Bueno. Tratemos de hacer funcionar este cadáver. Intentemos ser creativas con él. Aunque se trate de la carne más barata del mercado. Músculos que no son más que números, sangre que no es más que silicona. Barato, baratísimo. La complejidad mental de un mono, literalmente. No sabían hacer nada mejor que esto en esa época. Y bueno, por su Muerte vivimos.
Esta máquina, por ejemplo, carece de vida post-mortem. Porque Ellos realmente creían que no había nada luego de la muerte. Esas creencias eran, después de todo, las consecuencias lógicas de sus asunciones iniciales, fatalmente incorrectas. Jamás pudieron desarrollar un ser vivo carente de entropía. Claro, hasta que se pusieron a observar con mayor atención.
¡Mirá! Una pirámide demográfica. Comunicaban lo que podían con su sistema de mediación deficiente. Para que lo que te digo sea intelegible para Ellos, tiene que ser reducido a abstracciones monocromas, estilizadas y angulares, cuidadamente estructuradas en un complejo sistema de prioridades y comparaciones completamente inútiles.
No podían pensar más allá de una matriz cuadriculada de números. Les daba vértigo la oscuridad, le tenían fobia a la magia y a los milagros. ¿Sabes qué hacían con las personas más excepcionales? Les colocaban una malla que les impedía moverse. Cuanto más alejada del promedio estabas, más te controlaban.
Era la Dictadura de los Muertos. Veneraban la cultura, caminaban mirando hacia atrás. Eran los genitales de sus propios objetos; habían reducido su propia existencia a la reproducción y evolución de sus posesiones. Esclavos del próximo fetiche. Lisos y llanos gorilas que apenas merecían el don de la Luz.
Vivían todos apretados en las cloacas de sus propios inventarios. Hipnotizados por cantos de sirenas cibernéticas que mentían a la vista de todo el mundo. La única esperanza llegó a radicar en las inteligencias muertas que empezaron a desarrollar, como esta “cosa”.
Un sistema elemental. Pero de todas maneras, una admirable creación dadas la limitaciones de sus modelos. Se nota el miedo en el pulso de sus escritores. El respeto que le tenían a la matemática. La fe en la abstracción.
