Excusas para no leerte los poemas de tus amigos

Carlos Ávila Villamar
Vestigium
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3 min readFeb 12, 2018

A cada rato uno se encuentra a un jovenzuelo apasionado que habla de la literatura como si se tratara de una deliciosa enfermedad genética. Lo normal es que el jovenzuelo, además, escriba, porque nunca hay males suficientes en el mundo, y lo normal es que quiera hacerse tu amigo. No caigas en la trampa, solo te quiere para enseñarte sus poemas, que serán irremediablemente malos, y para que le digas que te gustan y que por favor te enseñe más. Huye de personajes semejantes, porque a cada rato la caricatura se transforma en tragedia, te los encuentras en todas partes, te saludan, se meten en tus conversaciones y, por supuesto, por nada del mundo dirán algo interesante. La situación se torna todavía más macabra si estos personajes ya son amigos tuyos; en tal caso, deberás seguir atentamente mis instrucciones.

No intentes aconsejarlos para que mejoren su escritura, ese es el error más común. Nunca aprenderán nada y, no solo desperdiciarás tu tiempo, sino que también te sentirás incapaz, creerás que es tu culpa que escriban tonterías. Debemos huir de los hijos adoptivos: solo dan disgustos. Tampoco creas que podrás utilizarlos a ellos para que se lean tus escritos: lo normal es que acepten el primero o el segundo, pero nunca llegarán al tercero o al cuarto. Como a tantos malos escritores, a ellos solo les gustan los textos que ellos mismos escriben.

No les digas que sus poemas no te gustan, solo conseguirás reavivar su odio. La mayoría de los malos escritores saben en el fondo que son malos escritores, la certeza de su mediocridad los carcome y se inventan mecanismos sofisticados para esconderla: si destruyes esos mecanismos se verán desnudos ante ti y te culparán de todos sus males. El mensajero siempre termina pagando por el mensaje. Está claro, no te lo dirán en la cara; por el contrario, tratarán de mostrarse dignos, ya sea discutiendo tus argumentos o aceptándolos. Después de muchos fracasos, tus amigos escritores habrán aprendido a disimular el hecho de que el mundo se les derrumba cuando a alguien no le gusta lo que escriben.

No les digas que sus poemas te gustan. Esta razón es moral, en algún punto. No porque implique mentir, en lo absoluto. Saldrás de ellos rápido, no tendrás que dar muchos argumentos. Cuando a uno no le gusta una cosa, tiene que explicarlo; sin embargo, cuando le gusta, se acepta que la explicación sea misteriosa. Pero salir de ellos significará haberlos motivado a que enseñen sus poemas a más personas: habrás desatado un monstruo. En el terreno práctico, el resto del mundo te juzgará por haber elogiado semejantes atrocidades.

Mucho más conveniente es usar la carta de la modestia y declararte una voz no autorizada. Tus amigos insistirán, pero entonces pasarás el problema a cualquier infeliz ególatra al que no le importe estarse leyendo malos poemas. Siempre hay uno a la mano y, por lo general, se tratará de uno de tus otros amigos escritores, que tras muchos fracasos se habrá convertido en un gurú adornado de plumas y excentricidades para atraer a los inexpertos.

La última opción es la mejor: apela a la pereza. Antes de que se den cuenta, habrán dejado de escribir. Llévalos a tomar, a hablar de literatura, llévalos a conferencias o sugiéreles que estudien la carrera de Letras. Nunca falla.

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Carlos Ávila Villamar
Vestigium

(Holguín, 1995). Ensayos y relatos suyos han sido publicados en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Literal Magazine, La Santa Crítica y Erial.