La araña
Te odio, dijo la araña, enrojeciendo sus ojos.
Cobarde mal criado, te deseo la peor de las muertes:
lenta, impune y salitrosa.
Ojalá te hagas famoso y la gente no pueda olvidarte,
el olvido acomoda las cosas adentro del ropero de la historia
para que no se vean las imperfecciones.
Por eso ruego que te quedes sin ropero.
Que cada vez que la gente piense en uno de tu especie, piense en ti.
Así, deplorable.
Imagino miles de mandarinas volando hacia tu cabeza,
decenas de paltas destruyendo tus retinas;
arenas nómades y curiosas que se meten en tu boca hasta dejarte sin aire.
Eso, traga arena, traga.
Y me quedo corta.
Odio las paredes lampiñas, desafectadas de todo,
irrisorias a la vista de una hormiga.
Merecen ser demolidas por insulsas.
A mí me gustan las paredes con muchos clavos
y que de esos clavos pendan obras de arte, láminas, portarretratos.
No me gusta sentirme escondida del todo,
siempre me gusta mostrar algo, una partecita.
Admiro la expresión desesperada que genera, en muchos, la peludez.
Horror, espanto.
Yo no pico para matar, pico para divertirme.
Pero a vos, débil pesadumbre, te voy a picar para matarte.
No quiero sangre, me impresiona.
Prefiero el retorcijón, la contracción, el calambre del adiós.
Me va a gustar verte gritar hasta enmudecer y que tu cuerpo
rote como una rueda pidiendo perdón.
Ese instante, donde tus ojos se claven en los míos, y los tuyos se cierren,
y los míos no. Será colosal.
Yo me tomaré un tecito y vos serás llevado hacia la salida
de ese lugar sobrevaluado al que llaman más allá.
Te mereces los peor, si hubieses aprendido
la forma de pararte frente a los tuyos hubiese sido diferente.
Quiero lo peor para ti.
Me haría muy feliz saber que el aceite que acaba de dejarse ultrajar por el
fuego, se desparrame por tu cuerpo y que se formen globitos.
Pero hay una forma de que todo esto pueda evitarse, dijo la araña.
Una forma en la que puedas (casi) redimirte. No lo tienes que pensar.
Es eso… o la muerte retorcida, ese momento donde
todo el espacio entra en un segundo.
Me dijo mi cuñada que cuando el espacio y el tiempo no llegan a diferenciarse,
la muerte está llegando.
Que cuando un pestañeo dura lo mismo que un sorbo,
la oscuridad está sentada en la sala de espera. ¿Y sabes que espera?
A ti, lobito, a ti.
Pero hay una forma, dijo la araña, una manera que todo recobre sentido.
Prefiero que mueras de frío en el infierno
a que el veneno demoledor recorra tu cuerpo apestoso.
Y no me mires con esos ojos grandes, son una mentira.
Esas manos, inútiles planchuelas de arcilla recalcitrante,
no pueden atrapar al viento. Ese estómago fusiforme será, tal vez,
el gran protagonista de esta historia.
Hay una forma, única, irrepetible y sigilosa.
Que te comas una niña, cualquiera, la que tú quieras.
Una de acá, del bosque.
Rubia, alta, conservadora, la que tú quieras.
Que diseñes una estrategia colosal, que se siga hablando
de ella en el siglo XXI.
Te la vas a comer vestida y sin vaciarles los bolsillos.
Si lleva un libro en su mano, te lo comes también;
si es una canasta… adentro.
Quiero que te comas hasta su virginidad.
Y una vez deglutida, me pidas por favor que no te pique,
que te deje seguir viviendo, y ahí, en ese momento, decidiré que hacer.
Esto es entre tú y yo, sin leñadores, sin relato y sin final feliz.