“Hay un acto de valentía en mostrar la tristeza”

Luciana Reif
UOiEA!
Published in
8 min readMar 25, 2019

Aunque la semana recién arrancaba, Patricia González López estaba en su casa con el ritmo agitado que la atraviesa. Ella es una poeta de la construcción y del agite, pocas veces se queda tranquila o se conforma. Armamos rápidamente unos sanguches de atún y mientras charlábamos su gata se paseaba por sobre nosotras y sobre los libros dispersos, apropiándose del espacio y del tiempo, buscando captar la atención como los poemas de la autora captan la nuestra. Ronroneando con ternura y mostrando los dientes, al mismo tiempo. Hablamos mucho, e intercambiamos opiniones, a veces confundiendo el rol de entrevistador-entrevistado, cuándo un poeta te devuelve sus propias preguntas rompe la tradicional linealidad de la comunicación y el lenguaje, y abre sentidos y juegos.

Muchos de tus poemas hablan de la suciedad, de los mocos, el olor a chivo. Y desde ese lugar atacan o critican cierta moral bienpensante respecto a lo que se cree que debe ser la poesía. ¿Cómo te llevas con la inclusión de lo escatológico dentro de tus poemas?

Yo lo re uso, creo que como un gesto de rebeldía. Antes capaz era la exacerbación, usaba mucho concha; pija es la primera vez que la utilizó en este libro antes no la había usado. Las palabras que voy usando van cambiando. Lo escatológico me gusta porque me parece que es un tema que se aborda poco, por lo menos el tema de la higiene y los olores, y el de la suciedad. Yo creo que la higiene personal es amor, después hay matices, hay gente a la que le gustan los olores más naturales, tendiente a algo hegemónicamente rechazado. En lo personal yo vengo de una familia que es muy limpia, muy obsesiva desde el orden y la limpieza, yo me burlo todo el tiempo de eso porque tengo una incapacidad en el orden, de hecho el otro día empecé a escribir un poema que decía me cuestan las cosas sencillas como mantener el orden en la casa. Escribo mucho sobre eso porque creo que tengo una incapacidad de mantener el orden de mis cosas, pero a la vez soy muy firme con el tema de la higiene personal. Yo encuentro poesía en eso, obviamente que da la sensación de que es un tema de mal gusto o académicamente inviable, pero a mí me gusta jugar con esa idea. También me parece que tiene más mala prensa de lo que merece. Tratando de no rozar lo desagradable creo que esta bueno incluir el humor, la ironía y el sarcasmo en la poesía.

“Uno de los mayores peligros es el dedo índice, y ponerse en un lugar de yo estoy acá y tiro verdades y tiro denuncias”.

En una entrevista anterior hablabas del tiempo que te tomaste para este libro, y que le tomaste el gusto a tomarte tiempo. En los tiempos veloces e instantáneos que exige la sociedad actual ¿crees que la paciencia en lo que a edición de libros se refiere es una forma de resistencia?

Sí sí, porque dentro de la vorágine diaria, las historias de Instagram, la hiper y sobre comunicación, la desinformación, el hiperconsumo incluso en los vínculos, está el deber ser de hacer todo ya, sacar todo ya, resolver todo ya. Y a mí el tiempo me demuestra cada vez más que todo lo que sale ya no necesariamente es lo mejor. Los primeros libros que saqué fueron medios arrebatados y quería sacarlos porque se cumplía un año del anterior, salió Indecible y al año siguiente salió Dos de azúcar que son libros que no están en circulación. Pero Dos de azúcar salió en el 2010 y recién el siguiente libro salió en 2013, y ahí yo me di cuenta que era más saludable para mí y para la vida del libro, para el cuerpo del libro. Fue más saludable que yo me tome el tiempo, porque incluso habiendo pasado tres años me paso que yo empecé a trabajar el libro con Milena Caserola y después apareció la editorial córdobesa Llanto de mudo y me pidió editarlo; de ahí sale la idea de la coedición. Fueron dos o tres meses que no saqué el libro, lo seguí trabajando y apareció una nueva posibilidad que convirtió el libro en otra cosa. Entonces a mí el tiempo me da sorpresas, me da ideas, estados, me da una mirada más critica con lo que yo hago, que apurándolo, arrebatándolo, me parece menos saludable, suma menos para la poesía.

¿En ese sentido te sentís a gusto con el tiempo que le diste a Otro caso de inseguridad?

Si porque el primer libro que yo armé, la primera versión que tenía en 2016 era una parte y era totalmente distinta de lo que salió publicado. Porque muchos poemas que estaban en el libro en 2016 no están ahora en el libro, no existen, algunos quedaron en borrador pero hay poemas que los borre directamente, que me parecía que eran reflexiones del momento pero no poemas, que no tenían valor literario. Quizás si hubiera publicado el libro en 2016 hubiera estado eso en circulación y no hubiera podido defenderlo; y a mí me sigue la idea de poder defender lo que yo estoy publicando. Mi idea fue cada vez tener menos vergüenza de lo que escribo, poder abrir el libro en cualquier lugar y no decir Uy este poema no me gusta tanto. Se puede editar eternamente, pero trabajarlo lo suficiente por lo menos para estar conforme uno. Eso te lo da el tiempo, si pasa un tiempo prudencial y vos te seguís sintiendo identificada con el poema hay un dato.

