El desplante

Raul Ariel Victoriano
Vestigium
3 min readJun 14, 2019

--

Le digo que la burlé dos veces, esta sería la tercera.

Debe recordarlo, pero no me contesta. Tiene los labios del color de los arándanos, cierto atractivo de mujer fatal y la piel perfumada como el aroma de las uvas.

— Desde ayer que te estoy buscando — susurra mientras se apoya de costado a los pies de mi cama y me mira por debajo de la capucha negra.

— ¿Para qué?

— Deberías saberlo — me dice.

Tiene la voz agradable de un violín y la dulzura de sus palabras cautiva tanto como las sirenas que debió conocer Circe para advertir a Ulises. Aunque su trabajo le pesa — lo sé porque me lo ha confesado — , es puntual como un lucero y su rostro posee la lozanía de una perla.

Nuestro vínculo siempre fue endeble, pero hoy por primera vez me ha venido a visitar como una enamorada.

Ana, mi hija mayor, entra a la casa. Llega agitada, cargada con dos bolsas, una en cada costado. Afuera las gotas de lluvia giran en los remolinos de viento y tratan de deslizarse a través de cualquier hendija abierta. Empuja la puerta con el hombro, dado que tiene las manos ocupadas, y luego hace fuerza con el codo hasta que el picaporte se traba.

Veo sus movimientos a través del vano de la entrada de mi dormitorio, escucho los ruidos de los cubiertos y las tazas: ahora está lavando la vajilla que utilizó para servirme el desayuno. Cumplo con la orden médica de permanecer en reposo, en la cama, para atenuar la intensidad de la puntada en el pecho que me tortura hace días.

Mi preocupación comenzó luego de la consulta, no voy a negarlo.

— Necesito hacerle un estudio más — dijo el médico — . Mientras tanto, tome estos comprimidos. Le van a quitar el malestar, pero de todos modos debemos operarlo.

— ¿Es una cirugía de riesgo, doctor?

— Bastante. Tengo que ser sincero… Pero piénselo de este modo: si no se opera, se muere.

Oigo el ajetreo en la otra habitación e imagino desde aquí los quehaceres: seguramente Ana terminó de acomodar los alimentos en la alacena y ya ha colgado el abrigo en el perchero. En voz alta me pregunta cómo me siento. Trato de no esforzarme demasiado y, gritando un poco, le contesto que me siento mucho mejor. Esta mañana el médico habló con ella. El último análisis dio mal y la cirugía ya está programada. En media hora llegará la ambulancia a buscarme.

Ana no ve a la mujer que conversa en secreto conmigo en mi cuarto. Está fuera del ángulo de su visión, y eso me permite continuar el diálogo.

Le digo que todavía es muy pronto y la mujer sonríe. Me pregunta para qué demorarse si ella con sus artes va a quitar todas mis penas, de una en una, como se comen las almendras.

— No deberías estar acá… aguardando — murmuro con fastidio por lo bajo.

— Sabes que tengo todo el tiempo del mundo para ti — me responde seductora.

— Hagamos un trato — le propongo — , déjame a solas con mi hija hasta la operación.

— ¡Eso no es un trato! Yo pensé que eras diferente y no un cobarde como todos.

Escuchamos la bocina de la ambulancia.

Antes de esfumarse, ella me mira con coquetería y me señala con el dedo:

— Te espero, no me falles… te voy a sacar todo el sufrimiento.

Las manos me tiemblan y comienzo a transpirar. Espero que mi hija no se dé cuenta de lo asustado que estoy, pensando en la pobre chance que tengo de burlar, por tercera vez, a la cita cautivante de la muerte.

Este cuento pertenece al libro “La rotación de las cosas” de Raul Ariel Victoriano

--

--

Raul Ariel Victoriano
Vestigium

Alguien que escribe con el incierto propósito de saber de qué se trata la literatura. https://hastaqueelesplendorsemarchite.blogspot.com/