Esto es lo que aprendí por leer y (tratar de) escribir cuentos

Miguel Álvarez
Vestigium
Published in
10 min readApr 19, 2019
Fuente: pixabay /saralcassidy

Quiero escribir pero no me sale. Estoy en ese inquieto punto desequilibrado donde terminado un cuento tengo que pensar en el próximo bello engendro. Sin una obligación que me dirija es más difícil empezar. Una obligación racional es sinónimo de propósito, al menos para mi. No hay que pensarlo, es hacerlo. Usando un ejemplo doloroso e ineludible: si hoy es el día para llenar mis planillas sobre ingresos, pues ni modo, hacia adelante y salir pronto de eso.

Pero tiempo libre para pensar y escribir es un amo injusto. No azota con un látigo, pero tiempo libre sin dirección promueve una lucha interna entre lo que pienso me conviene hacer y lo que siento hacer. Por ahora, ya que llegué aquí, a la página, voy a dejar que triunfe lo que siento, pero pienso, no se va sin protestar. Puede aparecer de repente por detrás y ahorcarlo. Pienso siempre está preocupado con deudas y obligaciones de trabajo.

Y hoy siento que una exploración sobre el poder de los cuentos, un cuento de los cuentos, la historia de los cuentos, me inspira.

Una historia de los cuentos, o un cuento de los cuentos

Sería tonto empezar con «Había una vez y dos son tres …» un tema tan serio, pues los cuentos son un animal que nos come vivos. Crecen en la mente, devorando nuestra atención. Desde la prehistoria ha sido así.

Sabemos que hace 1.5 millones de años los proto-humanos hacían hachas de piedra, cazaban cooperativamente y posiblemente controlaban el fuego. Dichas habilidades requieren observación e imitación, seguir instrucciones y mantener una larga serie de eventos en la mente. Algo así como un cuento, si piensas de los cuentos como la narración de una serie de eventos y al final un desenlace. El desenlace puede ser una lección de convivencia o supervivencia o una poderosa y útil hacha de piedra. Un evento precipitando el siguiente hasta llegar a un final. ¿Que proto-humano, tranquilito en su cueva, absorto en crear el hacha perfecta, no murió a manos de un oso porque su atención estaba en el cuento del hacha perfecta?. Por eso digo que los cuentos pueden ser peligrosos.

Y hace cuarenta mil años los humanos crearon murales complejos e imaginativos en las paredes de viejas y oscuras cuevas. Ya no era suficiente con crear un objeto, el cuento los obligaba a recordar o imaginar eventos. El cuento atraía a los humanos, chupando la atención de muchos, pues, ¿a qué artista-cuentista no le encanta una gran audiencia?. Y de ahí a imitadores y nuevos creativos era un pequeño paso. Una pared crecía a ser la cueva completa. A la dimensión de espacio se le añadía la dimensión de tiempo. Cuarenta mil años después todavía admiramos los «prehistóricos cuentos-pintura de las cuevas».

Así pues, en muchos sentidos, los cuentos son similares a los organismos vivos. Parecen tener sus propios intereses. Quieren prolongar su linaje hasta la eternidad. Nos obligan a compartirlos, y una vez que se les narra comienzan a crecer y a cambiar, a veces más largos y más elaborados. Como una camada de cachorros compiten entre sí por nuestra atención, por la oportunidad de un hogar y de ahí a muchas otras mentes. Y en el hogar de una cultura que los nutre, los cuentos se buscan, se aparean, y se multiplican.

El cuento como ADN

Ya para el 1909 los folkloristas estaban comparando la evolución de cuentos y mitos imaginado taxonomías y árboles evolutivos similar a lo usado para organismos. Generaciones de eruditos compilaron cuentos populares de todo el mundo, lo que dio como resultado el Índice Aarne-Thompson-Uther — un compendio de más de dos mil cuentos populares, cada uno con un número de identificación único, agrupados como un gran árbol, una gigante ceiba. Las ramas más gruesas y cerca del tronco eran motivos compartidos tales como «Tareas Sobrenaturales», «El hombre mata al ogro», y «Dios recompensa y castiga». Las ramas más pequeñas y abundantes eran, por ejemplo, «Cuentos de animales» y «Cuentos de magia».

