“La complejidad de Kolmogórov” es un concepto que el probabilista Andrei Nikoláyevich desarrolló para definir el grado de aleatoriedad. Entre otras cosas, este nos da una explicación de la tendencia del ser humano a ordenar el mundo que le rodea para intentar entenderlo. Para comprender, a veces, lo incomprensible.
Cuanto más se resume, más orden se pone y menor es lo aleatorio. Esta tendencia a intentar explicarlo todo cumple una función: nos ahorra la complejidad del mundo protegiéndonos así de su aleatoriedad. De aquí se extrae que la misma condición que nos hace simplificar nos empuja a pensar que el mundo es menos aleatorio de lo que realmente es.
Tendemos a usar el conocimiento como terapia, dando sentido a lo que sucede. Es aquí cuando nos aferramos a lo que sea para intentar encontrar un por qué a lo que ocurre. Los mitos nacen en muchas ocasiones para poner orden en el desorden, en lo que se percibe como el “caos de la experiencia humana”, aunque les falte veracidad.
Así es, preferimos una mentira que nos aporte una explicación rápida y sencilla a lo que ha sucedido que una realidad más elaborada y dificil de entender.
Pero la verdad es, que aunque nuestra mente no sea capaz de comprenderlo, no todo en este mundo se puede explicar o al menos no de forma tan simplificada (o simplista).
No dejemos que las mentiras y discursos de odio empobrezcan nuestros corazones. No nos queda otra que aprender a vivir con incertidumbre y a seguir, a seguir viviendo.
“El amor recibido y el amor ofrecido constituyen la mejor terapia. Pocos psicólogos lo ponen en duda”. Gordon Allport
