Después de La Gran Pandemia

Mat Guillan
Vestigium
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4 min readApr 1, 2020
Foto de Fernando de la Orden

Todavía no puedo creer en lo que se ha transformado nuestra vida. Sin embargo, continúo cumpliendo con la cantidad de caracteres diarios que me mantienen a salvo y me brindan la posibilidad de poder contactar una vez al día con mi esposa y mi hija, cada una reclusa en su propio departamento de contención. Nunca imaginamos llegar a esto, pero las enfermedades mortales comenzaron a asediarnos, tuvimos miedo y decidieron por nosotros.

En otro tipo de vida, podría pasar volando, como cuando tenía 20 años y de repente ya cumplía 30. Sin embargo, en este caso, el encierro modificó todos nuestros patrones de percepción del tiempo. Mucho más cuando nos aislaron y ya no compartimos la casa con nuestra familia. Todos los espacios han sido modificados para que cada uno tenga sus 15 metros cuadrados para vivir. Los videos que veíamos de los japoneses con sus mini departamentos hoy son el modo de vida de toda la humanidad.

La robótica y la inteligencia artificial ya tienen a su cargo todos los trabajos. Las empresas producen a ritmos que ni siquiera los propios CEOs han imaginado en sus noches más omnipotentes. El consumo ya no está a cargo de las personas. Los Estados compran los productos para distribuirlos. La productividad está garantizada y el consumo también tanto en este planeta como en otros. Han diseñado la máquina perfecta.

Escribo esto para dejar registro, y en el fondo, con la secreta esperanza de que algún hacker interplanetario pueda leer lo que estamos viviendo los terrícolas ya casi 100 años después de la gran pandemia. También lo escribo porque es lo único que debo hacer. Escribir pensamientos es la única misión de la raza humana. Dejar registrada la vivencia para que los robots y la inteligencia artificial puedan evolucionar más y mejor en lo que todavía no han podido igualar al hombre: el pensamiento y el arte.

Somos eternos. Nos mantienen vivos con Bruina, un líquido como el agua pero violáceo que cumple con todas las facultades nutricionales que nuestro organismo necesita. No comemos ni bebemos otra cosa, y aunque deseo el sabor de un huevo frito con papafritas, no es lo peor que nos depara la bebida de la eternidad. La Bruina nos impide tener sueños. Dormimos profundamente y en horarios fijos. A la medianoche, se nos cierran los ojos y a las ocho de la mañana se nos abren. Todo esto al comienzo parecía voluntario, pero la puntualidad se volvió un detalle revelador. Ahora, desde mi departamento, puedo escuchar a los camiones vigilantes transitar la ciudad repitiendo: El virus sigue expandiéndose. Continúa la reclusión absoluta. Mi único consuelo es escribirme con mi esposa y mi hija. Debo ocultar su identidad, aunque ya ni sé qué edad tiene cada una.

En la pantalla, las noticias no tienen conductores. Al igual que en los títulos de las viejas películas, las noticias aparecen como una lluvia de caracteres e informan las novedades diarias en tipografía Comic Sans, lo cual resulta tan dañino como la contaminación mediática que recibíamos a diario antes y durante La Gran Pandemia. A las 7 de la tarde, comienza a sonar una música incidental ejecutada en piano. Las primeras veces, luego de tanto tiempo de silencio, era un momento que de algún modo valoraba. Esperaba esa música y comenzaba a bailar solo con los ojos cerrados para imaginar que lo hacía con mi esposa y, tiempo después, comencé a hacerlo con Marilyn Monroe, Araceli González, Rihanna y diferentes mujeres que se me venían a la cabeza en el momento escuchando esas variaciones en piano. Pero con el correr de los días, la música se transformó en algo molesto que comenzaba contaminarme y podía transformarse en una noche sin fin.

Ya superé la cantidad de caracteres diarios, pero continúo escribiendo. El fluir de las palabras se apodera de mí y desconozco el destino de las frases que se me van revelando al escribirlas. De todas formas, no hay ningún sentido que deba buscar porque se nos pide una cantidad de caracteres diarios. No solicitan nada respecto de la calidad o la coherencia. Sin embargo, no es posible completar los caracteres con letras al azar sin ningún sentido. Que se entiendan las frases es suficiente para no recibir una descarga eléctrica mediante el teclado.

Hace unos minutos, terminé de chatear con mi esposa y antes con mi hija. A través de los años, sin absolutamente nada más que hacer que escribir delante de esta pantalla blanca hasta cumplir con los caracteres, las conversaciones no tienen ningún sentido. Los mensajes de amor, los te extraño, los quisiera tenerte a mi lado, ya no tienen efecto. Es normal sentir que la otra persona corta y pega los mensajes o que los repite como en una escritura automática para mantener el contacto aunque casi no haya esperanza de volver a vernos.

Mañana será un día igual a este. No habrá vivencias que compartir. El aislamiento solo nos concede viajar a nuestra propia cabeza. Nuestra única vivencia es la imaginación.

Texto escrito para el #MundialDeEscritura organizado por Santiago Llach.

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Mat Guillan
Vestigium

Soy un conejo mutante que escribe. Tapate los ojos. Sitio web: www.conejomutante.com