El jardín imposible
Día 3 de 642: Rememora tu recuerdo más antiguo de la infancia
En casa de mis abuelos hay casa adentro de la casa. Uno accede por la puerta principal, pero no entra del todo. Está la sala, el comedor, la cocina y “el cuarto de los abuelos”. Luego, hay una división de cristales con marcos de madera y una puerta en el centro que había que cerrar con mucho cuidado porque si la azotabas los vidrios retumbaban. Nunca se cayó ninguno y eso que, si la memoria no me falla, azotones no faltaron.
Pasando la división hay cuatro cuartos y, al final de todo, una puerta que te lleva a un jardín. La puerta tiene un seguro gordote que se cierra con una llave que tenía atado una cinta rosa, para que no se fuera a perder, y esa llave siempre está pegada al seguro y todas las noches se cerraba para que no se fuera a meter un ratero en la noche y nos diera un susto a todos.
En donde están los cuatro cuartos, había un jardín en medio que siempre me causó curiosidad. El jardín estaba afuera, donde estaba el jardín-jardín, pero parecía que estaba en medio de la casa porque lo rodeaba.
Y no sé si me estoy dando a entender, pero si querías ir de un cuarto al que estaba justo enfrente no podías solo cruzar, porque estaba el jardín, y había que darle la vuelta para llegar a la otra habitación.
Eso sí, cuando salía al jardín-jardín no me metía al jardincito porque estaba siempre oscuro aunque hubiera sol, y tenía unas piedras con musgo que me daban cosa y mejor me iba a jugar a otro lado. Solo entraba al jardín por dentro. Yo adentro y mi reflejo afuera.
Y así fue por muchos años.
Hasta que las macetas y las matas se convirtieron en sillones con forros de terciopelo rojo cereza, horribles. Y las piedras musgosas en una mesita de centro con un vidrio tembleque, horripilante también. Y ya podías cruzar de un cuarto a otro y ahorrarte unos pasos.
El jardín desapareció para hacer más espacio. Y yo me preguntaba, ¿espacio para qué?
Hasta que llegó el día en el que cuatro cirios de flamas necias flanqueaban las cuatro esquinas invisibles que alguna una vez fueron el jardín que estaba adentro y que estaba afuera. Se sentía más pequeño que nunca, aunque el propósito era hacerlo grande, y ahí donde ya no estaba el jardín, estaba mi abuelo.
Después de eso, solo se quedaron los sillones de terciopelo rojo a contemplar el tiempo.