Dinámica Nocturna
Éste es el último cuento que escribiré. Tumbado en la cama, con el camisón azul de los que ya casi están muertos. En esta ocasión el protagonista soy yo. ¿Seré despedazado por la ambición omnívora de mi editor como ocurrió con todos los personajes de mis relatos? Acerco la libreta hacia mí, intentando escapar de su mirada. Pero es un movimiento vano, en esta habitación de hospital sólo me acompaña el goteo de una sonda que hará poco para salvarme. En cualquier caso, no puedo culpar a Gordon. Cuando firmé aquel contrato fáustico estaba sobrio. Debió ser uno de los pocos momentos del año porque recuerdo celebrar la firma con una buena copa de whisky. Gracias al contrato cancelé mis deudas y perseguí con tino bajas pasiones. Ya sabéis, la clase de cosas que hace un tipo como yo y de las que mujeres drogas y alcohol son solo palabras. Pero ahora, cuando leo “Dinámica Nocturna” o “El ascensor” por última vez la duda me asalta. ¿Son esos relatos míos, son de Gordon o de una tibia superposición matemática de ambos? A la mayoría de mis (o debería decir nuestros) lectores no les importa. Me he convertido en un símbolo del realismo sucio. Tocan el timbre. Entra una joven enfermera. Su uniforme verde marca unas curvas que en otra época no hubiera dudado en poseer. Sin embargo, ahora justo tengo fuerzas para observarla. Me reconoce y sonríe a pesar de mi piel amarilla y cara hinchada. Y, sin pedir permiso, comienza a hablar de lo mucho que han significado para ella mis relatos. En especial la decisión final de Alex en “Dinámica Nocturna”. Me pregunta cómo se me ocurrió. Cierro los ojos sin contestar. ¡Maldito Gordon!
