El terror como espejo cultural:
El aporte de la novela “El Monje” de Mathew G. Lewis al gótico moderno.
De vez en cuando, un escritor parece formar parte de su propio mundo creativo, un fenómeno singular que convierte el oficio del escritor en una visión poderosa no sólo sobre la identidad sino también algo más profundo e íntimo. Un reflejo visceral de la palabra puede expresar como símbolo. Tal vez por ese motivo, la figura de Matthew G. Lewis suele estar rodeada de una cierta percepción mítica. Tanto que el autor parece ser parte de intrincada y lóbrega creación literaria. Y es que se dice, que este escritor comenzó a escribir impulsado por la “la ira divina”. Que sacudido por un “fuego existencial” tan poderoso como implacable, escribiría la que después sería considerada su mejor obra y probablemente la mejor novela gótica jamás escrita en apenas diez semanas. Que su madre se había sorprendido al verle salir de la habitación con la ropa hecha jirones sobre el cuerpo y temblando de puro cansancio, pero que no se atrevió a preguntar que era lo que consumía la atención y fuerzas de su hijo. Que, animado por una maníaca fuerza, escribió un manuscrito de entre 300 y 400 páginas en un único impulso, rechinando los dientes y sacudiéndose de dolor por las imágenes que llenaban su mente. Y que por último, escribió a su madre anunciando que había logrado escribir un manifiesto “sobre la angustia, la soledad y el mal”. Todo esto con veinte años, apenas experiencia literaria y sin ninguna otra noción sobre lo gótico que sus obsesiones personales. De manera que Lewis, no sólo como escritor sino como uno de sus propios personajes, se transformó en objeto de culto.
Por supuesto, todos los rumores resultaron ser falsos o al menos, tan exagerados como para aterrorizar al posible lector. Porque Mathew G. Lewis, escritor y sobre todo, apasionado viajero, estaba muy consciente de lo que escribía cuando en el año 1794 se encerró para escribir lo que sería su obra más conocida “El Monje”. Como buen inglés, este joven de diecinueve años se encontraba horrorizado con la Inquisición Española, que por entonces asolaba buena parte de Europa llevando como estandarte el fanatismo religioso. Para Lewis, hijo de un acaudalado caballero Inglés, la idea del irracional ataque del Clero contra el conocimiento y el intelectualismo, fue desconcertante. En varias cartas de la época, el jovencísimo Lewis pondera con su padre sobre el hecho que la Inquisición había sido, más que un tribunal eclesiástico, una pira donde se “quemaron conocimientos de siglos de antigüedad”. Y se proclama “racional”. Por tanto, su novela “El Monje” no parece fruto del azar, mucho menos del error o de la fantasía de un muchacho, sino una meditada burla a la idea de la Iglesia, pero sobre todo, a la percepción de la religión sobre la razón y la cultura. Lewis, con diecinueve años y quizás, testigo excepcional de la época de ruptura que le tocó vivir, creó no sólo un mundo de tinieblas donde la Iglesia parecía ser el origen del horror, sino que elaboró un cuidado discurso sobre el miedo, el oscurantismo y el horror a través de los conocidos elementos de la novela gótica.
Porque Lewis, no sólo atacó a la Iglesia como institución a través de una novela durísima, cruel y sobre todo retorcida, sino que además, elaboró un estudiado ataque contra la corrupción, el temor que aún inspiraba las torturas de los tribunales inquisitoriales y sobre todo, esa percepción de la religión como una forma de control sobre los temerosos. Utilizando una cuidadisima prosa pero sobre todo, haciendo uso de todo tipo de elementos simbólicos y metafóricos, Lewis crea una apasionada proclama sobre el poder del conocimiento y sobre todo, la visión reaccionaria de la Iglesia sobre la necesidad de controlarlo. Porque “El Monje”, con toda su carga de ironía subyacente, no es otra cosa que una proclama contra los manejos del poder del Clero y su influencia sobre gobiernos y monarquías. En una Europa que aún se recuperaba de las feroces transformaciones políticas del siglo anterior y que aún, soportaba las heridas abiertas de conflictos armados en la que la Iglesia apuntaló su influencia, “El Monje” fue una reflexión fresca sobre una idea muy antigua. Una visión radical sobre la noción del dogma como elemento de poder o más allá de eso, una percepción muy clara sobre el origen del mal moderno.
