El mundo de las cosas perdidas
Desde que tengo memoria me he preguntado: ¿Qué hay detrás de las búsquedas mejor resueltas, de los recuerdos que gritan por esconderse y al final terminan siendo descubiertos?
Vivo en el mundo de las cosas perdidas. Estas no aparecen una vez que se haya resuelto el misterio, el más tortuoso de todos: tus ojos al mirarme y la cuestión de por qué, cada vez que te vas, algo me grita detrás del silencio que emiten tus palabras, así sin que te des cuenta. No sabes esconder el ruido de tus tormentas, se te notan debajo del traje.
Aquí todo está bien, nada duele ni se deshace bajo ninguna circunstancia. Todo está bajo control. Solo duelen las palabras no pronunciadas, quieren empezar a existir.
«No llores», le digo al silencio que se nos forma, «que el llanto es el grito más fuerte y solemne, tan codiciado que pocos tienen el derecho de gozar de tal espectáculo y esta noche nadie se ha aparecido en la taquilla». No me hace caso. Nuestro silencio está tan exhausto y herido que sin aviso salen las lágrimas que algún día se me perdieron en el mar. Y así, entre la sal, mezcladas con tus despedidas, mis soledades comenzaron a dibujar tu silueta sobre la puerta de mi cuarto. Ella me miraba sin saber qué hacer o a dónde ir, preguntándose a qué sabe el regreso de algo que lleva más tiempo perdido que existiendo y buscando algo que jamás estuvo en un lugar al que nunca quisiste llegar.
Tu silueta también llora por algo perdido. Lo sé porque cuando te vas me mira como si aún tuviera algo que decir, como si pidiera ayuda por recuperarlo y, bajo tus ganas incesantes de olvidarlo, desapareciera de entre la multitud con nada menos que la pobre riqueza que solo te regala la ambición y una que otra decepción… ¡Y pobre riqueza! Tan triste y tan pobre, que lo único que carga es el oro que cambiaste al dejarme, tomada del pasamanos de aquel parque que secó el día que te grité que ya había crecido y solo escuché que ya te habías ido.
¡Cuántas cosas perdidas! ¡Cuánto tiempo y cuánta vida! ¿Cuándo vuelves? Que me has dicho que no te irías y aquí solo queda tu pobre riqueza dejándote más pobre que nunca, queriendo perderse como hiciste con la vida que me diste y olvidaste buscar.
Aquí todo está bien, nadie llora ni se deshace bajo ninguna circunstancia. Todo está bajo control. Solo lloran las palabras no pronunciadas, quieren empezar a gritar.
Cuando te fuiste, aprendí a quedarme,
cuando te fuiste, aprendí a querer,
a esperarte cuando vuelvas,
a olvidarte cuando no estés.
Te conjugo en algún hubiera,
y te quiero como si no me hubieras herido,
como si mis piezas no esperaran ser encontradas,
como si nunca te hubieras ido.
A veces si se trata de ti, me encuentro otra vez en mi niñez, tratando de comprender el mundo en aguas turbulentas, queriendo encontrar la respuesta a tus despedidas, entendiendo nada, pero tu mano sobre la mía al cruzar la calle.
¿Te olvido o fuiste real?
En el mundo de las cosas perdidas nada nunca está de más; entre más vas queriendo las palabras menos te alcanzan, hay que mandarlas antes de que corran a perderse entre la brecha del quizá y el hasta luego.
Nada nunca está de más.
Nada nunca está.
Nada nunca.
Nada.
¿Qué queda después de que te vas?
¿Dónde están mis piezas?
¡No las quiero!
¡No me quieren!
Me han dicho que te olvide como hiciste con ellas; susurran los bostezos que te esperaban de madrugada, perdidos en las lágrimas de mamá, negando el silencio, abrazando el recuerdo.
¡Nada para de perderse y no puedo evitarlo!
¿Sigues aquí?
¡Dime si estás!
Dime si estarás hasta que llegue la noche.
Hazte amigo de mi olvido,
hazte dueño de la suerte,
que te acompaña cada vez que viajas y ya quieres volver.
¡Hazme parte de tu sangre! Que aunque es tuya y mía, es más de nadie que de ambos. ¿Existe? ¿O también ya se nos ha perdido? ¿De qué estoy hecha?
¿De qué?
¿De ti?
En el mundo de las cosas perdidas el tiempo vale millones, más que el oro y cualquier posición social. Estoy segura de que es lo único que tu pobre riqueza no podrá comprar.
No todo está perdido,
tengo algunos segundos con sabor a años,
te he los he guardado bajo mis sueños,
los junté de las noches que te quedaste parado en mi puerta, ahuyentando a las brujas de mi cuento, descifrando mi mundo y queriendo entrar al tuyo.
En ellos volvías, y nada nunca se marchitó, tampoco se perdió entre mi olvido y tu riqueza, y supiste quedarte mientras me iba.
Lento.
Me fui.
Te regalo los segundos que alguna vez quisieron ser años, llenos de cicatrices, vida y un frío que cala en lo profundo de mi océano, te regalo todo lo que no buscaste y lo que no encontraste.
Te regalo mi mundo perdido,
la inocencia de mis búsquedas en tus misterios,
una espera,
todos tus «hasta luego».
El quizás de mis tormentas,
mis aguas turbias y resecas,
la riqueza de mi pobreza,
mi poesía sin pausas ni esperas.
Mis silencios gritando y llorando,
las palabras que siempre quisieron existir.
Te regalo mis ojos,
mirándote,
mientras te das la vuelta,
y te sigo esperando.