“Si se vende mucha poesía, si se entiende mucha poesía ¿Qué hacemos? ¿Deja de valer? ¿Vale más? ¿Se arma una revolución? ¿Una guerra?”

Bueno en el poemario también aparece la locura propia, o la posibilidad de ser dañino con otres, el reconocimiento de las propias oscuridades. Y vos particularmente lo trabajas desde el humor que ocupa un lugar casi redentorio dentro de tu poesía.

Si, el humor es una salida cuando entendés todo lo que te pasa, lo bueno, lo malo, lo masomenos. Vos podes hacer humor con vos mismo y eso hace que vos puedas volver a analizar eso desde un plano más cruel o más a fondo todavía. Porque nosotros tenemos el dedo índice a la cabeza siempre, para mí uno de los mayores peligros es el dedo índice, y ponerse en un lugar de yo estoy acá y tiro verdades y tiro denuncias. Con el humor yo creo que voy más a fondo con las oscuridades, propias y con las ajenas, y también puedo darme la posibilidad de también ser oscura.

El otro día estuve coordinando una mesa de poesía en el Festival Criatura y todas las poetas que invite pedían perdón por leer poemas tristes, no hubo una que no haya pedido perdón por haber escrito un poema triste. Creo que tenemos que hablar de la colonización de la felicidad, a veces parece una imposición y parece que si tenes otro sentimiento que no se parece a la felicidad sos un maldito loco, o una maldita loca y no siempre. Hay un deber de compartir la felicidad, y un deber de ocultar la tristeza. Yo al principio estaba escribiendo este libro y pensé que era medio bajón y que no iba a gustar por eso. Y al contrario tengo más devoluciones por esos poemas que por los poemas que dicen vamos para adelante; y la palabra valiente surgió mucho. Entonces hay un acto de rebeldía, valentía, como lo quieras llamar, en mostrar la tristeza.

¿Para vos la poesía es un trabajo? ¿Todos los que escriben son trabajadores?

Para mí no, hay gente que escribe y lo escribe como descarga, como hobby o como un descanso. Obviamente que escribir es un trabajo, la noción de trabajo ahí es debatible pero armar un libro es un trabajo, corregir un libro es un trabajo, leerlo es un trabajo, imprimirlo es un trabajo, moverlo es un trabajo, ir a leer. Todo te lleva un tiempo, un consumo de energía, le estas poniendo el cuerpo. Es un trabajo muy obrero, muy artesanal el de la poesía. Pero es complejo. Yo me pregunto ¿Si se profesionaliza la poesía deja de tener valor? ¿Por qué deja de ser marginal? ¿Qué es lo válido de la poesía, su marginalidad? ¿Qué no te lleve a ningún resultado económico para vivir? Me pregunto esto porque sino parece que la buena poesía está asociada a no poder vivir de eso, que no crezcas, no seas reconocido salvo cuando te mueras. Empieza a ser medio sospechoso que a alguien le vaya bien con la poesía. Hay ciertas ideas muy difundidas de que la poesía no se entiende, que no se puede vivir de eso, que los libros no venden, que se edita poco; y entonces si se edita mucha poesía, si se vende mucha poesía, si se entiende mucha poesía ¿Qué hacemos? ¿Deja de valer? ¿Vale más? ¿Se arma una revolución? ¿Una guerra?

Si bien en otras entrevistas hablaste de las redes sociales — como Instagram- como un buen medio de difusión, también hay un doble mecanismo en donde si bien por un lado permite que la poesía llegue a un público que antes no llegaba, gente que no leía poesía ha empezado a leer poesía. Lo que a mí no me termina de gustar de las redes sociales, o de Instagram sobre todo, primero es la mera priorización del poema corto y también de lecturas fugaces que se pierden y no existe tanta posibilidad de relectura ¿Cómo ves vos esta tensión entre estas dos caras? ¿Se pierde y se gana?

Yo creo que para la poesía es un mejor escenario que para la narrativa. Porque los narradores, imaginate si vos tenes -no tanto en Facebook pero sí tenés en Instagram- el límite de un minuto, o en Twitter de dos, en términos de video. O si tenés un espacio muy acotado para publicar un texto. Podés publicar como mucho un párrafo. Entonces vos tenes la ventaja en un poema corto de poder publicarlo y que quede, pero si te querés poner un poco más profundo no podés porque el contexto no te lo permite. Las redes son como una transición. No te dan el libro entero. Te dan un muestreo y del muestreo puede que enganche algo, puede que no, puede que solo te quedes en Instagram leyendo lo que podes leer porque es corto y se adapta ¿entendés? Ahora bien, no sé si tenes que escribir un libro para que se adapte a las redes. Si no se adapta bueno no sé, se buscará la forma o no, pero si todo lo que escribís es para las redes, o para compartirlo hay como una fugacidad, como un olvido, rápido. Pero me parece que tiene más ventajas que desventajas, que es una experiencia más, como una experiencia de encuentro pero en la red que te sirve como puente para otra cosa, no como una experiencia final o acabada.

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