Creando una nueva vida en El Salvador
Cómo un salvadoreño pasó de fabricar conflictos a fabricar jabones
Walter nunca pensó que viviría más allá de los 16 años. Estaba convencido de que un día moriría joven, en un charco de su propia sangre, después de un tiroteo con la policía o pandilleros rivales. Su historia es demasiado común en los entornos difíciles de algunas ciudades centroamericanas. Pero con el apoyo de USAID, su historia cambió a una de resistencia, determinación y esperanza.
Walter tenía solo 9 años cuando se unió a una clica de la Pandilla 18 en un barrio difícil de Soyapango, una ciudad adyacente a San Salvador, la capital de El Salvador. Tras ser víctima de acoso escolar, Walter acudió a los jóvenes mayores de su vecindario en busca de compañía y apoyo. Finalmente, fue reclutado para unirse a la pandilla. Su rito de iniciación tuvo lugar una tarde en un campo de fútbol vacío y polvoriento. Cinco niños mayores lo golpearon salvajemente. En lugar de realizar trabajos ocasionales como ser un poste o vigía (rol que normalmente se asigna a los niños), Walter se unió a los mayores para recolectar el dinero de extorsión, o renta, de sus víctimas.
Para Walter, ser parte de la pandilla era la ruta natural de escape de un hogar violento. Cuando era niño, Walter veía con frecuencia a su padre agredir físicamente a su madre. Después de un ataque particularmente cruel, la madre de Walter tuvo que someterse a una traqueotomía de emergencia para poder respirar. Walter creció odiando a su padre y le prometió a su madre que algún día la vengaría.
Hoy, Walter tiene 31 años. A lo largo de los años, su turbulento pasado lo llevó a más de 12 arrestos y ocho años en prisión. Entre períodos en prisión, lo pusieron en contacto con un traficante de personas o — coyote — para hacer el viaje a Los Ángeles. Sin embargo, el día antes de pagar la mitad de la suma del viaje, la policía lo arrestó.
Durante su tiempo en la cárcel, Walter desarrolló diabetes y fue rechazado por los miembros de la pandilla al considerarlo “inservible”. Le dijeron que siguiera su propio camino, pero que “no borrara su tinta”, es decir, sus tatuajes. Comenzó a trabajar como vendedor ambulante en el centro de San Salvador y lograba ganar lo suficiente para pagar sus inyecciones diarias de insulina. A través de este trabajo, descubrió que tenía perspicacia para los negocios, lo que podría ayudarlo a ingresar al mercado laboral formal.
Hace tres años, Walter escuchó sobre La Factoría Ciudadana (LFC), un programa de rehabilitación y reinserción financiado por USAID que sirve a ex pandilleros, jóvenes en conflicto con la ley y migrantes retornados con antecedentes criminales. Este esfuerzo liderado por el sector privado se basa en las iniciativas de Homeboy Industries y Amity Foundation en Los Ángeles y se adapta al contexto salvadoreño.
El programa brinda apoyo psicosocial y de salud mental, capacitación vocacional y empresarial, tratamiento para la adicción, apoyo para la colocación laboral y eliminación de tatuajes.
Walter se unió al programa y desarrolló otra habilidad: hacer jabón. Ahora pasa la mitad de su tiempo allí recibiendo apoyo psicosocial y capacitación vocacional. El resto del tiempo, Walte se gana la vida como instructor, enseñando a otros a fabricar jabón y artesanías y operando su propio negocio los fines de semana. Ahora, él sueña con algún día vender suficientes productos propios para ganarse la vida y apoyar a su novia.
“Si no fuera por La Factoría Ciudadana, no estaría contando mi historia. Podría estar en la cárcel o muerto ”, dijo Walter. “Gracias a la terapia y los talleres que recibí, soy una persona nueva. Ahora valoro mi vida y las personas que me rodean.”
A través del programa, Walter aprendió nuevas habilidades sociales destinadas a reemplazar los mecanismos y prácticas dañinas en las que había confiado a lo largo de su vida.
Lo que esto significa para Walter es que ahora puede expresar una gama más completa de emociones y comportamientos, incluido ser cariñoso, compasivo y afectuoso. Esto no ha pasado desapercibido por su novia. Una tarde reciente, mientras reflexionaba sobre su vida anterior, Walter comenzó a llorar. Sintió que sus lágrimas podrían ser un signo de cobardía. “De ninguna manera”, dijo su novia. “Significa que ahora tienes corazón”.
Walter reconoce la profunda transformación que ha experimentado en los últimos años. Desea que más personas en El Salvador puedan acceder a servicios similares. “Si no fuera por LFC, sé que estaría muerto”, dijo. “Ojalá hubiera LFC en todos los rincones de este país porque tanta gente como yo lo necesita.”
La Factoría Ciudadana abrió sus puertas en San Salvador a fines de 2017 con financiamiento semilla de USAID. Hasta la fecha, el programa ha atendido a aproximadamente 325 beneficiarios directos y 530 familiares. El Gobierno de El Salvador también ha proporcionado fondos importantes.
Walter recientemente se encontró con un viejo conocido que resumió la transformación de Walter:
“No hace mucho, tus manos sostenían armas que generaban mucho miedo entre todos nosotros. Ahora, esas mismas manos están haciendo jabones hermosos y coloridos que nos lavan las manos.”
Acerca del autor
Carlos A. Rosales es el Asesor de Seguridad Ciudadana en USAID El Salvador.