Ideal para estar en una playa nudista

Tomás Rosner
UOiEA!
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8 min readMay 26, 2020
Foto: Jens Ochlich

Y a es más difícil ver a los pibes. Cada tanto, hacemos alguna, pero nunca estamos todos. Promediando los treinta es así.

Hace un par de fines de semana, logramos que volviera a juntarse el grupo completo en lo de La Garza. Como se había comprado una licuadora, le metimos mucho ron y melón. Mientras escabiábamos, La Garza empezó a tocar Claro de Luna de Debussy en el piano. Armamos una ronda para disfrutarlo más. Después, el concierto mutó en un torneíto de dardos. Bily sacó ventaja porque es bueno en todos los deportes. ¿Quién puede dudar de que los dardos son más deporte que, por ejemplo, el ajedrez? Dicho sea de paso, es insólito que incluyan una actividad en la que no se chiva y uno está sentado en la sección deportiva de los diarios. A los que les gusta indignarse por cualquier gilada, ahí tienen un buen motivo en serio.

Más tarde, Capo (tenemos un amigo que se llama “Capo” de apodo porque en una época se la pasaba diciendo “¿Qué hacés capo?, ¿Cómo andás capo?”) propuso llevarnos a dar un par de vueltas en auto y de paso, buscar algún lugar para cenar. Apuntamos para un bodegón que conocía Agus por Villa Devoto. Capo iba seleccionando las calles más lindas de la zona: el boulevard de Los Incas, el pasaje de Los Palotinos y, obvio, Melián. Las sombras azules de las copas de los árboles nos cuidaban y su Corsa planeaba como si fuese una golondrina que se desliza por la superficie refrescante de una pileta.

Fuimos hablando de cosas que no duelen hasta que estacionamos. Cuando entramos, un calor encerrado me dio una patada en la garganta. Las luces amarillas eran muy tenues, no se veía un joraca. Encima, me pareció entender que había espera. Ni quise chequear y salí a la vereda.

Los seis somos muy distintos, sólo miles de coincidencias pueden explicar que seamos amigos, pero de golpe, la amistad adquiere lógica, cuando en simultáneo, los pibes también entendieron que ni en pedo nos íbamos a quedar ahí.

“Es un gran lugar, pero para cenar dentro de treinta años” dijo Bily.

Volvimos al Corsa Golondrina.

Yo iba en el asiento de atrás: no me sentía tan entregado desde los viajes de pibe a Florianópolis con mis viejos en un Ford Escort sin aire acondicionado. Una vez, se rompió en Santana do Livramento y quedamos varados cinco días porque tenían que traer la pieza del motor desde una ciudad con nombre insólito, si no me equivoco, Pelotas.

Todos los días, visitábamos al mecánico: se llamaba Ernesto y vivía del lado uruguayo. Ahí donde Santana se transforma en Rivera y la cosa se pone un poco más amigable. Nos quedábamos horas tomando mate y viendo cómo arreglaba otros autos. Mi viejo le hablaría de Peñarol, yo que sé. A pesar de lo macanudo que era, el arreglo duró poco y el auto se volvió a romper cuando ya habíamos llegado a las playas del sur de Brasil. Ahí conocimos a otro mecánico que nos salvó las papas. Pedrao. Tenía la panza deforme por una hernia que no le preocupaba demasiado. Cuando nos llevó a probar el auto a la ruta, fue tremendo. Lo que ese tipo pisaba el coche no tenía sentido.

“¿Ta ouvindo, meu amigo, ta ouvindo?”, preguntaba Pedrao mientras el viejo Escort parecía estar a punto de levantar vuelo. Mi viejo estaba entre horrorizado por el peligro y contento por el motor que, había que admitir, sonaba como nunca.

Cuando aflojaron los recuerdos, me di cuenta de que la calle Cuenca me había enganchado con la mirada a través de la ventanilla haciendo foco en un par de familias que salían del cine. Si de uno a diez, mis ganas de ser papá siempre habían oscilado entre el cero y el uno, Cuenca había girado la manija del termostato a cinco. ¿Qué cinco? ¡Sinceridad! Me agarraron unas ganas tremendas de tener ahí nomás a un pibito: llevarlo al cine, hacerle caras graciosas, que se ría. Si no se ríe, mi autoestima va a estar por el piso. Pero se ríen ¿no?

Dimos un par de vueltas más hasta que apareció una parrilla conocida, pero había cuarenta minutos de espera. Agus y Bily se pusieron de malhumor, pero les duró poco porque La Garza y Diega estaban en otra bancando cómo había quedado el túnel de Constituyentes y propusieron ir a conocerlo. Capo, que esa noche estaba inspirado, ya había tocado el llavero del auto para hacer sonar la alarma que re abría las puertas. Todos charlando fuerte: de afuera parecía que íbamos a Euro Disney.

El túnel era imponente. Diega arrancó con una cantito de cancha y desde el asiento de atrás todos lo seguimos. Bily sacó la cabeza por la ventana y tuvo una regresión escolar o se puso patriótico, no se: “Altaaa en el cieloooooo, un águilaaaa guerreeeeeeeraaa”. Dimos la vuelta para volver a pasar. Ventanas bien abiertas: el viento contra la frente limpiándonos la cloaca mental, los orificios nasales respirando presente.

Cuando ya todos teníamos una lija importante, Capo anunció que estábamos cerca del Carlitos de Vicente López. De nuevo, aplausos. “Te voto para presidente”, gritó Diega. Tenía razón. No se si para presidente, pero sí para intendente. Capo había demostrado estar atento a cada una de las cosas que íbamos precisando en esa noche de verano. “Estás chamánico, man”, le dije. Se ve que la metáfora le pegó mal porque me dijo que no me hiciera el rasta y para castigarme, puso una lista que se llamaba droga con todos temas de reggaeton. “Se hizo las bubis/ se hizo la cintura /bachillerato de literatura/ toda una dulzura”.

