Consumir lo imprescindible
Tsundoku es una palabra japonesa sin traducción exacta al castellano que hace referencia a la compra incesante de libros para después dejarlos apilados sin leer. Yo lo disfruto, pero sus consecuencias las sufren mi novia, mis estanterías llenas y mi espalda en cada mudanza. En todas he hecho limpieza pero, aun así, la cantidad de libros imprescindibles cada vez es mayor. Tras cuatro cambios de casa muchos de ellos siguen sin leer.
Después del atracón de series y la hiperactividad de los primeros días, aquellos en los que pensábamos que esto pasaría rápido, el encierro nos está obligando a reencontrarnos con los objetos que nos rodean. El contenido de las estanterías, de los armarios, de los cajones. Lo que hay sobre las mesas, las camas, las sillas. Incluso las mesas, las camas y las sillas. Todo eso que alguna vez compramos se cruza con nosotros una y otra vez ahora que no podemos salir. ¿Sabíamos que estaba ahí?
Pasamos tanto tiempo consumiendo, persiguiendo la novedad, tanto tiempo en movimiento que apenas vemos lo que ya tenemos. Ahora, parados, no podemos huir de esa montaña de camisetas sin estrenar, de ese cajón lleno de móviles antiguos que todavía funcionan perfectamente o de todas esas plataformas de streaming que pagamos y nunca vemos. Las consecuencias de nuestro consumo se revelan, inevitablemente, ante nuestros ojos. Puede que sea el momento de pensar qué dice de nosotros.
Cuando todo esto pase, cuando salgamos de nuevo a consumir y a buscar la novedad, habremos tenido tiempo para entender cómo compramos, para juzgar nuestras pertenencias de forma consciente y preguntarnos para qué y por qué están en nuestra vida, para decidir si todo lo que creíamos imprescindible en realidad lo es. Para saber, por fin, que todos esos libros que llevan cuatro mudanzas sin leer no lo son.
