Los premios y la inmortalidad

Rodríguez
UOiEA!
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6 min readMay 24, 2020
José Emilo Pacheco.

U n premio, sea literario o de otra categoría, se otorga casi siempre basado en la opinión subjetiva de un jurado formado por personas que leen y escriben, que ejercen la crítica fatalmente y que responden a gustos, prejuicios y creencias personales y literarias puestas en tensión en un contexto histórico singular. A menos que la obra sea un prodigio superior inapelable -del tipo la mujer barbuda y el hombre de goma de la literatura- la adjudicación de un premio o una escogencia y la calidad desprendida de una obra no coinciden a menudo. En su momento la crítica rusa lanzaba piedras contra Guerra y paz de Tolstói. O, caso contrario, excelentes películas no ganaron, afortunadamente, un Oscar. Borges nunca ganó el Nobel. Perogrullo: ni un autor es superior por ser honrado con un premio ni es más pequeño por no recibirlo. Otro: los premios casi nunca son democráticos.

En los Estados Unidos, la Major League Baseball (MLB), la primera división mundial de beisbol, las Grandes Ligas, cada año entrega el Most Valuable Player (MVP) al jugador que. La frase queda inconclusa porque no hay un parámetro único de importancia y escogencia a la hora de otorgar ese trofeo. Puede otorgarse al jugador que tenga los mejores números individuales, a aquel que más haya contribuido a que su equipo llegue a las instancias finales de la competición o simplemente a cualquiera. El MVP es otorgado por periodistas deportivos que nunca jugaron béisbol, con más de diez años de cubrir el juego, con afiliación a la MLB y derecho reconocido al voto. La democracia ateniense. Barry Bonds, una especie de Michael Jordan del béisbol, fue quien más premios MVP consiguió, un total de siete en casi veinte años. Luego de retirarse en olor de santidad fue citado a declarar en el Congreso de los Estados Unidos por haber obstruido una investigación que buscaba demostrar que, supuestamente, había ingerido sustancias para mejorar su rendimiento deportivo. No le bastaron al general Bonds sus siete estrellas para no perder la guerra a la que le sometieron los periodistas y el olvido.

Moneyball es una película estadounidense de 2011 con Brad Pitt y Phillip Seymour Hoffman que muestra a un equipo de béisbol cansado de perder y que decide adoptar una nueva manera de jugar basada en esta premisa: toda la sabiduría anterior que define y representa al juego está equivocada. De ahora en adelante se adoptarán mediciones y estadísticas venidas de la economía y el mundo bursátil para planificar cada detalle de un partido. Sacrificadas la intuición, las estadísticas tradicionales que ayudaban a medir la grandeza de un jugador y la genialidad del arrebato y la inspiración, el futuro del deporte consistirá en la analítica avanzada: la sabermetría. Ya no importa qué tan popular sea un jugador, cuánto contribuyó a que su equipo llegue a la final o si reventó la liga a batazos. La sabermetría ideó estadísticas inverosímiles como el WAR (Wins about replacement) o victorias sobre el reemplazo. En pocas letras, cuántas derrotas más tendría el equipo si yo no juego. Ahora no hay sorpresas: el premio MVP de MLB ya está dado, incluso antes de cada principio de temporada, para Mike Trout, el rey del WAR, considerado el mejor beisbolista del mundo, un deportista sin carisma, sin fanáticos, amado por los muchachos ingenieros del Tecnológico de Massachusetts y el más millonario del juego. Tres: los premios no los ganan a veces quienes más hacen para ganarlos.

Premio: del latín “praemium”. Este a su vez de “prae” -antes- y la partícula “em” -coger, tomar-. Premio: aquello que se toma antes que nadie. Cuatro: los premios reales no son otorgados, se obtienen.

José Emilio Pacheco ganó casi todos los premios con nombres importantes que puede ganarse un escritor latinoamericano. Busque el premio literario que lleve el nombre de algún poeta o narrador emblemático y Pacheco seguramente lo habrá ganado. El Neruda y el Donoso en Chile; el Villaurrutia, el Paz y el Alfonso Reyes en México; el José Asunción Silva en Colombia; el Lorca, el Cervantes y el Reina Sofía en España. Sólo le faltó ganarse el José Emilio Pacheco de poesía. Después de cierto punto ¿que podía significar para un autor de esta fuerza y tamaño un premio más? Más gloria, sí, y también un viaje pago y una entrada extra y extraordinaria en la frugal vida del poeta profesor universitario. Quinto: todos queremos ganarlos.

El casi desconocido Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora de Venezuela dota con 80.000 euros a su ganador. José Emilio Pacheco de haber participado seguramente lo habría obtenido. Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes, Roberto Bolaño, Vila-Matas, Elena Poniatowska y Piglia, entre otros, ganaron el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Algunos de estos autores ya eran reconocidos cuando obtuvieron este premio. Las carreras y libros de muchos de ellos, vistos en perspectiva, terminaron por superar la figura y alcance de las obras y carrera literaria de Gallegos. A veces, un autor se gana un premio. Otras veces el premio gana lustre dándose a un autor.

En la órbita del béisbol, Estados Unidos y el Caribe principalmente, existe algo llamado Salón de la Fama. Salones del reino o templos masónicos para honrar el legado y la carrera de peloteros que logran ingresar a esta instancia mediante votación de cronistas y expertos en béisbol, elecciones en las que ningún jugador o manager, seguidor, fanático, entusiasta o mascota de equipo vota para elegir a la cohorte anual que ingresa a ese recinto. Un jugador tiene diez oportunidades en diez años para convencer a los votantes de que su carrera, sus números, su contribución, sus éxitos, su conducta, su impacto y milagros deportivos merecen entrar al Salón de la Fama. Si después de ese tiempo no es electo queda en un segundo lote para un repechaje organizado por el -real- Comité de Veteranos de la Era Dorada y los Tiempos Modernos del Béisbol. La sofocracia que defendía Platón. Si se consigue el 75% de los votos de los cronistas con derecho a voto el jugador accede al Salón de la Fama y obtiene la etiqueta de “inmortal”. Literalmente. Los beisbolistas electos al Salón de la Fama del béisbol estadounidense son los únicos seres humanos que caminan por el planeta premiados con la condición de la inmortalidad adquirida por votación.

Martín Dihigo fue un beisbolista cubano apodado “El inmortal” que jugó a mediados del siglo XX. Los que lo vieron jugar decían que el hombre “escribía poesía con su bate”. Regó con su juego los parques de béisbol de Estados Unidos, México, República Dominicana, Cuba, Puerto Rico y Venezuela. En todos esos países fue ingresado al Salón de la Fama correspondiente. Si se puede ser inmortal mejor es serlo seis veces. Ni Borges soñó tanto.

¿Cuál es el valor de un premio, cómo se mide ese valor? ¿Qué estadística se usaría para calibrar un poeta como MVP (Most Valuable Poet)? ¿De qué forma literaria estaría escrito un veredicto para nombrar más valioso a un deportista? Intercambio de métodos de escogencia: el jurado de un premio literario empieza a basarse en estadísticas poéticas; los periodistas deportivos escriben veredictos basados en lo intangible del juego, su belleza, la construcción de la narrativa de un jugador.

El mejor premio que existe es el cariño o el odio de los lectores. Darles ganas de seguir leyendo tus textos, de escribir los suyos propios o darles el derecho a que te olviden y te aborrezcan. El resto es Mike Trout.

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De niño me caí de la realidad; nunca pude sacarme el golpe.