Revista Urutatá

Revista Colaborativa sobre Meio Ambiente e Cultura Latino-Americana

Maoríes y Quechuas cruzando el Oceáno Pacífico

Shyrley Tatiana Peña Aymara
Revista Urutatá
Published in
6 min readDec 1, 2020

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Por: Shyrley Tatiana Peña Aymara[1]

Antes de comenzar con interesantes reflexiones desde una experiencia personal hace más de ocho meses, puedo decirles que mi corazón, alma y cuerpo indígena se estremecen en estas líneas. Voy a contarles y compartir con quienes ahora me leen este pequeño texto, el cual se sumerge en mis memorias…

Mis memorias vuelven y se sumergen en la inmensidad de nuestros mares y de la Yakumama (Madre Agua). Desde el Océano Pacífico. Infinitud y gratitud.

El 2020, para muchos, será recordado como un año muy difícil, ya sea por la pandemia causada por la COVID-19 y por sus grandes efectos en nuestras vidas. En mi caso, además de todo ello, el 2020 empezó de la mejor manera, pues fui seleccionada, después de un arduo proceso de selección, para participar en la Edición 32 del Programa de Intercambio “El Barco de la Juventud Mundial”/ The Ship for World Youth-SWY 32. Este Programa fue patrocinado gracias a una beca integral por parte del Gobierno del Japón y se llevó a cabo desde el 11 de enero al 23 de febrero de este año. En esta increíble experiencia participaron 240 jóvenes de 11 países diferentes: 120 de Japón y 120 de países como: Bahréin, Brasil, Egipto, Francia, Kenia, México, Nueva Zelanda, Perú, Sri Lanka y Reino Unido.

Haber sido parte de los/as 12 miembros de la Delegación que representó al Perú fue un gran honor y privilegio. Representar a este país que me vio nacer y que, antes de su invención como Estado-nación, mis orígenes y ancestralidad me regalaron el honor de ser quechua. He ahí la importancia y trascendencia de haber reconocido y afirmado mis orígenes como abanquina y apurimeña, pues me convertí en la primera mujer quechua del sur del Perú Profundo en ese espacio muy anhelado por muchísimos jóvenes.

Surcando el Océano Pacífico a bordo del Nippon Maru como mujer quechua de los Andes del Perú.
Delegación peruana en el Programa SWY 32.

La riqueza del Programa SWY se basa en su originalidad, pues el Programa es llevado a cabo en el crucero Nippon Maru y la ruta de esta edición fue: Japón-Hawaii (Estados Unidos)-México. En este último país se llevó a cabo el Port of Call o la parada obligatoria donde se desarrollan actividades. La travesía de cruzar el Océano Pacífico de por sí ya es alucinante. Ver y sentir las aguas inmensas del mar generan sentimientos indescriptibles en palabras que marcan el alma con solo volver a recordar y sentir.

El crucero Nippon Maru en el puerto de Yokohama, Japón.

Aún más, cuando encuentras a personas maravillosas con quienes compartes todas las actividades de liderazgo, trabajo en equipo, conversatorios académicos, actividades culturales, activismo social, conversaciones e intercambio de experiencias múltiples. Fueron esos espacios que me enriquecieron humanamente. Además, la magia de hacer amistades de muchas partes del mundo, con quienes empezamos a encontrar lo tan parecidos que podemos ser con solo mirar nuestras diferencias. Aunque pareciera contradictorio, fue desde nuestras diversidades de acentos, idiomas, religiones, sexo, cultura, orientación sexual, fenotipos, posiciones políticas, etc. nos dimos cuenta que guardamos similitudes encarnadas en nuestra existencia e ideales por construir un mundo mejor.

SWY, para mí, fue un espacio de reconexión y reencuentros profundos con las raíces de mis antepasados. Me refiero específicamente a la gran experiencia de haber conocido a hermanos indígenas de otras partes del mundo como los maoríes de Nueva Zelanda; samoas de las islas del Pacífico; descendientes de pueblos milenarios como los tamiles y cingaleses del territorio actual de Sri Lanka y un querido amigo panyabí del actual Pakistán. Asimismo, descendientes de pueblos africanos y de otros lugares continentales.

Las aguas del Océano Pacífico antes de comenzar nuestra travesía.

La conexión más cercana a la reivindicación de nuestras luchas históricas, en nuestro reconocimiento como jóvenes de pueblos originarios, fue con mis hermanos/as maoríes. Quizás también, por el gran parecido con mi cultura quechua y por compartir las experiencias de viajes ancestrales como las navegaciones de hace más de 1500 a.C. Esta vez, desde Yokohama (Japón), pasando por la tierra/mar indígena de las islas del Hawái (Estados Unidos) hasta Ensenada (México) nos devolvían a vivir una experiencia de re significación y memoria del mundo indígena.

Nuestras banderas indígenas como nuestra wiphala de Abya Yala y la bandera de Aotearoa (actual Nueva Zelanda).

Ese mundo rodeado por otras concepciones de mundo, a partir de nuestras lenguas originarias, así también, con otros modelos de relación con nuestra Madre Tierra. Esa armonía biocéntrica, que yace en nuestro “Buen Vivir”, son muestras de una relación más justa entre el hombre y la naturaleza, donde las relaciones se basan en principios como la solidaridad, la reciprocidad y el amor para una convivencia sana que nos devuelve al mundo. Del mismo modo, el gran respeto y cuidado a todo lo que hace parte de la vida.

Mis hermanas indígenas de Aotearoa (Nueva Zelanda) y las Islas Samoa. Rumbo al Buen Vivir.

Hoy más que nunca, los problemas mundiales como el calentamiento global y la crisis civilizatoria que el mundo enfrenta, necesitan de soluciones profundas. La juventud ahora es ese presente que necesita aprender de las generaciones pasadas y continuar tomando acciones de transformación rumbo a sociedades sustentables de la mano con el Buen Vivir.

La experiencia SWY marcó un gran inicio y una continuación de miles de sueños en conjunto por un mundo mejor junto con la esperanza de la juventud mundial. El gran aporte de mis hermanos/as indígenas descendientes de culturas milenarias hizo que nos devolvamos al mundo, es decir, seguir manteniendo nuestro mundo originario del Buen Vivir con mucho orgullo y continuar construyendo ese mundo común que nos une como humanidad.

Por ello y más, doy gracias a SWY por reconectarme y haber sembrado muchas conexiones con almas tan especiales que llenan al mundo de esperanza. Todavía queda en mi memoria cada espacio de reflexión conjunta y los compromisos que asumimos en nuestras vidas. Como dicen las letras de una canción en quechua: “Uyariy nisqayki, manchakuychu rimayta”, que en español significa: “Mírame, ahora soy más fuerte. Mírame, ya no tengo miedo. Ahora sí, tengo esperanzas”.

Foto oficial de los/as participantes del Programa SWY 32, 2020.

[1] Mujer quechua de los andes peruanos. Profesora e investigadora de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Miembro del Observatorio Educador Ambiental Moema Viezzer (Brasil). Magister en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas por la Universidad Federal de la Integración Latinoamericana (UNILA) en Brasil. Licenciada en Relaciones Internacionales e Integración por la misma universidad. Activista de derechos humanos en el mundo.

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