La resistencia a Trump

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16 min readApr 11, 2017

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Por Ruben Perina, Ph.D. | @rubenperina

Perina es Profesor en la George Washington University. Es columnista ocasional de periódicos (el País, el Clarín). Dirigió programas de promoción de la democracia en la OEA y sus observaciones electorales en República Dominicana, Venezuela, Guatemala y Paraguay. Es autor de varias publicaciones sobre promoción y defensa de la democracia, entre ellas The Organization of American States as the Advocate and Guardian of Democracy, publicado en 2015. Doctorado en Relaciones Internacionales de la University of Pennsylvania.

En las últimas semanas expertos y comentaristas nacionales e internacionales han expresado su descreimiento, desconcierto y alarma por los pronunciamientos y decisiones del presidente Trump, sus asesores y miembros del gabinete sobre política internacional. Varios han especulado y postulado un incierto y catastrófico futuro para la sociedad norteamericana y para el mundo. Se presagia un orden internacional marcado por una creciente turbulencia, inseguridad y un aumento de la conflictividad en diferentes regiones del planeta, con probables y trágicas consecuencias para la estabilidad, la prosperidad y la paz.

No es para menos. El nuevo presidente transmite una inusual ligereza y un aparente desconocimiento de la compleja realidad internacional. Preocupa también la inexperiencia de sus más cercanos asesores y el hecho de que la administración Trump parece inmersa en el desorden y la tensión. Esto se refleja en las contradicciones, desavenencias, idas y vueltas, entre el propio presidente y su grupo duro y más cercano de asesores, los radicales “revisionistas” -entre ellos el jefe de estrategia, Stephen Bannon; el jefe de gabinete, Reince Priebus; y el Secretario de Justicia, Jeff Sessions- y por otro lado, los “tradicionalistas”, miembros prominentes de su gabinete y “representantes” del establishment, divididos a su vez entre “conservadores tradicionales”, enfocados en economía, finanzas y comercio, incluyendo varios ejecutivos multimillonarios de Wall Street -como Gary Cohn, Dina Powell, Jared Kushner (yerno de Trump), Willbur Ross y Steven Mnuchin-, y por otra parte los llamados “adultos,” realistas moderados, encargados de seguridad y política exterior, como el vicepresidente Mike Pence, el Secretario de Estado, Rex Tillerson, el Secretario de Defensa, General James Mattis, el Secretario de Seguridad Nacional, General John Kelly, y H. R. McMaster, director del Consejo Nacional de Seguridad.

Además, para Trump, inexplicablemente, las relaciones de EEUU con sus aliados tradicionales y su participación en organismos internacionales han sido desventajosas e “injustas” porque habrían abusado de su apertura, protección y generosidad.

Las declaraciones de Bannon han intrigado a muchos observadores. Según él la administración Trump se encuentra en una lucha diaria de des-construcción del estado administrativo, y del poder del establishment de las costas (California, Boston, New York, Washington, D.C.) y de las instituciones internacionales –poder que debería pasar a la gente común. Nadie sabe todavía qué significa exactamente este lenguaje poco corriente en el discurso sobre política exterior.

De qué se trata todo

Presumiblemente, esa postura revisionista y des-constructivista del actual orden internacional, incluiría el nacionalismo (nativismo, anti-inmigración), el populismo económico (proteccionismo y anti-comercio libre), el unilateralismo y chauvinismo (EEUU grande, primero y solo), y el anti-globalismo o escepticismo y reducción de la cooperación internacional y de alineamientos o compromisos automáticos con aliados tradicionales (Alemania, Australia, Japón, México, Suecia) o con instituciones multilaterales como la Unión Europea, NATO, NAFTA, la Organización Mundial de Comercio o tratados internacionales como el Acuerdo de París sobre Cambio Climático, o la Asociación Trans-Pacífico (TPP) que “limitan” la soberanía y la libertad de acción del estado norteamericano.

La postura también rechazaría el intervencionismo neo-conservador que buscaba el cambio de régimen en Afganistán, Iraq o Libia –aunque quedaría latente la posibilidad de una incursión militar selectiva como la reciente redada a una base del Estado Islámico de Iraq y Siria (EIIS/ISIS) en Yémen o el envío de fuerzas especiales a Siria.

