionalidad del autor. Yo a Stephen King lo leo como un escritor político. Yo creo que él lo tiene en mucha medida, desde la primera novela, Carrie. Para mí es una novela sobre una masacre escolar, sobre el fanatismo religioso en Estados Unidos, sobre la crisis del sistema educativo, sobre los primeros casos de bullying. Para mí se trata de eso, para mí El Resplandor es una novela sobre la violencia doméstica, Mr. Mercedes y estas últimas me gustan bastante, son claramente políticas. Por decirte el caso más obvio de un escritor que dice que es un escritor de terror, para mí es un escritor social que trabaja en el género del terror. Entonces en general no sé cuanta intencionalidad hay del autor, y cuanto yo lo leo políticamente al escritor. Y siempre me pasa eso, creo que es una deformación más que profesional, argentina diría yo. Tengo una dificultad de leerlo si no es con ese trasfondo. A veces capaz que no está la lectura pero yo la termino haciendo, o encontrando de alguna manera. Yo creo que finalmente toda novela la tiene. No hay manera de que no la tenga. Ahora tiene que ver con una lectura propia digamos que se te haga totalmente explícito o no. Hay incluso en los textos más personales, más allá de que me guste o no, trabajo como periodista y reseño las novelas de Knausgard por ejemplo. Yo lo leo como el lugar del hombre en la crisis del Estado de bienestar escandinavo. Y me terminó interesando más por eso, porque me interesa ver cómo es el lugar del hombre proveedor entre comillas en los últimos países con ese nivel de Estado de bienestar y de resolución de los problemas sociales más urgentes. Entonces lo termino leyendo así, me interesa eso muchísimo más que los rollos con su mujer. Termino haciendo esa lectura.

– Y yendo a la literatura argentina contemporánea, ¿qué leés?

-Leo muy variado porque lo que me interesa es ver lo que está escribiendo la gente de mi edad. Así que la verdad leo bastante, y leo muy diferente. Leo a Margarita García Robayo, que es amiga además, es colombiana pero vive acá, y hace algo que no tiene que ver con lo que yo hago. Me gusta mucho Luciano Lamberti, me parece que es uno de los mejores escritores de mi edad, que casi tengo leído todo completo. Me gusta Federico Falco, me gusta Samanta [Schweblin]. Leo bastante poesía. Me gusta mucho Elena Anníbali, me gusta Mariano Blatt, me gusta un escritor que no le dan mucha bola que se llama Diego Muzzio, y otro que tampoco le dan mucha bola que se llama Gustavo Ferreyra. Me gusta mucho María Gainza, tiene una novela sola por ahora, El nervio óptico, pero me parece una novela buenísima, una auto ficción totalmente distorsionada. Me gusta Inés Acevedo, tiene como una ligereza muy inteligente. Trato de leer bastante la verdad.

-Hace unos meses se empezó a discutir, sobre todo en las redes sociales, la identificación del escritor como trabajador, el tema del pago, las regalías, ¿cómo te posicionás dentro de esta discusión?

