Audaces viajeros

Cartas desde el suelo
Vestigium
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5 min readSep 21, 2021

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La sala ya no se iluminaba como antaño: las exhalaciones de las miles de almas que habían pasado por el lugar y los humeantes y grasientos guisos que se habían elaborado en la marmita de la cocina contigua habían añadido una capa ambarina al que antaño fuera el translúcido cristal que componía los ventanales de la posada. El olor a grasa y a las innumerables bebidas vertidas por el suelo acompañada por la monótona y triste melodía que tocaba un juglar de escaso talento hacían, si cabe, del Manco Empecinado una fonda con ese encanto que tanto atrae a los viajeros cansados. Sus roñosas mesas acogían a un nutrido número de paisanos que entumecían sus mentes con las bebidas disponibles en la poco variada oferta para abstraerse un momento y no pensar en la cantidad de insectos rastreros que podían ocultarse en las innumerables rendijas de tan ajado edificio, así como de otro tipo de plagas de mayor tamaño. Ese día, una de las mesas del lugar estaba copada por un pequeño grupo de silenciosos viajeros, sucios por haber recorrido muchas leguas, rudos y fornidos, con aspecto de no ser de los que median palabra en una discusión airada; dos de ellos portaban ropajes ligeros y el resto una suerte de piezas de cuero curtido pensado más para sobrevivir a una puñalada trapera que para una travesía cómoda por las tierras circundantes. Todos bien armados. Uno de los paisanos del lugar, un hombre ajado, algo encorvado y con escasas canas cubriendo su cuero cabelludo, tras un buen rato observándolos sin demasiada discreción, dio el último gran trago a su pichel de madera, hinchado y oscurecido por el sinfín de bebidas que había contenido a lo largo de su vida, y se encaminó con paso dirigente hasta tal nutrido grupo de viajeros. Estos, que ya estaban sobre aviso desde hacía rato del escrutinio de tal peculiar individuo, pararon un momento su descanso para al fin conocer qué podría necesitar de ellos.

— Buenos días, viajeros — comenzó a decir el hombre — . Mi nombre es Ashad, veo que sois gente curtida en lides. Quizá tenga un trabajo para vosotros.

Los hombres compartieron una rápida mirada y continuaron con lo que estaban haciendo antes de ser interrumpidos por el hombre.

— La tarea puede reportaros una cuantiosa recompensa — continuó el hombre para intentar volver a captar la atención.

Entonces, uno de los hombres de ropajes ligeros se volvió al comprender que el anciano seguiría insistiendo.

— Perdone, señor Ashad, siento decirle que solo somos meros comerciantes y no podemos demorar o alterar nuestra ruta, así como correr riesgos innecesarios — se excusó, en tono amable — . Comprenda que no nos es posible aceptar su tarea.

— Les veo bien pertrechados, no entiendo por qué no quieren ganar dinero, fama y gloria — volvió a insistir.

— Porque este señor nos va a proporcionar beneficios, mitad por adelantado y mitad concluida nuestra labor y que esta, probablemente, no entrañe tanto peligro como el lío en el que nos quiere meter usted con la promesa de algo que desconocemos de su existencia — dijo uno de los hombres de armadura señalando al hombre que interpelaba a Ashad — . Además, si, cumplido el trabajo, lo estimase, ya sea por nuestra labor o precio, nos volverá a contratar e incluso recomendar a otros compañeros de su gremio para que soliciten nuestro servicio, algo que nos permitirá expandir el negocio a fin de bajar nuestro precio gracias a la economía a escala. Y, sin habernos jugado el pellejo, en exceso, ya me entiende — explicó mirando al hombre que lo había contratado — , tendremos el dinero y la fama suficiente como para poder retirarnos, ya viejos, disfrutando de todas las comodidades posibles.

— Así es, amigo — dijo el hombre de traje ligero — . Por mi parte ando en la misma función: llevar mis mercancías me proporcionará dinero para poder seguir contratando servicios como los de mis compañeros de viaje, así como ganar lo suficiente como para expandir poco a poco el negocio, tener mejores medios de transporte y ganar más al permitirme mover mayores cantidades de mercancía ¿Quién quiere meterse en una sucia cueva para sacar un cofre roñoso y una espada mohosa teniendo un emporio comercial?

— Es una catacumba, señor, bajo el cementerio — corrigió el paisano.

— Tanto da — dijo el mercenario — . Seguro que se nos hunde y morimos sepultados.

— Pero la maldición de la que nos libraréis serán recordadas en cantares de gesta.

— Si es para que la cante ese juglar de ahí — dice el hombre del traje ligero señalando al melancólico juglar que arreglaba una cuerda en ese momento — , mejor no hacer nada.

Ashad se quedó en silencio, sus ojos vidriosos expresaban sin palabras las sensaciones que atormentaban en ese momento a su pobre alma: pesadas losas de amargura que la aprisionaría hasta aplastarla. El hombre de traje ligero se percató de este hecho.

— Mira, Ashad, entiendo por lo que tu aldea debe estar pasando, pero no somos los indicados para acometer tal tarea — explicaba con voz confortadora — . Necesitas gente audaz que esté dispuesta a ayudar a los demás de forma desinteresada, algo que no abunda en este mundo. Ya no quedan héroes ni juglares que los dignifiquen.

— Señor, Ashad, si me permite aconsejarle — interrumpió el mercenario — . Debería buscar a otro tipo de persona, gente joven, alocada, que crea que es inmortal. Hay más posibilidades que esta gente le ayude por la gloria de sus ideales aún sin desmontar.

— Pero no podría hacer que esa gente corriera un riesgo así — exclamó Ashad viendo a dónde quería llegar el mercenario.

— Bueno, piénselo de esta manera, cuantos más vayan a la catacumba, más tesoros se irán acumulando en ella — elucubró con una mueca perniciosa — . Y, quién sabe, quizá alguno consiga su objetivo, por mera estadística, o quizá el botín acumulado tras haber pasado por allí muchos grupos de «audaces» sea tan tentador como para que gente más curtida y desesperada crea que merece la pena arriesgar el pellejo. Hay que pensar en futuro, amigo. Es una inversión para libraros del problema. Pase lo que pase, al final su pueblo saldrá ganando.

— Es hora compañeros, debemos llegar a la próxima posada antes de que oscurezca — interrumpió de súbito el otro hombre de ropajes ligeros.

El resto de la comitiva se levantó despacio, desperezándose, y comenzó a recoger sus cosas.

— Piénselo bien — dijo el mercenario mientras daba un par de golpes reconfortantes en el hombro de Ashad que, paralizado, con la mirada vidriosa y el semblante compungido, observó como la compañía salía de la añeja fonda para continuar su camino.

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