La breve vida feliz de Martín Fierro

Manuel Alvarez
UOiEA!
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5 min readNov 24, 2021

Desde que se publicó su primera parte, allá por 1872, el Martín Fierro de Hernández tuvo muchas lecturas e interpretaciones, resignificaciones, desde las más conocidas, como la de Borges, que, como hacía con los escritores que admiraba, lo reescribió, en este caso, de atrás (Biografía de Tadeo Isidoro Cruz) para adelante (El Fin); hasta las más recientes, como El guacho Martín Fierro de Fariña o Las aventuras de la China Iron de Cabezón Cámara.

Sin embargo, hay otra relectura relativamente reciente, que creo pasó un poco desapercibida. Me refiero a la que hace Martín Kohan en el cuento El amor, que, si bien ya había sido publicado en solitario antes, desde hace un par de años forma parte de su libro de cuentos Cuerpo a tierra.

En ese cuento Kohan lee lo que Hernández omite narrar: ¿qué pasó en esos cinco años de exilio con los indios? Años que Fierro no pasa solo, porque sabemos que la primera parte del poema termina con la huida de Fierro junto con Cruz, su nuevo amigo, el policía reconvertido. ¿Qué pasa en esos años compartidos? Eso es, en realidad, lo que Kohan lee: el amor entre los gauchos o, mejor, su secreto en la llanura.

El cuento toma como punto de partida el final de la primera parte, que Kohan interpreta como el comienzo del amor. Fierro y Cruz cruzan la frontera para irse a vivir con los indios, como indios, fuera de la ley; es decir, cambian, literalmente, de bando. Después viene el largo silencio de esos siete años que tardó Hernández en publicar la segunda parte en 1879, que se parecen a los cinco años de la pareja con los indios. En el medio, el título lo dice: el amor.

Aunque, en realidad, Hernández algo dice sobre esos años. Fierro canta, cuenta, que cuando cruzaron la frontera cayeron en unos toldos salvajes donde fueron puestos en cautiverio y que estuvieron a punto de matarlos, pero un cacique los salvó porque podían servir como moneda de cambio. Los salvó, pero los separó por dos años, sin poder hablarse, bajo sutil vigilancia, hasta que, finalmente, los dejó vivir juntos, dormir juntos, algo alejados, a la orilla de un pajal.

Esos dos años de cautiverio estricto Kohan los saltea, los reescribe. En su cuento los indios reciben cordialmente a los gauchos, les dan la bienvenida y una carpita chica. Entonces lo que hace es desarrollar directamente ese enamoramiento que en el poema está elidido o, mejor, está por debajo. Porque, leyendo detrás de Kohan, uno podría tranquilamente pensar que Cruz se enamora de Fierro cuando lo ve pelear contra toda la partida y por eso decide luchar con él, contra todos, no de a muchos, de a dos («un hombre junto con otro / en valor y en juerza crece»).

Kohan no escatima, va hasta el fondo. De hecho, hay una escena sexual en la carpa que se asemeja a la de los cowboys del relato de Annie Proulx en que se basa la película de Ang Lee, solo que acá se le agrega el acto por antonomasia post coital: el cigarrillo compartido. El cigarrillo compartido como símbolo de la felicidad consumada, que se quiere alargar.

Con la lectura de Kohan parece llenarse un hueco de la historia de nuestro personaje literario más famoso (esto por lo general se nos olvida, Fierro opera como Tlon: interviene en la realidad hasta coparla). ¿Qué hizo Fierro entonces en esos años perdidos? Vivió su amor con Cruz, claro, afuera, del otro lado. ¿Por qué vuelve Fierro? Bueno, por que murió su amor.

Pensemos en el comienzo de la segunda parte del poema: Fierro vuelve abatido, destruido, atormentado por la falta de su amigo («se me hacía a cada momento / oír a Cruz que me llamaba»), que muere en sus brazos. ¿Quién mató a un policía transformado? Lo mismo que mataba a muchos de los indios, lo mismo que mató al cacique salvador: la viruela, que se extendía en forma de epidemia.

Hay algo que está en Martín Fierro (y en muchas partes) que el cuento capta bien, me refiero a la exaltación de la virilidad, lo que produce en los hombres, que, pareciera, tienen vedada la ternura. Kohan se ríe de esa convención, pero no es una risa falsa, es, digámoslo, una risa sincera; el cuento, como Picardía, el hijo de Cruz, le juega risa a todo, permita esa risa, la larga risa de todos estos años, ¿no? El gaucho, el tanguero, el macho fiero, pareciera que hoy son especies en extinción. Fierro y Cruz representan eso: son dos hombres recios, guapos, con una virilidad exacerbada, que tiene que ser demostrada una y otra vez («yo quise hacerles saber / que allí se hallaba un varón»). Uno podría conjeturar que se sobreactúa lo que se carece. ¿Qué necesidad tenían de demostrar tanto? ¿A quién? Pareciera que a ellos mismos, ¿no?

Hemingway por ejemplo fue un arquetipo del macho: guerrero, boxeador, torero, pescador ¿qué más? Como diría Zelda Fitzgerald: nadie puede ser tan varón. El norteamericano trasladó ese estereotipo a la mayoría de sus personajes masculinos, en especial a los que funcionaban como alter egos. Pienso en Nick Adams, pero también en Frank Macomber, el protagonista de ese cuento demoledor llamado La breve vida feliz de Frank Macomber. Pienso en Macomber porque ahí, creo, se ve más claro que nunca lo que esconde la idealización de una masculinidad imposible, en la relectura de Hemingway la inseguridad masculina está ahí a la vista. Pienso, ¿no pasa lo mismo con el Martín Fierro?

Recapitulo: Macomber va a la selva africana a matar animales salvajes pero cuando tiene la oportunidad de matar a un león, no dispara, en su lugar se desvanece; es tanto el miedo que se desvanece y lo tienen que llevar en andas a su carpa. Y eso lo atormenta, para él es un pecado, el peor pecado, los hombres en Hemingway no se permiten tener miedo. Así empieza el cuento, con la vergüenza de Macomber por su accionar, pero también la de Margot, su mujer, que no lo puede mirar. Después Macomber consigue matar a unos búfalos y se siente feliz porque cree que consiguió alcanzar el ideal de masculinidad, pero, Hemingway lo sabe, la felicidad es otra cosa.

Volviendo al principio. El cuento del norteamericano empieza muy similar al de Kohan: con el peso de lo no dicho. Hay algo de lo que no se habla, de lo que no se puede hablar, tanto en la carpa como en la llanura. En uno es el miedo, en otro es el beso. Ahora, la vida feliz es una ironía de Hemingway, el amor de Kohan no, por más risa que permita, una risa puede estar llena de verdad. La felicidad es el amor, descubrir el amor, algo que Macomber jamás vivió con Margot y, ahora sabemos o, por lo menos, ahora leemos, Fierro y Cruz sí.

Pienso que eso es lo que hicieron los gauchos, que, está claro, tuvieron más que una amistad. Y después Cruz murió y Fierro volvió (a su tierra y a su vida desgraciada), triste, pero sin matar el dolor, ni el placer que sintió. Elijo creer que fue así, que esos cinco años oscuros, perdidos, que Fierro casi no cantó, son sus años felices. La breve vida feliz de Martín Fierro.

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