El misterioso caso de las chicas del ascensor
Rinia le invitó a pasar una semana de vacaciones en su apartamento. Se conocían desde hacía un par de años cuando coincidieron en un viaje de placer por los Alpes suizos. Cornelia no conocía la ciudad y estaba muy ilusionada con aquella oportunidad de volver a verla, de modo que preparó su equipaje en pocos minutos, ojeando también su billete de avión comprobando que todo se había hecho correctamente y que se acercaba el momento para la hora límite de embarque y facturación.
El viaje le resultó cómodo y demasiado rápido, pues al poco de acomodarse en el avión ya se había dormido y tuvo que desperezarse con dificultad cuando una azafata le tocó suavemente en el hombro para indicarla que se abrochase el cinturón porque pronto iban a aterrizar en el aeropuerto.
Ya en la planta baja de la terminal, que era donde se hallaba el vestíbulo de llegada de pasajeros, la estaba esperando impaciente Rinia, observando a derecha e izquierda aquel incesante flujo de viajeros que con pasmosa lentitud iban asomándose por la puerta automática.
Ambas se cruzaron la mirada frunciendo alegremente la nariz y sin poder contener las ganas de gritar sus nombres y aquellas típicas frases de ¡eh, qué ilusión me hace volver a verte! o aquella otra ¡no me lo puedo creer que estés aquí! Luego un abrazo de oso y un gran salto juntas celebrando aquel encuentro.
— Y ahora tomaremos un taxi para que nos lleve hasta mi apartamento que está bastante lejos de aquí. ¿De acuerdo?…
— Me parece estupendo, además así podré sacar unas fotos durante la carrera. Quiero publicarlas en mis redes sociales lo antes posible, pues mi grupo de amigos estará impaciente para verlas…
— Claro, no hay problema. El desplazamiento nos va a llevar más de una hora, puesto que suele haber mucho atasco a esta hora de la tarde.
Cuando por fin llegaron al edificio, Cornelia le preguntó extrañada si allí era donde vivía, asomando su cabeza fuera de la ventanilla del taxi, mientras pagaban a medias la carrera. Rinia le respondió afirmativamente animándola a bajarse del coche y que no se olvidara de recoger su maleta de ruedas que llevaban en el maletero.
— ¡Ayúdame, Rinia!
— ¡Qué barbaridad, lo que pesa si te vas a quedar solo una semana!
— Si, ya lo sé, pero también traigo algunas sorpresitas para ti.
— ¡Qué tonta, no tenías que haberte molestado!
Y así empujando entre las dos aquel pesado bulto, finalmente accedieron al portal del edificio.
— ¡Eh! ¿Qué estás haciendo? … ¡Ven acá, ya he tocado el botón del ascensor! ¿No pretenderás que subamos a pie las escaleras? — le sugería muy nerviosa, Cornelia.
— ¡Venga, no seas tan cómoda! ¡Podemos subir entre las dos esta maleta! — alzó la voz Rinia en tono autoritario.
— ¡Ni hablar! ¡Yo no subo andando y menos con estos tacones! Además la maleta pesa bastante y no hace falta hacer tanto ejercicio. ¡No seas loca! — le respondió su amiga convencida de que no iba a ceder a sus órdenes.
— ¡Espera, no sigas apretando ese botón! No te expliqué antes que ha habido demasiados accidentes en este ascensor. Subamos andando las escaleras — insistió su interlocutora bastante preocupada.
— Venga, tranquilízate, que te has quedado muy pálida mirándome apretar ese botón. Seguro que son tonterías para asustar a la gente. Además, si no recuerdo mal tu vives en la planta trece… ¿Cómo no vamos a utilizar el ascensor? — le aconsejó amigablemente, Cornelia, intentando hacerla entrar en razones.
— Según dicen los vecinos este ascensor comunica con otra dimensión y mucha gente que se ha subido no ha vuelto a salir de aquí. Te aseguro que no mienten, porque mi vecino del piso de arriba al cual vi usándolo un día, luego desapareció — contestó Rinia en un tono circunspecto.
— ¿Estás segura de que no salió?… ¿No será que te lo imaginaste?… Venga no empieces con esas tonterías… ¡Es un simple ascensor! Además ya lo habrían quitado de aquí si ocasionase esos extraños problemas. Lo mejor será que me acompañes y así te libras de esos miedos tan estúpidos — continuó insistiendo su amiga.