Esta postura “trumpiana” respondería, teóricamente, a una visión subyacente, negativa, distópica, del mundo a su alrededor: un mundo poco amigable para Estados Unidos, infectado por el odio y el terrorismo del extremismo islámico y enfrascado en una guerra de civilizaciones. Además, para Trump, inexplicablemente, las relaciones de EEUU con sus aliados tradicionales y su participación en organismos internacionales han sido desventajosas e “injustas” porque habrían abusado de su apertura, protección y generosidad.

La resistencia a los designios “revisionistas” y “des-constructivistas” de Trump provienen de los límites y condicionamientos que le impone la compleja realidad dei sistema político norteamericano.

Ahora bien, si se busca el revisionismo, el des-constructivismo y la transformación del orden internacional actual ¿Qué lo sustituiría? ¿Cuál sería la naturaleza del nuevo orden internacional?

Por ahora sólo se puede presumir que caeríamos en un mundo todavía multipolar, pero más incierto, más turbulento, más inseguro; donde no se respetarían las instituciones multilaterales ni sus reglas; donde prevalecería el unilateralismo y la prioridad de los estados sería el aumento de su poderío nacional (económico, tecnológico y militar) y la lucha por el poder y la primacía, en modo de competencia expansiva suma-cero por esferas de influencia. O sea, un mundo de realismo puro, salvaje. Sería un mundo más descarnado, competitivo, conflictivo, más disfuncional para el desarrollo y la prosperidad mundial. Y más peligroso para la paz. Se parecería (guardando las distancia y la diferencias) a aquel mundo “hobbesiano” multipolar de balance y equilibrio de poderes del siglo XIX. Un mundo “solitario, pobre, brutal, malevo…” marcado por la eterna voluntad humana de sobrevivir, prosperar y dominar.

La realidad es que en estos primeros meses de presidencia de Donald Trump, actores del sistema han resistido sus intentos más radicales o revisionistas tanto en temas domésticos como en asuntos internacionales.

En ese “nuevo” mundo, Bannon y Trump, teóricamente, suscitarían una participación norteamericana más agresiva, menos acomodadiza, menos cooperativa y solidaria, más dura, más nacionalista, más solitaria y competitiva, más “ganadora,” en defensa y promoción de los intereses inmediatos de Estados Unidos. Intentarían así usar el poderío militar, tecnológico, económico y financiero norteamericano para “ganar,” y recuperar la primacía y la seguridad plena. Ya se solicitó un aumento sin precedente en defensa de 10%, lo que equivale a 54 billones de dólares; nada de soft power aquí.

Sin embargo, para evitar reacciones viscerales y alarmistas y predicciones apresuradas y distópicas de un mundo futuro, conviene detenerse y considerar los constreñimientos que impone el sistema y cómo resisten sus actores e instituciones a la política de Trump.

Sistema constreñido

La resistencia a los designios “revisionistas” y “des-constructivistas” de Trump provienen de los límites y condicionamientos que le impone la compleja realidad dei sistema político norteamericano.

En primer lugar, el poder político está compartido en el ya bicentenario sistema político norteamericano entre el poder ejecutivo, el judicial, el legislativo bicameral y los cincuenta estados. Con su régimen de pesos y contrapesos el sistema limita el poder presidencial y resiste su abuso o giros autoritarios radicales. Mientras que el presidente tiene la autoridad y amplia latitud para tomar acciones inconsultas en defensa y seguridad, el poder ejecutivo es una pieza más del engranaje político; no tiene total autonomía de acción ni poder absoluto como le gustaría a Mr. Trump. Su poder está enmarcado en el sistema de separación y equilibrio de poderes, y su rol está limitado a ejecutar las leyes y normas establecidas. No es lo mismo manejar una empresa privada/personal, con control y discreción absoluta, sin oposición o cuestionamiento y sin rendir cuentas a nadie, que conducir el enorme gobierno federal, centro vital del complejo sistema político. El sistema rechaza decisiones unilaterales y arbitrarias.

