El tuyo fue lento.
Imparable.
Como caer de espalda en un mar de colores sin nombres.
Me envolvió, me abrazó… tranquilizándome con su belleza, bañando mi alma en tranquilidad.
Y luego, por fin,
me envolví con él.
Y no hubo miedo ni dolor.
Sólo el ligero sentimiento de cien mil estrellas brillando contra la oscuridad.