Disrupción (XII)
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La furgoneta callejea por la parte vieja sin un destino claro. ¿Saben que les sigues o simplemente se han perdido? Te planteas volver y el volante se te escurre de los nervios. Entonces, la furgoneta sale de Yepes por la puerta de Ocaña y se dirige hacia la misma ruta que tomaste el día del accidente. Continuas tras los rubios por la carretera comarcal de Noblejas. Van a toda velocidad y tu Seat reacciona a duras penas. En un bache abrupto la suspensión falla y se te desnivela el coche con un chirrido que no anuncia nada bueno. Temes que el maletero se haya abierto con el golpe. ¿Seguro que lo cerraste al encontrarte a Pancho? Te imaginas a Clara volcando del coche y cayendo al asfalto. En ese momento los rubios desaceleran. Están muy cerca del punto de tu accidente y girarán para meterse por una senda que atraviesa un campo de olivos. Tomas más distancia para no poner en peligro tu posición, pero la necesidad de respuestas te hará ser imprudente. Seguirán por un camino pedregoso durante cinco minutos. La furgoneta termina parando en una caseta abandonada. Alrededor, en el suelo, un círculo con piedras blancas delimita una pequeña plataforma. Los dos rubios salen de la furgoneta. O, más bien lo que queda de ellos, porque su apariencia ya no es humana. Su cuerpo es alargado, la piel purulenta y gris, y al caminar balancean, como las trompas de un elefante, sus seis extremidades. O quizás son ocho, no estás seguro. Abren el portón trasero y descargan un anillo metálico. Parece pesado y su tamaño es tal que podría pasar una persona por él. Sin embargo, lo levantan con soltura hasta colocarlo de canto sobre la plataforma. Tú también bajarás del coche para acercarte más. Consigues ver un mando de control que sobresale de la plataforma. Uno de los rubios acciona una secuencia con todas sus extremidades. Se mueven a tal velocidad que sus movimientos cortan el aire con siseos que parecen balas. El anillo se enciende y cambia de color. El suelo vibra como si algo lo estuviese resquebrajando. Un fulgor te ciega durante unos segundos. Cuando consigues ver de nuevo, descubrirás que ahora son cuatro rubios. Gritas asustado. Se dan la vuelta y miran hacia ti. Eres tonto, ¡te acabas de delatar!
Te tocas el ombligo y buscas explicaciones. ¿Qué quieren esos seres de ti? Algo te dice que simplemente estabas en el lugar y momento equivocados. Para el resto de preguntas no tendrás respuesta. Ni tiempo. Esas quimeras vienen a por ti. Corres, pero ellos son más rápidos. Crees que puedes llegar al coche, pero en el último momento tropiezas con un matorral y te darás de bruces contra el suelo. No tendrás margen para levantarte. Su presencia invade tus sentidos y proyectan una sombra que lo cubre todo. Están aquí. ¿Y ahora qué? Girarás para verlos por última vez. Te han reducido. Te miran los cuatro, serenos. Como si fueras un minúsculo contratiempo dentro de sus planes. Sólo se mueven sus extremidades mecidas por una brisa de aire. Las cuentas esta vez, son ocho. Pero esa respuesta de poco te servirá ya. Tocan tu ombligo. Lo presionan lentamente. Sientes mucho calor. Aprietan cada vez con más fuerza, hasta que algo en tu interior acaba ardiendo. Otro resplandor interrumpe momentáneamente tu tortura. Escuchas unos pasos firmes. Alguien o algo se acerca y se abre paso entre los otros cuatro. Le lanzas tu última mirada antes de morir. ¿Lady Di?