En segundo lugar, al sistema además lo rodea, lo protege su cultura política tradicional imbuida de principios, valores y prácticas en las que predominan la moderación, el centrismo, la tolerancia, el dialogo, la negociación, la persuasión y la búsqueda de consensos (“compromise”), atributos todavía no revelados en la Casa Blanca. La opinión publica resiste la incompetencia, las falsedades, la falta de transparencia e integridad que emana constantemente de la Casa Blanca. La mayoría que no lo votó (54%) todavía lo resiste y su aprobación es de solo 40% a 45% según encuestas de Gallup -medición inusitada para lo temprano de una presidencia- y apenas registra 37% de credibilidad.

Mantener el papel

La realidad es que en estos primeros meses de presidencia de Donald Trump, actores del sistema han resistido sus intentos más radicales o revisionistas tanto en temas domésticos como en asuntos internacionales. A nivel doméstico se ha manifestado una significativa resistencia a su “política” en materia de salud (donde ya sufrió una durísma derrota legislativa), educación, inmigración/deportación, medio ambiente y desarrollo energético.

En materia internacional, para empezar, el establishment norteamericano de política exterior, en su concepción más amplia, que incluye académicos, periodistas, ex funcionarios, congresistas de ambos partidos (John McCain, Lindsey Graham, Bob Menéndez y otros), especializados todos en asuntos internacionales, defensa, espionaje e inteligencia, con posiciones moderadas y tradicionales en política exterior, ha rechazado rotundamente los pronunciamientos y comportamientos que Trump ha exhibido en la campaña y en las primeras semanas de su mandato.

El orden internacional presente no es solo multipolar sino que es cada vez más interdependiente, globalizado, liberal y multilateralizado. Es un mundo donde prevalecen (aunque no absolutamente) valores como la diplomacia, la negociación, la cooperación, la solidaridad, el libre comercio; y donde sobresalen e interactúan las instituciones multilaterales y las alianzas para la seguridad

Para el establishment Trump no parece reconocer que Estados Unidos es primus entre pares en el actual mundo multipolar y que su activa y constructiva participación es insoslayable. Para una gran parte de los actores mundiales y del establishment, EEUU es el país indispensable para la estabilidad y la seguridad del orden internacional. En gran medida este es el resultado del papel protagónico y preeminente de sus gobiernos a partir de la Segunda Guerra Mundial y del triunfo de la Guerra Fría. Su liderazgo hasta ahora ha logrado la prevalencia de los valores de la democracia liberal en Occidente, del libre mercado y libre comercio internacional, y un entorno mundial de relativo desarrollo socio-económico, tecnológico, de prosperidad y paz.

El orden internacional presente no es solo multipolar sino que es cada vez más interdependiente, globalizado, liberal y multilateralizado. Es un mundo donde prevalecen (aunque no absolutamente) valores como la diplomacia, la negociación, la cooperación, la solidaridad, el libre comercio; y donde sobresalen e interactúan las instituciones multilaterales y las alianzas para la seguridad, la paz, el desarrollo socioeconómico, la defensa de los derechos humanos, la promoción de la democracia, la no-proliferación nuclear, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, la protección el medio ambiente, la conquista del espacio -asuntos que se han trasnacioanalizado. Para el establishment sería irresponsable y un auto-flagelo que EEUU se distanciase, o abandonase su rol proactivo y actuase solo reactiva y unilateralmente. El presente es todavía un orden internacional del cual EEUU se beneficia significativamente, cosa que Trump no parece entender cabalmente todavía. Por ello el establishment se encuentra atónito y alarmado ante sus declaraciones sobre lo desventajoso e injusto que supuestamente ese orden ha sido para su país.

Los “adultos” de la administración tampoco parecen dispuestos a reducir la presencia norteamericana o abandonar el liderazgo ni su actual preponderancia en el mundo.

Según el establishment la verdadera amenaza está en la inseguridad que generan la proliferación nuclear (Corea del Norte, Irán), el narcotráfico, el proteccionismo y una posible guerra comercial, las guerras civiles y regionales, el terrorismo de EIIS–ISIS, y los gobiernos dictatoriales y agresivos (Rusia, Siria) que reprimen libertades, derechos humanos y a los medios, y que además producen millones de desplazados y refugiados, hambruna y epidemias.

