Cerrar los ojos

Bruno Losal
Vestigium
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3 min readSep 13, 2019
Foto por Kuo-Chiao Lin en Unsplash

Ya hacía casi dos semanas que la rutina se había adueñado de toda su vida, no había dejado nada al azar y de forma precisa y casi alemana, todo lo fortuito, aleatorio, fue cayendo bajo el peso de toda una estructura social. Un engranaje, una pieza más de un mecanismo complejo que mantenía en marcha una sociedad de la cual no ya se sentía parte.

¿Progreso?, ¿bienestar?, ¿civilización?, su hemisferio izquierdo era incapaz de conectarse con su lado creativo para dotar de significado, de carga emocional. Solo sentía el sonido sordo de las letras cayendo al suelo al chocar con la indiferencia de sus sentimientos.

Cerraba los ojos, intentando recuperar los recuerdos, las imágenes, las sensaciones que cultivó con el cariño que solo un botánico puede sentir por esas especies raras y únicas, esas que requieren un cuidado especial y que consiguen desvelarte mientras la cabeza se llena de posibilidades, mientras los ojos nadan en los pétalos multicolor, el olfato vuela entre los aromas y el tacto, se siente ese cosquilleo de lo que ha sido prohibido y se saborea por primera vez.

Cada vez que se sentía de nuevo, cada vez que su cuerpo dejaba el aquí y el ahora y se desplazaba al donde debería estar y cuándo tenía que estar, la rutina, gris, oscura como su hermana la parca, lanzaba los elementos contra él. Un teléfono que sonaba, un mensaje en el móvil, o el más sucio de los trucos, el rozarle el hombro para pedirle un favor que ni quería dar, ni merecía ser dado pero que por política tenía que regalarse.

Cerraba los puños con fuerza, aferrándose al alféizar de la ventana de sus recuerdos. Intentaba ignorar las señales de que todo había acabado, que el comandante invierno había vuelto y tenía hambre.

El general se alimentaba de esperanzas y de alegrías, devoraba todo lo que daba luz y sentido al existir, y al contrario que Atila, por donde pasaba sí que crecía la hierba, hierba seca, yerma, espinosa, que cortaba las pieles de los insensatos que se perdían en los cruces de caminos, con la piel curtida por el azote de la ventiscas gélidas que era su aliento.

No tenía claro que pudiera resistir, no esta vez, no este año. No había nada más que un largo y oscuro túnel donde toda la alegría era absorbida y convertida en caricaturas grotescas que le miraban desafiándole a dar el último paso, a convertirse en uno más en la cadena de seres que solo sirven a los únicos reyes verdaderos, la soledad y la desesperación.

Arrodillarse o morir, un mundo binario donde antes era un abanico de opciones, de magia, de enormes pequeños matices que convertían el mismo día en una espectáculo diferente y maravilloso, un momento en el tiempo en el que te podías beber la vida hasta saciarte, y volver a beber sin nada más que preocuparse que la tranquilidad y felicidad que te recorría por la piel. Esa sensación de electricidad estática, esa vibración que te cubría el cuerpo y te hacía inmune o quizás te conectaba con lo que se suponía que es vivir, que es ser una persona.

Ahora, todo parecía un recuerdo, y gota a gota, mensaje a mensaje, llamada tras llamada, favor tras favor, le vació el alma dejando un hueco que ningún alcohol, mujer o droga podía llenar. Se estaba difuminando como si untara poca mantequilla en una tostada demasiado grande.

Fue bonito mientras duró, pensaba mientras abría poco a poco los ojos. Una chispa seguía ardiendo dentro de él e intentó aferrarse a ella, intentó alimentarla para como mínimo, intentar llegar a mañana, porque el largo invierno podía ser muy cruel y estaba convencido que esta vez traía nuevos y mortales trucos.

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Bruno Losal
Vestigium

Mi vida esta basada en hechos reales, como lo cuento quizás no tanto.