Después de un rato de discusión, Cornelia terminó convenciendo a su anfitriona para que la acompañase en el ascensor, algo que a regañadientes aceptó, pues en ese instante un joven muy atractivo, bello y de buen aspecto, también se coló dentro, lo que acabó por persuadirla del todo, accediendo al interior.
— ¡Esperen! — exclamó otra señora al entrar al vestíbulo.
— ¡Vaya, no parece que sea tan peligroso, como me acabas de asegurar! De lo contrario nadie querría utilizarlo — le susurró al oído Cornelia.
— ¿A qué piso van? — les preguntó Cornelia a ambos pasajeros que parecían distraídos. El joven no dejaba de consultar su móvil y la mujer no le hizo tampoco ningún caso.
Antes de que se cerrasen las puertas, aquel joven ya había apretado el botón 18, «obsequiándoles» con una sonrisa bastante irónica, que le produjo un fuerte estremecimiento a Rinia, mientras la mujer permanecía inalterable. Su invitada, en todo momento, observaba en silencio sin dejarse atemorizar por nada, siendo ya consciente del instante en que se quitó el abrigo, lo cual le permitió atisbar que debajo llevaba un vestido negro de doncella y un delantal blanco con puntillas. Luego sacó de su bolso una cofia blanca para ponérsela en la cabeza. Su amiga le cuchicheaba al oído, que dicha extraña le recordaba a una criada que trabajó en otro piso de aquella vivienda y que según los rumores la habían encontrado muerta en la calle después de haberse tirado desde la terraza de la última planta, pero Cornelia intentó calmarla, comentándola que estaba demasiado alterada y que lo más probable era que se tratase de otra persona.
— ¡Bueno, parece que vamos a pasarlo muy bien los cuatro juntos! — profirió el joven frotando su cuerpo contra Rinia, que no acertaba a moverse ni un ápice. Entonces Cornelia le pegó un empujón que lo lanzó directamente a la puerta, quedándose atascado el ascensor en medio de dos plantas.
— ja, ja, ja, ja — se reía burlonamente aquella estrafalaria doncella, que comenzó a mover arriba y abajo su abultado abdomen por el que apareció otro ser con alas en forma de tijeras y unas extremidades cónicas rellenas de una espesa capa granulosa del estilo de un pulpo y con un color azulado, mientras Cornelia se había quedado inmóvil sin poder articular palabra.
— ¡Tranquilas, no les va a pasar nada si se portan bien! porque voy a apretar un nuevo botón que no han visto y que está en este otro lado del ascensor, pero antes deben quitarse toda la ropa y quedarse completamente desnudas.
Semejante visión les había dejado sobresaltadas, por lo que no opusieron ninguna resistencia. También aquella espeluznante criatura las mantenía en vilo sin comprender siquiera si era real o no. El joven empezó a sufrir una transformación y lentamente comenzó a cambiarse su aspecto, alargándose sus extremidades mientras se iba haciendo un anciano. Después empujó una de las paredes del ascensor que se iba estirando con una flexibilidad increíble, hasta que hizo un boquete por donde las obligó a salir hacia el lado opuesto.
Habían perdido la noción del tiempo y el espacio, ya no sabían si estaban soñando o aquello que divisaban a lo lejos era real. Una ciudad flotante repleta de edificios acristalados y luminosos formaba una especie de islote en medio de una gran nebulosa.
— Ahora poneros estos trajes y dejaros flotar, no hace falta que hagáis ningún esfuerzo físico, solo concentrar la atención en esa ciudad y seréis transportadas de inmediato hasta allí.
— Pero, ¡qué nos sucederá ahora! ¿ya no volveremos a casa?… ¿Estamos muertas o es solo una pesadilla?… ¿Qué nos está pasando?… ¿Dónde nos encontramos?…
Al cabo de unos días, cuando otra vecina se atrevió a asomarse a las puertas del ascensor dudando si entrar o no, descubrió las ropas abandonadas en el suelo de unas jóvenes que la policía estaba buscando desde que sus respectivas familias habían denunciado su desaparición. El caso acabó cerrándose al carecer de testigos y nuevas pistas para dicha investigación.