Novedosamente, notables expertos (Fareed Zakaria, Joseph Nye) consideran a la guerra cibernética y su conexa guerra espacial como la principal amenaza a la seguridad norteamericana y la paz mundial, con Rusia y China al frente del desafío. Para el establishment tales amenazas no pueden enfrentarse con éxito unilateralmente, sino que se requieren la cooperación internacional y regional, las instituciones multilaterales, las alianzas estratégicas y la participación activa y liderazgo de Estados Unidos. Por ello la resistencia al revisionismo “trumpiano.”

Control de daños

Los “adultos” de la administración tampoco parecen dispuestos a reducir la presencia norteamericana o abandonar el liderazgo ni su actual preponderancia en el mundo. Más bien parecen determinados a conservar y defender un orden internacional que hasta ahora ha favorecido a sus intereses y valores, y que ha exhibido una relativa estabilidad, prosperidad y paz mundial, a pesar de las amenazas y calamidades que lo azotan. A medida de que Trump se topa con la realidad, establece relaciones personales con líderes del mundo, y consulta con los “adultos” de su gabinete, es probable que su actitud radical y revisionista se vaya moderando.

De hecho, eso parece estar ocurriendo. Recientes declaraciones de Mattis, Tillerson, Kelly, McMaster y el vicepresidente Pence, indican una moderación o flexibilización de los pronunciamientos del presidente hacia posiciones más pragmáticas, más tradicionales; más establishment. El discurso ahora es menos disruptivo y más congruente con la política exterior ortodoxa de cooperación con sus aliados (la Unión Europea, NATO, Alemania, Australia, Corea del Sur, Irak, Japón y otros), y de rivalidad más o menos tensa y conflictiva con Rusia y China.

Ya se observa una creciente y vocifera resistencia a las políticas, ideas y comportamiento de la administración Trump en materia de política exterior. El establishement y los “adultos” le imponen límites a la pretendida “política” disruptiva, des-constructivista y revisionista de la Casa Blanca.

Así, después de tensar la relación con China tras una conversación telefónica con la presidenta de Taiwan, Trump acordó con el presidente Xi Jinping que respetará la tradicional política de una sola China. También le prometió al primer ministro japonés, Shinzo Abe, continuar el apoyo de Estados Unidos a la tradicional alianza económica y de seguridad.

El vicepresidente Pence, el secretario de Estado Tillereson y el secretario de Defensa Mattis, por su lado, han asegurado a los líderes europeos y de NATO el continuo compromiso de Estados Unidos con la seguridad de Europa, y en una visita inesperada a Irak, Mattis señaló públicamente que su país no tiene intenciones de apoderarse del petróleo iraquí para negárselo y derrotar a EIIS/ISIS, como lo había sugerido Trump. También contradijo al presidente asegurando que la tortura no es la mejor manera de conseguir información útil y fidedigna. Tillerson, por su parte, parece haber convencido a Trump de no retirarse del Acuerdo París y ha conseguido supuestamente que Irak, tras su airada protesta, fuese excluida de la lista de siete países con mayoría musulmana.

Trump parece empeñado en arruinar una relación fronteriza ineludible, que a todas luces ha traído beneficios mutuos. El comercio entre los dos países alcanza más de 500 billones de dólares anuales en los últimos años

Por otro lado, Tillerson y Kelly tras una inusual visita a México parecían haber “normalizado” las relaciones, dañadas y tensadas por las insultantes declaraciones de Trump sobre los inmigrantes mexicanos y por su promesa de construir un muro fronterizo que, según él, lo pagaría el propio México. La distensión y la normalización iban a avanzar con la programada visita oficial del presidente Peña Nieto a Washington. Pero para consternación de todos, Trump inesperadamente intimó a Peña Nieto, vía Twitter, a comprometerse a pagar el muro o cancelar su visita. No sorprendió a nadie que el mandatario mexicano suspendiera su viaje.