Los biólogos hoy en dia dependen principalmente del ADN para establecer relaciones evolutivas entre los organismos. El ADN mantiene un registro de las fusiones y divisiones familiares en grandes períodos de tiempo. Usando un enfoque similar, algunos investigadores han reducido mitos y cuentos a sus elementos estructurales más fundamentales. Haciendo esto han podido utilizar algoritmos desarrollados para genes y analizar estadísticamente la cantidad de discrepancias entre cuentos similares para determinar las relaciones ancestrales.

El antropólogo Jamie Tehrani de Dubai y su colega Sara Silva utilizaron este método en 275 «Cuentos de magia» capturados de cincuenta poblaciones de la India y Europa. Los académicos han reflexionado durante mucho tiempo sobre los verdaderos orígenes de tales cuentos, muchos de las cuales penetraron las mentes Occidentales entre los siglos XVII y XIX a raíz de publicaciones de folkloristas como Charles Perrault y los Hermanos Grimm. ¿Fueron realmente los campesinos europeos, como se afirma, sus creadores? Y si eran cuentos populares genuinos transmitidos de generación en generación, ¿qué edad tenían? Tehrani y Silva descubrieron que algunos habían existido por mucho más tiempo de lo que se creía — «La bella y la bestia» y «Rumpelstiltskin», por ejemplo, tenían más de 2,500 años.

«La mayoría de los cuentos probablemente no sobreviven tanto tiempo», dice Tehrani. «Pero cuando encuentras un cuento compartido por poblaciones que hablan idiomas relacionados, y las variantes siguen un modelo de descendencia similar a un árbol, creo que la coincidencia es una explicación increíblemente improbable. Yo tengo hijos pequeños, y les leo cuentos antes de dormir, tal como lo han hecho los padres durante cientos de generaciones. Pensar que algunos de estos cuentos son más antiguos que el lenguaje que utilizo para contarlos es algo profundamente conmovedor».

Cualquier interpretación contemporánea de un cuento o mito que potencialmente existió mucho antes de la historia escrita es especulativa. Aunque el análisis filogenético de los cuentos y mitos populares puede beneficiarse de las últimas técnicas estadísticas y el poder de sistemas de información, sigue siendo una ciencia nueva e incierta que muchos folkloristas consideran con una mezcla de intriga y escepticismo. Sin embargo, si ciertos queridos cuentos han perdurado durante miles de años, eso nos dice algo importante sobre el origen y la naturaleza del poder de la narración.

Época moderna, cultura antigua

Una vez al mes más o menos, cazadores-recolectores indígenas en Filipinas, conocidos como los Agta, recogen hojas de plátano y se mudan a una región diferente del Parque Nacional Sierra Madre del Norte. Pescan, cazan y se alimentan a lo largo de la costa y en la selva. A veces intercambian arroz por las aldeas agrícolas cercanas, pero en su mayoría son autosuficientes, uno de los pocos grupos que todavía existen en el mundo.

Desde 2001, la antropóloga Andrea Migliano y sus colegas han visitado los Agta de forma rutinaria y han aprendido algo del folclore del grupo de ancianos que cuentan cuentos alrededor de una fogata en la noche. Aunque estos cazadores-recolectores no son réplicas de nuestros antepasados prehistóricos, su cultura, combinada con evidencias arqueológica, ayuda a componer un retrato de cómo los humanos probablemente vivieron antes de la adopción de la agricultura y concentrados en pueblos y ciudades.

