Literatura Mexicana

El amor es un fetiche

Cuento

Samuel Cracia
Vestigium

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Foto tomada por José García

A las nueve de la noche tiene que ir a ver a ****.

Él se imagina una cita normal, confortable. Alucina que al final la llevará a la cama. Irán a un bar cerca de Santo Domingo y tomarán mezcal. Yo estaré en una mesa contigua, de modo que él me dé la espalda, para que cuando se abracen la cara de ella se dirija hacia mí y me coquetee ¿Qué tiene de excitante eso? No había pensado en ello hasta que la conocí hace dos años.

Ella estaba sentada en una banca del Conzatti con su novio de turno, y yo leía a unos cuantos metros de ellos. Nunca me había pasado, pero cuando levanté la cara su mirada estaba ahí, ella se acariciaba con la lengua los labios. Me dio risa y le seguí el juego. Le mandaba besos mientras me imaginaba que él dormía a su lado mientras ella me la chupaba. “Debe haber una categoría de porno que abarque esos actos”, pensé, pero aún no la he buscado. Anoté mi número en un papelito, caminé hacia donde estaban y con cuidado lo metí en su bolsa.

Ella tardó una semana en contactarme, fue a eso de las ocho o nueve de la noche, solamente decía la hora y el lugar: «5:30, en el parque de la casa de la cultura». Pensé que era una cita, pero otra vez estaba con él. Llevaba un vestido blanco con estampado de flores, ligero y sin mangas. Me senté en el suelo, casi atrás de su banca y me puse a escribir. No la miré, simplemente ojeaba de vez en cuando para captar alguna señal. Entonces ella se paró y se colocó detrás de él, con una mano le tomó la cara para besarlo, y con la otra se levantó el vestido. Tenía las nalgas blancas y contorneadas. Llevaba unas bragas del mismo color que su piel ¿Qué sería capaz de hacer? No duró mucho tiempo, se volvió a sentar con él y se fueron a los pocos minutos.

Dos días después me citó en el Teatro Alcalá, a una función de OaxacaCine, “De tal padre, tal hijo” de un japonés, Hirokazu Koreeda. Yo no lo conocía. Llegué temprano, a las 6:40. Cuando entré apenas había unas veinte personas. No la vi. Me quedé parado esperando que abrieran la planta alta para sentarme en un palco. No la veía por ningún lado. En la mitad de la película me llegó un mensaje. Me estaba esperado en el baño de mujeres. Fui por ella y la llevé donde yo estaba. “Benditos palcos” pensé. En cada uno de ellos hay dos sillas acolchonadas, detrás una cortina, luego una puerta, entre ellas hay un punto ciego de cuarenta centímetros de profundidad, un metro de ancho y dos de alto. Todo completamente oscuro. Ella llevaba una blusa escotada que le bajé sin dificultad para lamerle las tetas. Me hizo una felación detrás de la cortina y luego se acostó en el suelo, sonreía, la luz que reflejaba la pantalla la iluminaba pálidamente. Era algo que solo yo podía ver, pero no quiso consumar el encuentro. Se subió la blusa otra vez y se fue. Al final la vi abandonar la sala besando a su novio.

Ahora está ahí. Su novio, otro novio, está borracho, casi dormido ¿Le echó algo en la bebida? Escucho su voz, dice: “No te había visto, ¿me ayudas a llevar a mi novio al auto?” Cada quien le agarra un brazo. Lo subimos y cuando enciende al auto me ofrece un aventón. Me subo en la parte de atrás, él aún balbucea estupideces ¿A dónde vamos? Ella habla cosas que no comprendo, pero le sigo la corriente. Conduce 30 minutos hacia la colonia reforma y luego le saca a su novio del saco el control de la cochera. Se ve preciosa, su vestido es negro. Sale del auto y se mete conmigo en la parte de atrás. Lo hacemos despacio. Él intenta decir algo ¿Recordará luego los gemidos sin poder completar la realidad porque se la amputaron los párpados? Yo quiero ir más rápido. Mi deseo es violento. A lado de esto todo lo que habíamos hecho es cosa de novatos. Paramos. Salimos de la parte de atrás y nos vamos al cofre, aún está tibio. Ella está encima y el coche se mueve. Ella nos mira a los dos. Me dice: “abre los ojos de vez en cuando”. Me la llevo al asiento del conductor, la reclino, su cabeza choca con él cuando la embisto. Lo vemos de perfil. Está sudando ¿Quién es ese hombre?, ¿por qué le hacemos esto y por qué lo disfrutamos tanto? Estamos exhaustos. “Te amo”, me dice. La beso. Es increíble que solo podamos amarnos traicionando a alguien. Son las tres de la mañana. La ayudo a llevarlo a su cama. Ambos vamos desnudos. Le quitamos la ropa, lo tapamos y volvemos a hacer el amor a lado de él. Ya está soñando ¿Mañana cuando la encuentre desnuda a su lado le va a creer? ¿Recordará los gemidos y le achacará la confusión al alcohol? Podría estar con ella hasta el amanecer, aunque despierte. Si se despertara lo haríamos más fuerte. Lo estamos postergando demasiado ¿No es hora de decir adiós?

Son las ocho, nos quedamos dormidos un rato. El tipo babea. Ella me besa ¿otra vez? No es suficiente, la mentira ya no lo es. Solo pensar en la verdad es demasiado excitante. Vamos a coger hasta que se despierte.

Foto tomada por Mauricio Ramos Martínez

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