La gracia de Carlitos es que los panqueques tienen nombres de famosos, pero la moza los tenía identificados por número. Esa virtud ya le pareció a La Garza motivo suficiente para tirarle onda. Le iba diciendo números para que la mina dijera los ingredientes de cada uno. Pensé que a ella le iba a romper los huevos lo básico de la maniobra, pero estaba divertidísima y La Garza, fascinado con su memoria. Es increíble como cuando hay onda, hay onda.

Al toque, llegaron las batatas fritas y charlamos re bien sobre proyectos, Messi y mujeres. Agus contó de su viaje, varias historias sobre los hostels en los que había estado: hizo hincapié en que cada vez que había ido a cuartos mixtos, le habían tocado seis egipcios.

Después, Capo contó que esa semana se había tomado un taxi el día del calor insoportable.

-Me subo, le digo qué calor insoportable y el tachero me responde que estaba ideal para estar en una playa nudista. Le contesto que era cierto aunque, qué se yo, la verdad que no veía la necesidad de que fuera nudista.

Ahí, el tipo me dice: “Lo malo es que se te para la pija”

QUEEEEEEEEEEEEEEE

-Sí, eso. Que lo malo es que se te para la picha.

-¿La picha o la pija? Si dijo la picha, es terrible.

-La pija, la pija. Dijo pija. Banquen que falta.

DAAAAAALEEEEEE

Porque ahí el tipo hila otra genialidad. Dice “igual te podés meter al mar y se te baja”

NAHHHHHHHHHH

-La frase completa fue “igual te podés meter al mar y se te baja oooooo

QUEEEEEEEEEEEEEEEE

-Oooooo podés hacerte una tremenda paja”

NAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH

-El remate viene ahora, escuchen la conclusión: “Por eso, lo que hay que hacer es conseguirse una vieja que le guste mucho coger y tenga guita. Entonces te mantiene y te chupa mucho la pija”

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

Justo llegó la moza con la ronda de postre, yo compartí con Capo el 594 que era dulce de leche, bocha de helado de crema y nueces. Tranquera. Y digo “Tranquera” porque me acuerdo que esa noche estábamos tratando de cambiar el “tranca” por “tranquera” y si bien es una causa pelotudísima, no la quiero entregar así nomás. Siempre admiré a esos pibes que instalaban formas de decir las cosas. Como los coordinadores de Travel Rock que agarraban a todos los quintos años y les decían: “Esto explota, la excursión explota, el boliche explota” y así recontra instalaron el término.

Me empezó a agarrar un sueño bárbaro y cuando Capo me dejó en casa, el circulante de lípidos en sangre se transformó en un masazo que me tumbó hasta las doce del mediodía.

Cuando me levanté, sentí algo parecido a lo de esos farabutes que dicen que las cosas no terminan de pasarles hasta que van a terapia. Desayuné con cierta angustia hasta que me decidí y mandé mensaje al grupo de los pibes “linda noche la de ayer, viejas”. Al toque la respuesta de Bily: “groso ver al team completo”.

-¿Qué te pasa? -me preguntó el lunes Paula por mensaje

-Estoy medio bajo.

-¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?

-Rascarme la cabeza y dejar que te toque un poco el culo.

-¿Nos encontramos en diez en Plaza de Mayo?

Qué bueno que laburamos cerca.

Cuando volví a la oficina, le mandé que me había hecho bien verla. Ya tenía un audio suyo para escuchar.

A la noche, la pasé a buscar y caminamos por Villa Crespo. Sólo necesitaba eso: que camináramos abrazados.

Eran como las once y media cuando frenamos en Angelito y comimos una milanesa a la napolitana con papas fritas.

-¿Para vos cuál es el peor castigo?

-¿En qué sentido?

-¿Cómo te vengarías de alguien que hizo algo malo?

-Ni idea.

Ella dijo que si el castigo fuera para un fanático de los Rolling Stones, lo llevaría una hora después de que termine el concierto y lo sentaría para que vea cómo desarman el escenario.

Dimos una vuelta más hasta la esquina de Malabia y Corrientes. Miramos el local de venta de colchones todo vidriado con luces blancas muy encendidas: se veían como diez camas armadas con almohadoncitos y todo.

-¿No estaría bueno entrar una noche acá empepados y dormir en todas?

Cómo me gusta que sea tan drogadicta. Me encanta y me da pánico al mismo tiempo.

Suena el teléfono: es la única persona que todavía me llama. Mi abuela. Me pide una sóla cosa, me lo dice así: “Una sóla cosa”. Qué le compre el libro de enfermedades de Nelson Castro.

-¿Por qué querés ese, Abu?

-Porque me interesa ¿A quién no le interesa leer sobre enfermedades?

La adultez viene con un montón de preguntas. La vida sería más fácil si fuera como los formularios online que uno llena para agarrar wi-fi gratis, esos donde se pone nombre falso, y en el espacio de correo electrónico, pija@pija.com.ar. Después navegar tranquilos. “Navegar es necesario, vivir no tanto”.

Este año que pasó, saqué un par de conclusiones. Para ganar, hay que estar dispuesto a bancarse perder. Aceptación, paciencia y voluntad. Sobre todo, paciencia que es la madre de la voluntad. Darle a los miedos un abrazo como esos que se les da a una pareja por la que uno todavía siente un montón de cosas, pero que, por alguna razón importante, está cortando. Ese abrazo final, sentido, desgarrado, pero que sirve para dejar y ser dejados.

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