En la ventana

Borja Morales
Vestigium
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5 min readMar 10, 2021
Saltamontes Gris. Borja Morales

El psicólogo les sugiere que Olivia realice actividades que rebajen su exceso de energía. Dibujar, por ejemplo. Pero el mundo cambia demasiado rápido como para estar sentada en la mesa del salón dibujando. Cuando su mirada se cruza con las orquídeas del alfeizar, se levanta y sin recoger cuadernos ni pinturas va hacia ellas brincando como un canguro. Trata de dar con la manilla de la ventana, una tarea difícil porque con sus cuatro años no llega ni de puntillas. Pero Olivia no es de las que se rinden. Se dirige a la cocina y tras remover los armarios encuentra el taburete de mamá. De vuelta al salón, sube el peldaño, alcanza la manilla con sus menudas manos y abre la ventana. Una corriente de primavera se cuela y le golpea su cara de victoria. Entonces, a dos palmos de tocar las orquídeas, Olivia se tambalea al verlo.

Su piel es verde, tiene los ojos del tamaño de dos guisantes que reflejan el entorno y, entre ellos, un par de antenas crecen curvadas como una caña de pescar en el momento del pique. Y no se mueve. Que un ser vivo pueda estar quieto tanto tiempo es demasiado para la mente de Olivia. Tal vez se haya asustado, piensa, y si le da un poco de tiempo reaccione. Cierra los ojos y comienza a contar. Al llegar a quince, a la corriente de aire le ha dado tiempo a danzar por todo el salón y llegar a la cabeza sin pelo de su papá. Se levanta. Se acerca a ella con cara de suplicio y cierra la ventana de un golpe. Acto seguido coge a Olivia y la devuelve a la mesa como un saco de patatas. Todo pasa rápido y a ella, con su lengua de trapo, no le da tiempo a enseñarle su descubrimiento.

Esa noche, Olivia tiene un falso despertar. Mira aturdida su habitación y confunde una sombra en la luz que se cuela desde la puerta. De ella crecen dos antenas que ondean de un lado a otro. Se está acercando a ella, lo presiente. Un ligero zumbido en cada paso termina de asustarla y se echa la manta a la cabeza, haciéndose la dormida. Las antenas rozan la base de la cama, y entonces empieza a sonar una nana hipnotizadora. Ella se relaja mágicamente y vuelve al mundo de los sueños. Al despertar, Olivia se levanta de la cama de un brinco y en pijama va hacia la ventana del salón. El ser sigue ahí, quieto y encogido. Su madre se acerca y le pregunta: “¿Qué miras?. ¡Un saltamontes, en una tercera planta! Válgame Dios”. “¿Saltamontes?” la cara de Olivia se ilumina. Su mamá es urbanita y de los saltamontes solo sabe que saltan y sus cantos, información que no le sirve de mucho a Olivia. Su saltamontes no salta, ni está en el monte. “¿Quizás se encuentre enfermo y busca ayuda?” Su madre no tiene respuesta a esa pregunta.

Cada mañana, Olivia comprueba que el saltamontes siga en el alféizar de la ventana. Siempre que lo mira se encuentra en una posición diferente pero cuando ella mantiene la mirada nunca percibe movimiento. Teme perderse algo importante cuando desvía la atención pero le cuesta mantenerse quieta, sintiendo el silencio. ¿Por qué se mueve tan poco con patas tan prodigiosas? ¿Llegó saltando?, ¿Y si le dejamos entrar a casa por si tiene frío? Su madre se ríe ante las preguntas y le contesta que esto no es como el cuento de la cigarra y la hormiga y no va a dejar a un saltamontes entrar a casa.

Olivia pronto se hace a la morfología del saltamontes y ya no le resulta inquietante. Para ella es un miembro más de la familia. Sus padres no entienden que pase tanto tiempo en la ventana. Su madre le avisa: “No cojas cariño a ese saltamontes”. Pero Olivia no entiende cómo una se puede encariñar a algo sin nombre. Así que se le ocurre darle uno: Verde Saltamontes. Además, se propone hacerle compañía para descubrir sus motivaciones. “Al menos, mientras lo mira está mas tranquila” suspiran sus padres.

Cada día, Olivia hace nuevas preguntas “¿Cuántos hay en la tierra como Verde Saltamontes?, ¿Si hay muchos por qué Verde Saltamontes está sólo y no tiene papa y mamá?”. Ellos no contestan sus preguntas.

Una noche, Olivia come tortilla y se da cuenta que su Verde Saltamontes quizás también necesite comer. Coge una hoja de lechuga del plato de su madre y la deja en el alféizar a escondidas. Antes de ir a dormir mira y la lechuga ya no está. Olivia convertirá en rutina dejarle una hoja de lechuga diaria. Verde Saltamontes nunca se inmuta ni hace amago de comer, pero la comida siempre desaparece al rato. Olivia siente un vínculo con Verde Saltamontes y sabe que la protección de aquel florero artificial no es la única razón por la que él sigue ahí. Ella le cuenta sus sueños y él le enseña a tener paciencia. Es un amigo invisible, pero al que puede ver. Y está convencida que algún día lo verá moverse y que su familia vendrá a buscarlo. Lo que no se imagina es lo que pasará después.

Recién entrado el verano, Olivia va a dejar la correspondiente hoja de lechuga en la ventana cuando se encuentra a un Verde Saltamontes transformado. Su piel ahora es parda, con un patrón de manchas amarillas y negras dibujado sobre ella. Sus alas son largas y fuertes. Y lo más extraño: durante un instante percibe unos movimientos en sus patas. Aquella imagen la horroriza. No puede ser Verde Saltamontes, algo ha tenido que pasarle. Olivia corre hacia sus padres y les cuenta llorando lo que ha visto. Ellos le indican que quizás es otro saltamontes. Pero ella sabe que los saltamontes no son así. Les lleva a la ventana para que lo vean pero al llegar solo encuentran el florero vacío de orquídeas.

Piensa durante días para entender cómo se ha marchado sin decir nada. Pregunta a papá y a mamá. Pero ellos no responden. Olivia seguirá acudiendo cada mañana a la ventana, pero nunca más volverá a ver a Verde Saltamontes. Sus papas le intentarán quitar el tema de la cabeza. Aquello la enfadará tanto que nunca más volverá a hablarles de él. Olivia se consuela y piensa que quizás Verde Saltamontes por fin se reencontró con su papá y mamá.

Treinta años después, Olivia abre la puerta y entra a la casa deshabitada de sus padres. Tose al pasar por el pasillo lleno de polvo. Mira el salón. La luz entra radiante por la ventana. Algo llama su atención. Se acerca. En el alféizar encuentra una hoja verde desprendida. Mira al cielo. Su mente experimenta un momento ya vivido, una imagen desenfocada que se pierde antes de emerger de nuevo. La imagen de un saltamontes transformado en langosta, cantándole una canción de cuna.

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Borja Morales
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Me gusta la ciencia ficción, los gráficos por ordenador y los videjuegos. ¡Ah, también me gusta escribir! https://www.borjamorales.com