En el proceso de catalogar los cuentos de los Agta, Migliano realizó que muchos de ellos fomentaban la amistad, la cooperación y la igualdad. En un cuento, la luna es tan fuerte como el sol y los dos acuerdan compartir el dominio del cielo. En otra, una hormiga alada se burla de sus compañeros que no vuelan y trata de hacerse amiga de las aves y las mariposas. Esas criaturas la rechazan y regresa a su colonia, donde acepta su verdadera identidad y se convierte en reina. Cuando Migliano analizó ochenta y nueve cuentos de siete sociedades similares a los Agta, descubrió que más o menos un 70 por ciento se enfocaba en regular el comportamiento social.

Para los Agta, contar cuentos es una habilidad valiosa. Más valiosa que cazar y el conocimiento medicinal. Los narradores hábiles tenían dos veces más probabilidades de ser seleccionados como líderes que aquellos sin tales talentos, sin importar la edad, el sexo, o amistades previas. Agtas, con una reputación de buenos narradores, tenían más éxito reproductivo — tenían, en promedio, 0.5 hijos más que sus compañeros.

«Hay una ventaja adaptativa para contar historias», dice Migliano. «Creo que este trabajo confirma que contar historias es importante para comunicar las normas sociales y lo que es esencial para la supervivencia de los cazadores-recolectores».

Miles de años de cuentos, pero un tema común

Los cuentos antiguos están todos preocupados por el peligro. El peligro — depredadores reales e imaginarios. Su trama — amenazas físicas, engaños. Los personajes o resuelven la crisis o enfrentan un destino terrible. Incluso los cuentos populares de los Agta que enfatizan la armonía, lo hacen a través de un fuerte contraste con la discordia.

Cuando intentamos definir las cualidades de narraciones modernas memorables solo pensamos en el merengue que envuelve al pastel. Colorido, delicioso, atrae a los golosos, y nos emborrachamos de azúcar. Pero el pastel es lo que se recuerda, lo que nutre. ¿Quién ha ido a un cumpleaños y en vez de recordar el pastel dice: ¡Pero te acuerdas de aquel merengue!. Al menos, a mí, no me ha pasado. Todos los pasteles tienen harina, huevos, y azúcar. Es la habilidad en combinar y cocinar estos simples ingredientes lo que le da el sabor al pastel, lo que pone a las barrigas contentas. Lo que bien hecho, recordamos. Como los cuentos.

Los cuentos necesitan conflicto, decimos. ¿Por qué?

Porque el protagonista entra al cuento necesitando un cambio interno. Lo reconozca o no, tiene un deseo irreprimible que lo impulsará a traves del cuento. Como por ejemplo, el cuento de los Agta donde la luna quiere brillar tanto como el sol. O la hormiga alada que no se identifica con su especie, y a través de ese conflicto descubre su propósito de vida.

Pero tal vez hay razones más profundas.

Los antiguos mitos y cuentos populares están llenos de ideas prácticas y morales — las personas no son siempre lo que parecen, la mente es un arma. O a veces la humildad es el mejor camino hacia la victoria. Los cuentos modernos, muchas veces convertidos en películas con abundancia de efectos especiales, nos sumergen en largos monólogos interiores. Presentan de manera exhaustiva los entornos y las características físicas de sus personajes, se deleitan con lo aleatorio, lo absurdo y lo llano, y terminan con ambigüedad deliberada. Para la secuela.

Los primeros cuentos, aun con toda su fantasía, son mucho más pragmáticos. Van más allá de simple entretenimiento. Sus villanos son analogías de amenazas reales y sus desenlaces lecciones de vida. Sus metáforas y símiles son habilidades mentales y sociales que nuestros antepasados desarrollaron para superar conflictos sin estar en peligro real. Posiblemente nunca sepamos qué confluencia de presiones biológicas y culturales incidieron en esos primeros cuentos, pero nuestros predecesores usaron cuentos para enseñarse mutuamente a cómo sobrevivir.

