Emboscada

Francisco Diaz Heinzen
Utrópica
Published in
4 min readNov 3, 2020

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Después de cenar en silencio se quedaron solos, cuando Sonia se fue a dormir. Los dos hombres se quedaron mirando el vaso de whisky, sin hablar. Finalmente, el viejo tuvo el valor para preguntar:

-¿Cómo pasó?

El hijo se inquietó en el sofá. Atinó a ensayar una excusa, o al menos eso quiso, pero las palabras no le salían de la boca. Y eso que había pasado una semana entera, cruzando el mundo, buscándolas. Finalmente luego de algunos inicios fallidos, Alfredo encontró las palabras para comenzar a hablar:

-La sacamos barata. Una sola baja. De hecho, la única baja de toda la misión.

El viejo comenzó a quebrarse.

-Íbamos a recuperar una aldea tomada por la guerrilla. En el medio de la selva, un calor de matarse y uno con toda esa parafernalia encima, vos sabés.

A Alfredo le costaba hablar. Era ridículo intentar verbalizar ese mundo ahí adentro, en la familiaridad de ese living, con fotos de él y sus hermanos sonriendo infantiles en las paredes. No, su identidad era otra allí, no había manera de ser el mismo Alfredo de la selva del Congo.

El viejo callaba. Respetaba a Alfredo en sus silencios, a su modo comprendía. Le reconfortaba su presencia, se sentía entendido, y ambos lo sabían. Estaban entre camaradas. Alfredo continuó el relato.

-Atravesamos la selva a machetazos un día entero para hacer el ataque, porque sabíamos que nos esperaban por el camino que llevaba a la ciudad donde estaba el cuartel. Tomamos un vuelo a otra ciudad que estaba mas lejos, después fuimos en jeeps lo más adentro que pudimos hasta un claro donde hicimos campamento. Salimos después del desayuno, con vistas a hacer la ofensiva la mañana siguiente. Miguel… -la boca de Alfredo se secó, empujó un trago. Invocar su nombre hacía casi que tangible su presencia en la habitación, y al oír el eco de esa palabra las pieles duras de los hombres se erizaron. Los ojos del viejo se humedecieron, sin que su cara se moviera un centímetro, dura, curtida.

-La verdad que Miguel no estaba en condiciones de hacer esa misión papá. Estaba gordo, fumaba muchísimo, y ya los viejos lo habían sancionado varias veces. Lo amenazaban con traerlo de vuelta a fregar pisos. El igual continuó con su postura desafiante. Íbamos entre los matorrales y el ahí jadeando como un chancho. Lo mandé para el campamento y no me hizo caso. Cuando comenzamos a ver las luces de la aldea, Miguel ya era un ente, cargaba como zombie la metralleta, deliraba de fiebre y no escuchaba las órdenes. Fuimos todos muy profesionales, pero nadie pudo evitar lo que le pasó. — Alfredo subía la voz y entraba en calor, escupiendo esas palabras y recordando la adrenalina.

-¿Y vos?¿Vos no lo cuidaste? -interrumpió el viejo, intempestivamente. -¿que andabas haciendo vos cuando a el lo matan?

-Estaba con cincuenta hombres bajo mi mando papá. Tenía ojos hasta en la nuca, pero a él lo perdí de vista. Ya te digo, no estaba en sus cabales incluso antes de que nos hicieran la emboscada.

-¿Y por qué no lo obligaste a quedarse en el cuartel carajo? -gritó el viejo, quebrando el silencio nocturno. -¡Era tu hermano, lo tenías que cuidar!

Tras unos segundos en los que intercambian miradas de furia, el clima se rompe por el sonido de unos pasos viniendo del pasillo. Alfredo vio, por detrás del hombro izquierdo de su padre, a su madre asomando tímida la cabeza, los ojos empapados en llanto.

-Jorge, vení a la cama, es tarde. -susurró.

-Ya voy Sonia, ya voy. -respondió su padre, sin mirarla. Mientras el viejo se incorporaba con esfuerzo, apoyándose en su bastón, Alfredo lo miraba con odio, tomando whisky. Cuando ya su padre comienza a caminar hacia el pasillo, Alfredo finalmente le responde con calma impostada:

-Me desplantó frente a toda la tropa. Desobedeció mis órdenes. Su muerte se la buscó el solito, en su terquedad tan característica de esta familia

El viejo, que se había detenido y le daba las espaldas a Alfredo, retomó su lento camino hacia su cuarto.

-Vámonos a dormir, Sonia.

-Mamá, era mi hermano. Yo también tengo derecho a llorarlo.

Su madre, sollozando, asiente en silencio y da la vuelta para ayudar a su marido a caminar. Alfredo queda solo en el living, con la botella de whisky añejo que había comprado en el free shop.

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