A la novela “El Monje” se le considera la primera representante legítima de género gótico moderno. Lewis no sólo la dotó de una personalidad única sino que además, supo hacer buen uso de la blasfemia y de lo obsceno para crear una atmósfera malsana terrorífica. Pero el joven autor, que experimentó con el estilo y la construcción argumental hasta lograr una idea por completo original, supo evitar los lugares comunes y los excesos que podrían haber debilitado la estructura de la obra. Y es que “El Monje” no sólo medita sobre los males de su época bajo un barniz del terror gótico sino que además los transforma en símbolos de debate y transgresión. Una mirada profunda y esencial, sobre las raíces de la crítica política pero aún más, de la novela como género híbrido que transforma la mirada esencial en algo más profundo y sobre todo, inquietante.
Por supuesto, Lewis no era indiferente al contenido y sobre todo, a la perspectiva con la que dotó su obra. A pesar de los rumores que insistían que la novela era fruto de la experimentación y lo accidental, “El Monje” es una cuidadisima puesta en escena literaria, que no sólo recrea lo mejor del género gótico al cual pertenece, sino que avanza hacia un nuevo tipo de género quizás intermedio entre el terror y la ironía. No hay un sólo elemento inocente dentro de la obra de Lewis: los distintos niveles de interpretación de la novela construyen un entramado bien planteado sobre lo que la ironía literaria puede ser pero también, de los límites que puede admitir como creación formal. Una y otra vez, “El Monje” se analiza así mismo como una pretensión y crítica de la naturaleza humana, pero aún sí, no oculta su reflejo sobre ideas mucho más directas. La obra de Lewis no sólo pondera sobre los alcances de esa noción humana sobre sus vulnerabilidad y fragilidad, sino que además, se mira desde una ambigua óptica donde lo monstruoso parece ser reflejo del espíritu humano, a la vez que algo muy semejante a su reflejo. Una audacia que por mucho tiempo se atribuyó a la juventud de Lewis, pero que luego, pareció una consecuencia inmediata de su necesidad de análisis sobre la cultura y la sociedad a la que pertenecía.
Lewis fue un incansable viajero: siendo muy joven recorrió Francia y Alemania, donde conoció la obra de Goethe, por la que está claramente influenciado. Pero quizás su prodigiosa precocidad, no se debió a lo que pudo aprender a través de las obras de grandes autores europeos, sino al hecho de asumir la Europa levantística y en pleno apogeo de las artes que encontró durante sus prolongados recorridos. Una noción sobre un continente en transformación, una época que comenzaba a cuestionarse así misma y que aún temía a los horrores del exceso y la violencia que en cierta medida, continuaba sufriendo. Lewis, joven e impresionable, fue un observador atento de la historia que se creaba a partir del conocimiento. Una cultura renacida a través de intelectualidad, el nuevo pensamiento filosófico y lo que es aún más importante: esa percepción única que la sociedad Europea estaba transformándose como consecuencia de una nueva distribución y comprensión del poder.
Lo demás, probablemente es consecuencia de ese momento histórico único: “El Monje” tuvo una entusiasta acogida entre intelectuales británicos y fue repudiada en España, donde se le criticó lo que se llamó exceso de “procacidad” y sobre todo la mezcla improbable de terror y obscenidad. Tal vez por ese motivo, el autor dulcificó sus agudisimas críticas para una segunda edición publicada casi una década después. No obstante, la crítica a la hipocresía religiosa siguió intacta y quizás la depuración del lenguaje y las nociones elementales sobre el dogma se hizo más evidente. Algo que ya comentaban después Lord Byron y el Marqués de Sade en sus entusiastas críticas sobre la novela. Tanto para uno como para el otro, lo verdaderamente obsceno de la novela tenía mucha más relación con el fondo que con la forma y la posible “simplificación” de lo evidente lo hizo más notorio.
La novela “El Monje” fue transgresora en numerosos aspectos, lo que le convirtió en una obra literaria que sobrevive al paso del tiempo con enorme poder de evocación. No sólo se le atribuye la proeza de haber llevado a un extremo desconocido los elementos clásicos del género gótico, sino además crear todo un planteamiento sobre la tensión psicológica, el terror aparente basado en la insinuación e incluso, ideas y concepciones tan modernas sobre la realidad y la fantasía como una interpretación onírica de la realidad y de lo macabro como una idea simbólica. Una pesadilla interminable a la Lewis supo dotar de una indudable belleza y sobre todo, una durísima concepción sobre el terror que habita más allá de lo que obvio y que se nutre de la oscuridad, siempre latente, del espíritu humano. Una forma de terror por completo nueva.