Crítica de los genios en la concepción global
Son muchas las grandes mentes que han pasado al conocimiento popular, llegando a transformarse en algo que supera a la vida misma y haciendo que olvidemos que también eran y son seres humanos forjados por sus circunstancias. Nos vemos impulsados a imitarles cuando vivimos en una situación diferente, ignorando que no podemos ser una copia de ellos y rechazando ser nosotros mismos para alcanzar la gloria.
Mozart comezó a componer a los cinco años, y se encuentra actualmente en el Olimpo de las grandes mentes, pero nadie comenta que si hubiera nacido en el seno de una familia plebeya en lugar de la aristocracia no habría logrado tanto éxito, puede incluso que ni siquiera hubiese tocado ni un sólo instrumento. Seguramente, sus padres le hicieron practicar música desde antes de que supiera siquiera lo que estaba haciendo, conociendo únicamente eso antes incluso que sumar.
Mary Shelley, la autora de “Frankestein o el moderno Prometeo” (que aún me tengo que leer) debe muchísimo más a sus circunstancias que Mozart. Sus padres fueron escritores, siendo su madre una importante figura en el feminismo, se casó con Percy Bysshe Shelley a los 17 o 18 años y sufrió varios abortos. Si no hubiera sido por todo esto nunca habría sido lo suficientemente culta ni tendría tanto interés por escribir, además de la época en la que vivió, como para lograr escribir, tan solo escribir, su obra, en la cual plasmó sus ideas y el dolor que sufría por los abortos, y nunca habría pisado la casa del lago de Ginebra con el poeta Lord Byron, quien propuso a todos los asistentes escribir una terrorífica historia de fantasmas. ¡Fíjate tú todas las cosas que intervinieron en la creación de una de las mayores obras de la literatura! ¡Si una sola de ellas no hubiese tenido lugar puede incluso que Shelley ni siquiera fuese recordada!
Y el caso de los Black Sabbath es todavia más gordo. Para empezar, los cuatro integrantes originales vivían en la misma ciudad de Aston, en Birgminhan, y en unas circunstancias igual de malas, en una época bien jodida. Todos tenían interés en la música, siendo su válvula de escape del mundo en el que vivían y en la falta de un futuro, y Ozzy Osborne (al que echaron del grupo por meterse más drogas que nadie) puso un anuncio en el periódico local buscando un grupo y diciendo que tenía un equipo de grabación propio ¡Un equipo de grabación propio en esos tiempos! Además, a los cuatro les gustaban las pelis de terror, queriendo transmitir con su música una sensación de terror y angustia como la de dichas películas (cuando todo no era gritarte en la cara), y en el cine echaban una que se llamaba “Black Sabbath”, de donde sacaron el nombre, y encima que el guitarrista perdió dos de sus dedos en un accidente de la fábrica en la que trabajaba, forzándose a superar este problema con ingenio y tragándose dolor que aún así tenía al apretar las cuerdas. Así que montaron su grupo, probaron a grabar un disco y después, ¡bum, éxito total, marcando el nacimiento del Heavy Metal! Si todo esto no hubiera ocurrido, con estos cuatro tipos, el género del Heavy Metal no sería como lo conocemos hoy en día, tal vez ni existiese, lo que negaría también todos los géneros y subgéneros que nacieron de él y la cultura metalera, además de las influencias de cientos de grupos de distintos ámbitos.
En conclusión, hay que parar ya con la obsesión de poner en un pedestal a los que destacan, dándoles cualidades que ni la de los dioses griegos y omitiendo los fallos y malos momentos por los que pasaron, joder. Hay que evitar intentar imitar sus pasos, rechazando aquellas características que poseemos mediante las cuales podemos alcanzar nuestros objetivos e incluso superar a estas personas. A ver, obviamente uno se puede inspirar en tal o cual figura, es algo normal que puede empujarnos hacia adelante, pero no hay que querer ser una versión moderna de esa figura, que ha pasado por sus propias dificultades y ha seguido adelante. Hay que aceptar y amar lo que nos hace únicos, ya que es lo que impulsa al éxito.