El miedo a soñar con la copa

Óscar Cárdenas
Vestigium
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4 min readJun 15, 2018
Hector Vivas / Getty Images

Cuatro años, cuatro años hemos tenido que esperar para poder reivindicar errores pasados, donde hasta el sueño nos quitó la maroma de una figura mundial del fútbol que detuvo nuestra milagrosa aventura en Brasil.

En 2014 tampoco creían en la selección, nos tocaba enfrentar a los pentacampeones que hacían de anfitriones. Sorprendimos a muchos con un 0–0 que fue causa de ilusiones, el sueño continuaba y se hacía más grande.

Después llegó el infame cuarto partido, nos tocaba enfrentar a una selección de categoría mundial, llena de jugadores esparcidos por los mejores equipos del mundo y de renombre. Todo el mundo dejó de creer o eran más mesurados con sus expectativas.

Comenzó el partido y los mexicanos que creían en su selección eran considerados rebeldes, irracionales, ilusos, soñadores. El primer tiempo terminaba con un 0–0 que les daba aire a todos los que predecían la derrota mexicana, pero que eran tácitos creyentes. No pasaban ni 3 minutos del segundo tiempo y un zurdazo que, parecía, aludía al nombre que portaba el jugador en su espalda, un zurdazo que nadie nunca esperó, y que pasó. México se ponía al frente y mientras la algarabía de todo el equipo dejaba boquiabierto a los presentes, Holanda y el mundo sudaba en frío.

Faltaban tres minutos para que se cumpliera el tiempo reglamentario y el sueño recibía un golpe: Holanda había empatado. Nadie podía creerlo. Todos nos veíamos los unos a los otros incrédulos. Pero todavía no acababa el dolor.

México y Holanda se dirigían a tiempos extras y Holanda tenía la moral de su lado. Los jugadores de México y nosotros los aficionados, después de pasar casi 40 minutos ilusionados de por fin superarnos y llegar al infame quinto partido, de callar bocas, de probar que lo imposible era posible, nos preparábamos para que las cosas volvieran a su vetusto equilibrio. Solo unos pocos seguían creyendo con todo su corazón, jugadores luchaban contra el destino en la cancha, y nosotros alentábamos en el estadio y desde casa, aunque ya solo creyéramos “tantito”.

Al final, todos sabemos el resultado: México volvía a perder. Echábamos culpas, le preguntábamos a Dios el porqué, llorábamos, ululábamos aflicción y zozobra. Los jugadores volvían a casa después de hacer lo que amaban: Enfrentarse a lo inevitable. Era absurdo creer que se le podía ganar a Holanda, y sin embargo, corrían, sudaban, sangraban, lloraban, se atrevían a cambiar el curso de la historia.

Pareciera que es un fetiche enamorarse de los absurdos y más cuando se habla del deporte. Era absurdo creer que se le podía ganar a Holanda, era absurdo creer que no íbamos a perder contra Brasil en su casa, es absurdo creer que podemos ganarle a Alemania. Supongo que es lo hermoso de la vida, que no tiene sentido, no tiene lógica, y lo absurdo pasa a diario. Si la vida tuviera sentido y lógica, la felicidad sería imposible.

En vísperas de otro mundial, es un acto revolucionario creer que lo absurdo puede pasar una vez más. Hay más gente que sopesando con lógica el encuentro, a los equipos, descarta una victoria del equipo mexicano. Soslaya toda posibilidad de sorpresa.

Hoy el mexicano promedio no cree que la selección mexicana actual pueda lograr algo, no cree poder vencer a Alemania. Algunos no creen siquiera que México pueda lograr avanzar a la siguiente fase del certamen, mucho menos un milagro que le de la copa a la selección.

Nosotros como mexicanos no queremos soñar porque tenemos miedo de ser heridos otra vez, le tenemos miedo al mismo sentimiento de hace cuatro años, o de hace ocho años, o de hace doce años. Pero si a nosotros nos da miedo el fracaso, si nosotros no creemos en la selección, ¿por qué los seleccionados nacionales deberían creer? ¿Con qué cara podemos exigir grandeza? ¿Sorpresas? ¿Milagros?

Aunque no creamos, todos esperamos ese gol que cause catarsis en nosotros y nos haga gritar por todo lo que hemos creído imposible hasta ahora. Porque en el futbol no juegan los políticos, los jefes, los profesores, las calificaciones, los pagos, las preocupaciones; juegan los milagros, los creyentes de lo absurdo. Juegan 23 jugadores que ante la incredulidad trabajan más duro, que ante los retos imposibles no se doblegan.

No importa si solo 23 personas creen, son suficientes. Porque en cuanto se ponen esa camiseta con la que tanto han soñado, recuerdan cómo llegaron a esa misma situación: Creyendo que era posible. No importa que todo México diga que es imposible, impensable ganarle a esa quimera llamada Alemania, a ese sueño guajiro que es ganar una copa del mundo; ellos se han enfrentado a lo imposible toda su vida, y son prueba fehaciente de que los milagros pasan, los sueños se cumplen, es posible lograrlo, y de que lo absurdo pasa a diario.

Yo estoy a muerte con la selección. Voy a gritar cada gol de la selección hasta el resuello, voy a llorar cada gol que nos anoten. Pero creo en los 11 que salgan a jugar cada día de partido. Porque el fútbol nos une a todos y nos hace lo mismo: Unos irracionales soñadores.

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