Trump parece empeñado en arruinar una relación fronteriza ineludible, que a todas luces ha traído beneficios mutuos. El comercio entre los dos países alcanza más de 500 billones de dólares anuales en los últimos años (de los cuales EEUU importa 320 y exporta 280). México es un aliado indispensable en la lucha contra el narcotráfico, el crimen organizado, el tráfico de armas y de personas y la inmigración ilegal. Kelly y Tillerson aparentemente entendieron rápido la compleja interdependencia existente entre los dos países y han convencido a Trump (con la ayuda de Jared Kushner, amigo del canciller mexicano), de bajar la retórica y aceptar la realidad y la necesidad de mantener, institucionalizar (“des-tuitear”) y cultivar una relación racional de socios inevitables, para cooperar en el manejo de los desafíos comunes que enfrentan, e inclusive para renegociar el NAFTA, algo que Trump prometió en su campaña y que el gobierno mexicano ve con buenos ojos.

En EEUU existen importantes intereses con fuertes relaciones comerciales, económicas, financieras y demográficas con México, que se resistirán a una política “trumpista” que perjudique esas relaciones. Se han reanudado conversaciones, con sus habituales desaveniencias y tensiones, para reagendar la visita que en principio normalizaría las relaciones.

Otros frentes, otras resistencias

El tratamiento del controvertido tema inmigratotrio y las relaciones con Rusia son asuntos que generan oposición y resistencia entre varios actores del sistema político y de la sociedad norteamericana. Por su parte, los medios independientes y los “filtradores” anónimos también objetan las “políticas” de Trump.

1. La resistencia a la política de inmigración

El intento de Trump de aplicar una nueva política (anti) inmigratoria (Orden Ejecutiva del 7 de febrero), inmediatamente encontró intensa resistencia interna. Organizaciones No Gubernamentales, estudiantes, profesores, presidentes de universidades, gobernadores y procuradores fiscales de dieciséis estados rechazaron y protestaron contra la decisión, que la calificaron de inconstitucional, inmoral, mal redactada y peor coordinada en su ejecución.

Pero más significativas y efectivas fueron las medidas cautelares interpuestas por jueces y cortes federales, que esencialmente detuvieron la aplicación de la Orden Ejecutiva, que buscaba teóricamente mejorar el sistema de control migratorio contra supuestos terroristas musulmanes que llegarían como refugiados desde 7 países (Siria, Irán, Iraq Irán, Iraq, Libia, Siria, Sudan, Somalia y Yemen). Importantes referentes de su propio partido (y de los Demócratas) y reconocidos constitucionalistas criticaron y rechazaron su actitud arrogante e ignorante de la separación de poderes y de las competencias del poder judicial. Tampoco ha prosperado una nueva Orden Ejecutiva, con medidas menos discriminatorias y más ajustadas a derecho, debido una medida cautelar de un juez federal de Hawái.

El rechazo y la resistencia a estas Ordenes Ejecutivas contra la inmigración y la entrada de refugiados, provienen también de industrias como la agrícola, la hotelera y gastronómica y de la industria de la construcción que emplean a millones de trabajadores manuales, muchos de ellos inmigrantes ilegales, así como de corporaciones de alta tecnología y universidades que contratan del extranjero innovadores y científicos altamente calificados.

2. Resistencia a Putin

Las opacas e inexplicadas relaciones de Trump y sus asociados con sectores vinculados al oficialismo ruso son cuestionadas diariamente por el establishment y los medios. Se cuestiona en particular el aparente apaciguamiento del presidente Vladimir Putin y la negativa de Trump de criticar su comportamiento agresivo en Ucrania y Siria (aparentemente ahora también en Libia y Egipto) y su interferencia electrónica (“hacking”) en las elecciones recientes.

Se investigan también las sospechosas y secretas relaciones de asesores intimos de Trump (Paul Manafort, Michael Flynn, Jeff Sessions) con funcionarios y “oligarcas” rusos, y la existencia de un dossier sobre supuestas actividades comprometedoras de Trump en Rusia. Los vínculos y el dossier fueron revelados por filtraciones, supuestamente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), y amplificadas por medios independientes como CNN, The New York Times y The Washington Post.

No cesa el interés, la inquietud y constante sondeo del establishment y de los medios por conocer más sobre esta extraña relación de Trump con Putin. La preocupación y sospecha es tal que ambas cámaras del Congreso, al igual que el FBI están investigando la inusual conexión rusa. El FBI aparentemente posee información que revela contactos de asociados de Trump con operadores rusos para divulgar información perjudicial contra Hillary Clinton, algo que Trump siempre negó. Putin no tiene defensores y sus detractores abundan en el establishment. Para estos, Rusia es el enemigo número uno, por su posesión de armas nucleares y misiles inter-continentales, y por su agresivo intervencionismo en Europa para quebrar a la Union Europea y NATO, y en el Medio Oriente para desafiar a EEUU.

