Ciudades inteligentes: ciudadanos inteligentes y viceversa
¿Alguna vez has pensado en lo maravilloso que sería que la ciudad se adaptara en tiempo real a las necesidades de los ciudadanos? Imagina que un semáforo pudiera cambiar su duración y ritmo de acuerdo a la demanda del tráfico. O que hubieran contenedores de basura con sensores que le indican a los camiones recolectores cuándo tienen que ir a vaciarlos, o que se desarrollen políticas públicas y urbanismo con base en lo que está sucediendo en la ciudad. Todo esto suena bastante bien pero, ¿qué tan lejos estamos? La respuesta es, no tanto.
La ciudad inteligente (smart city) es un concepto que evolucionó a partir del desarrollo tecnológico de dispositivos móviles inteligentes, la conectividad a internet, y la capacidad de almacenar y analizar grandes volúmenes de datos. El propósito principal de una ciudad inteligente es mantener una alta calidad de vida para los ciudadanos creando espacios sostenibles y en armonía con el medio ambiente.
Pero ¿qué es lo que hace inteligente a una ciudad? Pues, en un principio, las ciudades se vuelven inteligentes cuando tienen la capacidad de adaptarse a su medio y de lidiar con la mayoría de los desafíos que se les presenta, por ejemplo, el tráfico. Por eso, herramientas útiles para pasar de una ciudad común a una inteligente son los datos, y la tecnología que ayuda a colectar y analizar a los mismos. A parte de esta característica principal, algunos proponen seis componentes en una ciudad inteligente. Estos son: Ciudadanos Inteligentes, Economía Inteligente, Gobierno Inteligente, Ambiente Inteligente, Movilidad Inteligente y Vivienda inteligente.
En esta ocasión nos centraremos en los ciudadanos inteligentes. Un ciudadano inteligente no se refiere a una persona con un IQ de más de 200. En realidad, a lo que se refiere, es a desarrollar en los ciudadanos capacidades como pensamiento racional y creatividad. Estos atributos son indispensables, ya que una población racional es más propensa a utilizar la tecnología de forma correcta, basar sus decisiones en datos e incluso desarrollar tecnología propia. Por otro lado, una población creativa es capaz de imaginar nuevas herramientas, encontrar soluciones eficientes y diseñar espacios efectivos.
Llegar a una población inteligente, por un lado, requiere una inversión grande en la educación. Además de reforzar las materias ofrecidas actualmente se deberían de incorporar cursos en métodos científicos, análisis de datos, programación, diseño y pensamiento creativo. Por otra parte, necesitamos arreglar el desbalance de oportunidades, ya sea debido al estatus socio económico, localización geográfica o género.
Uno se podría preguntar ¿qué tienen que ver las características de los habitantes de una ciudad con el desarrollo de la misma? ¡Todo! El pensar lo contrario indicaría que los ciudadanos somos entes pasivos que no tienen ningún efecto en un sistema tan complejo como lo es una ciudad. Esto evidentemente no es verdad, nosotros interactuamos con la ciudad y contribuímos a la creación de sus problemas (como tirando basura en la calle, tapando alcantarillas y provocando inundaciones), sus políticas (con el voto, manifestaciones, etc.), su economía (con el trabajo y las formas de consumo) entre muchos, muchos otros ejemplos. Este impacto va en ambos sentidos. Nosotros moldeamos la ciudad, al mismo tiempo que la ciudad nos moldea a nosotros, esto es, las ciudades y sus dinámicas ¡son creadas por los ciudadanos! Si quisiéramos dar el salto hacia una ciudad inteligente, no importa cuántos datos o tecnologías puedas instalar en la ciudad, sin una población “inteligente” no habría un efecto inmediato.
Regresando al inicio de este texto, las ciudades inteligentes están a nuestro alcance y depende de nosotros, los ciudadanos, en cuánto tiempo lleguen.
¿Ya se te antoja vivir en una ciudad inteligente? sigue la serie de posts que haremos sobre esto para saber qué puedes hacer al respecto.
- Por: Erika Peláez
- Científica de Datos en Urbvan
