Cuando el lirismo se viste de Blockbuster

Y6jas
Vestigium
Published in
5 min readOct 8, 2017
Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve (2017)

En su libro Esculpir el Tiempo, Andréi Tarkovsky planteaba la tesis del cine como un arte puro per se y no supeditado a las demás artes en él. Y que, como la exploración de la imagen es lo que define la pintura, el sonido a la música, el argumento la literatura y la puesta en escena al teatro, el cine debe transcender a estos recursos artísticos para dar hincapié en lo que para él era la esencia del cine, como es la facultad de condensar imágenes en trazos finitos de tiempo sometidas a un montaje con la finalidad de comunicar o trasmitir emociones.

Estas teorías planteadas por Tarkovsky dieron como resultado un cine si bien muy poético, a la vez denso y difícil al alejarse tan radicalmente de los convencionalismos. Un cine que al ser de una propuesta tan en bruto fermenta en la llamada crítica y en las aulas que se abocan al estudio del séptimo arte, pero no en las masas.

Sin embargo, de vez en cuando aparece un cineasta capaz de tomar toda la filosofía Tarkovskyana y hacerla converger con las narrativas al uso del cine más mainstream, dando como resultado auténticas joyas dirigidas no sólo a públicos especializados sino para grades audiencias. Entre esos se me vienen a la mente autores como Terrence Malick (Días del cielo, La delgada línea roja) y, sobre todo, más recién Denis Villeneuve, autor de la tan esperada secuela del clásico y film de culto Blade Runner (1982), Blade Runner 2049.

Sobre ésta, si hay algo que defina a Blade Runer 2049 es su apabullante composición plástica gracias a la sublime fotografía de Roger Deakins, el hiperrealismo del diseño de producción de Dennis Gassner, la ambiental BSO a cargo de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch y, sobre todo, la melancólica, contemplativa y elegante narrativa de Villeneuve. Tenemos como resultado uno de los mayores logros artísticos y técnicos que hayamos visto en los últimos años.

Otro aspecto a destacar son sus interpretaciones. Ryan Gosling actúa, lo acabo de descubrir con esta cinta. Ford haciendo ahora sí, honor a uno de sus papeles icónicos (no como en Episodio 7 o Indiana Jones 4). O Leto haciendo de falso dios. Las mujeres están igual de impresionantes; Robin Wright es una de las mejores actrices de cine y TV actuales (la frecuento en House of Cards y siempre tiene un nivel altísimo), Sylvia Hoeks ofreciendo uno de los mejores antagonistas del cine recién. Sin embargo, el show se lo roba la cubana Ana de Armas, que se transforma literalmente en el alma de la cinta. En resumen, interpretaciones que impregnan de mucho humanismo a esta cinta aun cuando la mayoría está interpretando a robots, pero que ése es precisamente el conflicto que plantea.

La disyuntiva que se ha formado en torno a la película es que muchos se empeñan en abordar, para demeritarla, la odiosa comparación con la cinta original. Obviamente no es cosa que comparto porque esta secuela se vale por sí misma y, en ciertos aspectos, supera a la original (al centrar gran parte de la trama en el proceso y detalles de una investigación, Blade Runner 2049 palpa más la esencia del cine negro clásico que la original, donde este recurso se empleaba de forma superficial).

Basada en la obra de Philip K. Dick, Blade Runner (1982) sentó las bases del «cyberpunk».

También resultan refutables quienes aseguran que la cinta carece de la carga filosófica de la original, cuando todas las inquietudes planteadas no sólo en Blade Runner original si no en el mismo texto en que se inspiró, como es ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, están patentes. Incluso se amplían al reflejar las paranoias modernas, tal como lo hace la soberbia serie Black Mirror y su discurso sobre el impacto que cada día tienen las tecnologías, ya no sólo en nuestra sociedad sino en algo tan íntimo como las relaciones sentimentales.

De ahí entonces podemos desmenuzar la relación de K con su novia holograma, de una lectura trágica y profética sobre un futuro bastante plausible, una app especialmente diseñada para crear la “ilusión” de amor (es la tesis de Her, pero aquí resulta más trágica y menos cursi), que establece el debate de; si sus emociones no son legitimas, al estar programada de forma artificial en dar cierta respuestas emocionales a ciertas situaciones, en humanos pude no serlo tampoco, al estar en su caso, condicionados a los factores empíricos y conductuales, o la búsqueda de identidad del personaje de K, quien en principio sólo es un borrego que recibe órdenes, se ilusiona cuando descubre que es “especial”, pero tal ilusión muere cuando descubre que no es quien creía. Al final en esa búsqueda de identidad termina por hacer no lo que le dice uno u otro bando si no lo que él considera correcto.

Ni hablar de las referencias literarias; el nombre de K hace referencia al protagonista de El proceso de Franz Kafka, donde el protagonista al igual que su homologo en Blade Runner 2049, vive oprimido por un sistema contra el que no puede revelarse. Pero aparte del existencialismo de Kafkas también encontramos referencias a la critica social sobre la explotación infantil de Charles Dickens, o guiños a la obra de Vladimir Nabokov y demás.

En conclusión, Blade Runner 2049 es una cinta que trasciende el mero calificativo de «segunda parte» porque se vale por derecho propio, porque es de una enorme belleza visual, porque ofrece grandes interpretaciones y suficientes subtextos para escudriñar, pero sobre todo, por ser un auténtico logro cinematográfico al converger la más grande plasticidad y lirismo fílmico para el consumo de las masas.

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