Por ocultar su relación con Rusia, expertos del establishment e importantes congresistas republicanos y demócratas forzaron el despido del Asesor del Consejo de Seguridad Nacional (NSC), Michael Flynn, uno de los más cercanos a Trump. La “renuncia” tan temprana, sin precedentes, significó un duro revés para para el presidente. También obligaron a Jeff Sessions a recusarse de la investigación del FBI sobre la injerencia rusa en las elecciones y varios senadores de ambos partidos han cuestionado su integridad y la propiedad de su nombramiento, y han solicitado su renuncia. Aparentemente las conversaciones secretas de Flynn y Sessions con los rusos pretendían asegurar a Putin que las sanciones impuestas por Obama se anularían después de que Trump asumiera la presidencia.

3. La resistencia de los medios y de los filtradores

Imperdible es el cuestionamiento a Trump y asociados por parte de los medios tradicionales independientes, como los prestigiosos periódicos The Washington Post o The New York Times, o los canales de televisión CNN, ABC, CBS, NBC, a los que Trump ha tildado de “enemigos del pueblo americano”, en un ataque sin precedentes en la historia de las relaciones entre el gobierno y los medios. Estos medios no toleran, desafían e investigan constantemente lo que perciben como contradicciones, incoherencias, incompetencia, mentiras, corrupción o falta de ética y transparencia del gobierno. The Washington Post chequea y mide diariamente las falsedades de Trump con “pinochos” que van aumentando. Igualmente, destacados caricaturistas y comediantes de populares shows de televisión no dejan de burlarse del presidente y sus ocurrencias, exageraciones y falsedades.

Los medios independientes, son, por otro lado, el canal preferido por las agencias de inteligencia para filtrar y divulgar, vía “leaks”, en un acto de resistencia, información que contradice pronunciamientos de Trump o expone actividades que, en principio, dañan o amenazan el interés y la seguridad nacional. Ex funcionarios de esas agencias con frecuencia expresan en los medios su indignación y agravio por el maltrato y desprecio manifestado por Trump, quien denunció que sus filtraciones (no comprobadas) falseaban o inventaban sus vínculos con Rusia. Las acusó, sin pruebas, de usar tácticas de la Gestapo.

Las “leaks” –o filtraciones- y reportes de prensa además revelan la existencia de un aparente desorden y caos que reina en la Casa Blanca, resultado de disputas internas por el poder y diferencias substantivas a lo interno de la administración, así como improvisaciones, contradicciones y retracciones. Las “leaks” y los medios también han puesto al descubierto intentos de la Casa Blanca de presionar al FBI (sin éxito) para abortar las investigaciones sobre la injerencia cibernética rusa en las elecciones, sobre las conversaciones con el equipo de Trump y sobre el supuesto espionaje de Obama al equipo de Trump, alegado por este sin pruebas y desmentido por el FBI y la ANS. El desmentido es un duro rechazo a las gratuitas acusaciones del presidente, que revela además su compulsivo comportamiento falsario.

Las “leaks” vía los medios son un instrumento más de la resistencia a las “políticas” de Trump. Son una realidad, “el estado profundo” que resiste y erosiona la agenda revisionista y des-constructivista.

En síntesis, ya se observa una creciente y vocifera resistencia a las políticas, ideas y comportamiento de la administración Trump en materia de política exterior. El establishement y los “adultos” le imponen límites a la pretendida “política” disruptiva, des-constructivista y revisionista de la Casa Blanca. Pero la oposición, cuestionamiento acérrimo y la resistencia también surgen de los medios, de expertos y académicos, de las organizaciones civiles e inclusive de importantes sectores empresariales y, por supuesto, de los líderes del partido Demócrata. Adicionalmente, hemos visto cómo la propia complejidad del “sistema” le impone límites a los designios revisionistas y des-constructivistas de Trump. El “sistema” es mucho más difícil de cambiar de lo que las promesas de campaña de un outsider demagogo harían pensar.

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