Entorno ideal
Escribir es esa herramienta que me permite cavar en mi cabeza, pala a pala voy descubriendo de qué está compuesta mi humanidad, de qué pequeños fragmentos me sirvo para construir mis recuerdos, cómo son esos detalles, qué capas contienen, en qué época se formaron y qué relación tienen con la forma en la que me comporto.
El proceso de arqueología, aunque nos parezca que todo es estilo Indiana Jones: ponerse un gorro, descifrar cuatro latinajos y venga, a por el Santo Grial, necesita un proceso que la mayoría de las veces no es nada creativo. Lo primero es delimitar la zona que vas a explorar, marcar latitud, longitud y profundidad de la excavación, etiquetar adecuadamente cada objeto que se va encontrando.
Estos procesos son importantes no solo para mantener un orden y no caer en el caos que vive en mi subconsciente, sino para mantener el foco de mi atención en lo relevante y no lo accesorio. Ya han sido muchas las historias que se ha diluido en el tiempo porque una nota ha llamado mi atención, una mancha roja ha levantado mi mirada del teclado, o simplemente, tenía que optar por seguir la llamada de la naturaleza o comprar pañales para adolescentes.
Con todo esto en mente, el entorno ha de ser familiar y tedioso, nada que te sobreexcite los sentidos, algo soso, gris, que fuerce a mirar hacia dentro de uno mismo buscando ese estímulo interior e intrínseco que te lanza preparar los fundamentos de lo que vas a construir y que mientras estás preparando los muros de contención no te da por quedarte embobado mirando esa mujer que pasa por la plaza y que por alguna extraña razón te atrapa en su contoneo camino a… ¿a comprar?, ¿trabajar?, ¿a ver a su amante?, ¿estudios?…
Otro punto importante, o más importante, es nuestro amigo Belio, Deci Belio. No es bueno que esté en total silencio, porque en ese momento me oigo y me da por hablar conmigo mismo y como la cabra tira al monte, si se que alguien me escucha me da por engolar la voz y disertar como un pedante de pro sobre lo divino y lo humano. Necesito un cierto volumen de sonido ambiente, pero mi sonido ambiente. No es bueno que sea música porque sino me da por bailar con el ratón como si fuera Sergio Dalma y yo un delfín, con lo que suelo optar por algún podcast que hable sobre lo que más define mi vida y que a la vez detesto con mucha intensidad: política. Normalmente soy consciente de que estoy en esa zona de la creatividad y los elementos se alinean en el momento que no oigo nada, honestamente, no escucho lo que está puesto en los altavoces y mis dedos dejan de escribir en modo halcón y se comportan como un cefalópodo.
Si alguna de estas variables no está colocada correctamente, me puedo sentar delante del teclado y el tiempo me devora sin ningún tipo de contemplación dejando mi zona de evasión en algo vacuo, vació e improductivo. Lo más irritante es que soy consciente de que no estoy aportando nada al mundo más que consumir CO2, lo que ayuda a que mi nivel de ansiedad aumente y por consiguiente, consumir más oxigeno y hacer de mi propia existencia un lujo que el planeta no debería consentirse.
Supongo que esto de vivir con tus padres, estudiar, trabajar y practicar deportes me deja con poco tiempo y lugares en donde poder dejar crecer mi parte más personal — he estado a punto de decir espiritual pero me ha dado un poco de verguenza — y tengo que lidiar con esta dualidad que me persigue de forma constante desde hace mucho tiempo: mente/cuerpo, sexo/intelecto, placer/dolor, tú/yo, orden/caos.
La esperanza que albergo es que algún día pueda disponer de más zonas libres y desarrollarme como escritor, no tanto por vender y ser famoso, sino por descubrir qué hay detrás de todas estas máscaras que voy usando y que están ya tan pegadas a mi personalidad que no me atrevería a definirme sin caer en el error.