Es mucho más complejo. Yo trabajo como periodista y docente, nunca se me ocurrió no tener un trabajo formal para trabajar como escritora. Entonces sí, yo creo que el escritor es un trabajador de la cultura, pero me parece que la cuestión está atravesada por un montón de problemas. El problema principal es el tema de la publicación y el mercado. Yo no estoy tan segura de que las editoriales, algo se deben aprovechar, pero creo que hay una fantasía de cuánto se vende realmente un libro, y cuánto no recibe el escritor. Creo que se venden muy pocos libros y creo que en función del mercado no hay mucho dinero que vos puedas obtener de eso. Además de que se publica demasiado y hay como una saturación total del mercado. La onda es tener un sueldo por escribir, pero ¿quién te lo paga, la editorial? Pedirle a una empresa que te lo pague como inversión de riesgo me parece poco realista, no me parece ni bueno ni malo me parece poco realista. Una editorial va a apoyar a Rolón, a John Katzenbach, a Elena Ferrante, pero no me va a apoyar a mí, tenerme con un sueldo, porque la verdad no le rindo lo suficiente. ¿De qué otro lugar puede salir mi sueldo, del Estado? Yo no quiero un sueldo del Estado como escritora, no quiero ser una empleada pública escritora. Entonces me parece que hay un montón de problemas en la cuestión práctica. Me parece que es un trabajo, me parece que es un trabajo mal remunerado, me parece que hay una desproporción que es propia del oficio entre la cantidad de tiempo que se le pone al trabajo y el rédito que después tiene ese trabajo para el escritor, pero eso es propio del oficio. Y sí, ocurre con la literatura que no tiene un mercado rico como el del arte por ejemplo. El mercado del arte vos si lográs ingresar, rápidamente podés ganar un poco de dinero, porque se paga muy bien, porque hay muchos coleccionistas, es otro mundo. ¿Yo quiero eso realmente? ¿Quiero un montón de mecenas riquísimos que me están bancando para que yo escriba el libro que les gusta a ellos?, ¿O que sea el Estado?, ¿Ser una burócrata del Estado y que mi subsidio pueda ser retirado en tanto yo escriba algo que al Estado no le guste?, por lo que sea, por inmoral, porque políticamente no le cierra, porque le parece berreta. Y pretender que eso lo haga un privado me parece poco realista. Me parece una discusión muy compleja en términos realistas. Vos decís sí, quién va a estar en desacuerdo, yo también quiero tener más dinero, tener un sueldo, también me gustaría que el trabajo sea reconocido como trabajo pero después cuando vas a la implementación que es lo que me termina interesando de la cuestión por fuera de los manifiestos. ¿Y cómo lo vas a hacer realista? Si hay una tercera variante que no sea la editorial, los coleccionistas, o el Estado que te pueda bancar, bueno me interesaría saberlo. Me parece que se publica muchísimo, y que se vende muy poco como para pensar que te podes sostener con ventas. No se me ocurre la forma de implementarlo, cuando lo leo está bien, tener un sindicato que controle que a vos se te pague lo que se te tiene que pagar, está bien. Pero me parece también que hay una cuestión de que hay muchas cosas que se publican, la literatura tiene algo en su condición de aparición en lo público que tiene mucho de arbitrariedad. Que a un editor le guste, que tenga ganas de publicarte, que funcione comercialmente, hay un montón de cosas que ocurren y que tienen que ver con el azar de que sea publicado o no. Mucho de lo que se publica no es bueno, o a mí no me gusta. Hay una cuestión de que el gusto y la valoración no tienen que ver con algo utilitario sino con algo estético, con algo de otro orden, no es lo mismo que estar trabajando en la fabricación de una mesa que se cae o no. Con esto quiero decir, hay escritores que yo no les daría un peso, que no me gustan. Y que está bien, hace tres años están sentados en la silla escribiendo la novela, pero después porqué ese trabajo tiene que ser valorado y remunerado solo por haber sido trabajo, si el resultado es un resultado que no es interesante no lo entiendo tanto. Es complejo, me parece complejo. Me parece que otra cosa es el control de que sea justo lo que te da la editorial, que tengas acceso a los ejemplares, hay contratos que son espantosos, que haya un formato de contrato, y que pueda intervenir un organismo desde afuera, un sindicato por ejemplo, el trabajo que hacen los agentes en realidad, que a vos te ahorran el agente, el porcentaje del agente. Pero es un trabajo que es muy difícil de valorizar cuando el producto está finalizado respecto a cuanto valió ese esfuerzo, cuánto cuesta, quien mide eso. Ahí a mí se me complica muchísimo, hay escritores que yo le daría un millón de dólares por mes para que escriban, y hay escritores que le daría cero para que no escriban más, es parte de la cuestión.

Si disfrutaste de la lectura, hacé clic ACÁ y suscribite, en un solo paso y gratis, para recibir mensualmente nuestro contenido.

--

--