El cuento es fantasía aplicada

Sin embargo, fijarse solo en los beneficios sociales de la narración elude un propósito aún más fundamental — muchos cuentos son realmente una forma de pensar, tal vez la habilidad más poderosa y versátil en el repertorio cognitivo humano. Algunos le llaman «modelos mentales».

Un modelo mental es una representación en nuestra cabeza de cómo funciona algo. Es imposible para la mayoría de las personas entender todos los detalles de un sistema complejo. La naturaleza es un sistema complejo, y antes de aislarnos en sistemas de vivencia artificial nuestra supervivencia dependía de tener cuentos — modelos mentales — para explicarla. Ahora nuestra existencia individual y colectiva depende mayormente de sistemas de nuestra creación. Por eso hoy en dia existe el énfasis en someter la inteligencia artificial a nuestro control, en vez de al revés. Para que nos ayude, en vez de complicar aún más nuestra existencia.

Un cuento es una fantasía que desplaza temporalmente la realidad. En manos del narrador, puede imitar la realidad o puede modificar la realidad, ubicando avatares de personas reales en escenarios hipotéticos o personas ficticias en entornos familiares — o puede abandonar la realidad por un reino de fantasía. Antes de los cuentos, la mente humana sólo participaba del pasado reciente, el presente, o un futuro inmediato. Al crear cuentos, los humanos primitivos pudieron expresar sus experiencias subjetivas. Podían registrar historias extensas en una forma más fácil de recordar y de contar. Podían manipular la realidad y extenderla a generaciones futuras. Podían vivir en mundos alternos de su propia creación. La narración de cuentos transformó nuestra especie de simios inteligentes a dioses.

«Tan pronto como la gente se dio cuenta de su propia mortalidad crearon cuentos que daban sentido a sus vidas, explicaron su relación con el mundo espiritual y les instruyeron sobre cómo vivir sus vidas.»Karen Armstrong, A History of God.

Sin cuentos no podemos vivir

Existimos en una relación simbiótica con nuestros cuentos. Para sobrevivir, los organismos simbióticos necesitan un socio. Por ejemplo, muchas plantas se marchitan y mueren si sus raíces no están colonizadas por hongos adecuados. Del mismo modo, muchos hongos no crecerán si no pueden encontrar raíces aliadas. Nuestras mentes son plantas y los cuentos hongos. Así como el pan nuestro de cada dia, necesitamos «nuestro cuento de cada dia». ¿Qué cuento te hiciste esta mañana al levantarte de la cama? Como la hormiga alada de los Agta, ¿buscas tu lugar en este mundo?. ¿O quieres crear el hacha de piedra perfecta? ¿O perpetuarte en la eternidad, siendo ejemplo en vida del dios que sigues?

Y como minúsculas esporas de hongo resistentes a la sequía, el calor, el frío, y la radiación, los cuentos sobrevivirán por la eternidad. Todo lo que un cuento requiere es una conciencia para renacer. El cuento de la bella y la bestia nació 2,500 años atrás. Nacido en la relación simbiótica mente-cuento, ha prosperado a pesar de guerras, desastres naturales, nuevos idiomas, nuevas culturas, avances en tecnología, y los artificios de Hollywood y Disney. Si algún organismo puede lograr la inmortalidad, seguramente son los cuentos.

Somos animales en busca de significado. Nos angustiamos por nuestra condición y la de otros, cerca o en otras partes del mundo. Tratamos, tratamos, de ver nuestras vidas desde una perspectiva diferente. Nos inventamos cuentos que nos den la sensación de que, contrario a la deprimente y caótica realidad, la vida tiene valor y significado.

«Vida» es el cuento que nos hacemos todos los días, y por eso todos somos cuentistas.

Si disfrutaste esta lectura o tienes alguna sugerencia, por favor, házmelo saber. Si te entretuvo, ¡aplaude!👏.

--

--