Decisión

Fernanda Rio
Vestigium
Published in
3 min readAug 20, 2019

1. Proviene del latín -decisio, -decisionis, el cual significa una opción seleccionada entre otras; más específicamente, el prefijo -de, señala separación, -caedere, significa cortar, talar o matar y el sufijo -sión, que indica acción. La acción de cortar.

Ahora desciendes por las escaleras eléctricas del metro que se traban como si sostuvieran el peso de la ciudad. Bajas despacio. En los pasillos la masa humana se endurece en el cemento de su propio andar, como si las paredes y las vitrinas crecieran hacia dentro y cada uno de los caminantes fuera una trinchera. No es necesario revisar la estación o buscar los letreros por encima de las cabezas, tu camino está grabado en el andar de la multitud. Pequeñas gotas de agua salada se escurren por tu nuca.

El caminar de la gente es un avanzar magmático, sus pies sincronizados descienden por los túneles sanguíneos de la ciudad, la más grande, que se hace más y más angosta en sus cimientos. No hay vista hacia el exterior ni luz. No sabes qué hora es ni cuántos minutos llevas bajando escaleras, trasbordando, siguiendo letreros y piernas que se mezclan con las voces robóticas de los vendedores y los voceadores de los periódicos, las palabras del hiphop subterráneo, el eso le vale, eso le cuesta que se hace eco a través de los pasillos. Piensas en Dante y en su comedia, en los aullidos de las almas en pena que se amontonan en cada nuevo círculo como los cuerpos apilados en vertical que te rodean. Brazos y piernas, brazos y piernas, péndulos incansables.

Llegas a tu estación. La multitud se detiene ante los rieles mirando una y otra vez al túnel negro que deja salir sonidos como de garganta hambrienta. También esperas y tu mirada se cruza con esos largos cuchillos negros extendidos por la carne del subterráneo. Lo voy a hacer, piensas. Pero no ahora. Finges buscar una ruta en el mapa, te diriges al lienzo blanco donde juegan las líneas multicolores, cortando la ciudad en tajos. De lejos parece un corazón humano. Transbordar en Pino Suarez, seguir todo hasta Tacubaya, repites. Desde el túnel se escucha el gemido del aire siendo atravesado por la máquina. Su fuerza remueve tu cabello, seca el sudor de tu cara y tu nuca. Hay algo tranquilizador en ese sonido de centrífuga, en las piedritas negras temblando junto a los rieles y en el movimiento de ese rebaño eléctrico que zumba a tu alrededor. Dejas que la máquina se vaya y esperas. Los siguientes minutos juegas a cruzar la línea bajo tus pies, lentamente, como si alguien fuera a detenerte, pero nadie siquiera lo nota. Podrías lanzarte en ese momento. Esperas.

Un hombre del otro lado de los rieles te observa con curiosidad. Sientes miedo de que alguien descubra tus intenciones, de que haya notado la débil línea roja en tu brazo, las ojeras que cuelgan, los pies en posición de arranque. Sientes miedo y te alejas. El tren se acerca rápidamente por el túnel, emerge de la oscuridad como un ciempiés enfurecido, la gente se prepara frente a la línea amarilla. La pared junto a ti está ardiendo, te encuentras al principio de la estación, donde la máquina no podrá frenar. El hombre continúa observándote, el tren se acerca. Miras de nuevo a los rieles y acercas tus pies. Los ojos del hombre viajan de los rieles a tus pies, de tus pies a tus ojos, y descienden de nuevo. Lo sabe. El tren empieza a despuntar. Preparas el salto, el hombre grita, tus rodillas se congelan, tu caída también. El hombre cae, despacio, en otro tiempo distinto a este, se desprende del aire, de las últimas cosas, de las voces que murmuran a su alrededor. Sólo su cuerpo cae, sólo su carne se desintegra.

Nadie grita. Los policias corren y una voz habla por los altavoces. Tú te congelas en ese punto de la estación, como una construcción inconclusa. La gente se acumula a tu alrededor, murmuran, observan, un montón de hombres retiran el cuerpo, algunos maldicen, otros lloran. Llega el siguiente tren y la gente aborda entre mentadas de madre. La masa humana vuelve a circular, piernas y brazos avanzan hasta la línea amarilla y abordan en un ciclo interminable. No queda nadie que recuerde al hombre ni su salto ni su muerte. Sólo media hora perdida. Un retardo en el trabajo. Una anécdota nueva. Una nota en el periódico local. El altavoz anuncia que el problema ha sido retirado de las vías. Las funciones de la línea han vuelto a la normalidad.

Morir también es inútil.

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