Museo de los trozos de la memoria del alma

Francisco Diaz Heinzen
Utrópica
Published in
1 min readJan 11, 2019

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Sleepwalker (1925) — Jindřich Štyrský

Al entrar, no se ve nada. Es solo una habitación vacía y oscura. Se entra a tientas, procurando no chocarse con las cosas, buscándolas con la mano, dejándose llevar por el tacto. Poco a poco, el visitante aprende a distinguir los relieves de la llanura extendiéndose en el horizonte, y la pálida luz titilante del cielo comienza a ser la guía que nos va revelando secretos. Cada estrella una vida y un aprendizaje, cada planeta un objetivo cumplido o abandonado.

Con la pera apuntando al pecho, el visitante comienza a sentir también los susurros del piso de tierra, que van marcando un sendero por el que se comienza a descender en espiral hasta un pasillo con una puerta allá al fondo. Se camina lentamente, aguzando el oído, y a unos pasos de llegar, la puerta se abre y estamos en la azotea. El sol brilla, y aquel mundo patas para arriba se torna claro y direccionado, como si la travesía no hubiera sido más que una flecha cayendo en el arroyo.

El aire es húmedo, denso, y los pensamientos se entorpecen mientras el visitante se dirige a un laberinto de paredes inclinadas que laten con suavidad, como despidiéndose.

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