Justificaciones desordenadas

De otros tiempos

Mariano Morales Ramírez
Vestigium
5 min readJun 18, 2019

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Foto por Jorge Gardner

Esperaba que pronto volviera el mismo tren, el mismo que me perdí cuando más debí subir, pero que alargaba por necio y, claro, ahora por pertinente, por la eficacia que tiene la comodidad en movimiento. Seguía esperando esa próxima vez, prometiéndome que, si existiese esa próxima vez, sería distinto la próxima vez. No sé si llegó el mismo tren, si lo perdí o lo disfracé de algo más o si no ha vuelto, pero sé que el cambio es más duro para gente como yo, que se engríe con la mínima promesa de tiempos mejores o de tiempos que ya fueron, lo que venga primero.

Es que cargo una piel que no es mía, diez mentiras ciertas que olvidé en bocas ajenas, tres canciones y un poema que, al leerlo, sigue dándome pena. Una vista que no es sorpresa, que sigue siendo fiel, un perdón que da maromas, unas manos que hablan más de diez idiomas, pero que no supieron ser escaleras para ponerme de pie, para hablar con cualquier piel. Tengo una ciudad partidaria, donde ensucié mis rodillas, donde forjé una memoria de mentiras, que traiciona cuando recuerdo lo que no quiero recordar, que he llegado a pensar que no funciona esta memoria, que solo me hace recordar lo que más quiero olvidar.

Tuve un amor que después de un par de días destrocé, y siempre es dura una despedida cuando soy yo el que se quiere ir. Me sigo alejando de mí y de todos los que fui antes de hoy, sigo siendo yo. Sigo caminando por las mismas calles en que me crié faquir. Voy luciendo las heridas que se proclaman independientes, pero aún visibles y aún ardientes cuando alguien decide besarme la piel. Al besar esta piel que no es mía, sino de quien la marca con una tinta indeleble de caricias, pero no mía.

Traigo en la cartera veinte pesos que me regaló Erick, un amigo que ya no está en el día a día. Tengo un examen sin preparar posterior a una noche de café y llena de poesía.

Tengo el momento en que conocí a Rulfo en Comala y a Madam Bovary en la mirada de una mujer que hace tres años no me llama.

Dulce como mi primera vez.

Llevo un pasado que agarra vida al pasar que me pesa más que cualquier responsabilidad. Llevo encima las ganas de olvidarme de todo lo que fui, la incertidumbre impuesta en cada esquina en que doy vuelta para huir de todo lo que fui.

Tengo seis sueños de la infancia haciendo pausa y un triste febrero, unos labios que me quedan grandes para besar esta ciudad que tanto quiero; la ciudad donde la quise, donde tú no me quisiste, donde te quise cuando menos me querías, donde me quisiste cuando yo no te quería. Traigo dos litros de lágrimas ajenas, dos juegos de ajedrez inconclusos, tres exnovias que me han causado penas y a ella, jalándome las orejas si me encuentro con otra mujer que se parezca a ti. Este idioma de mis manos que quiero aprender, para poder hablar con tu piel para decirle que siempre te quise querer, que me tatuaste las pupilas con nuestras escenas que tiene Monterrey. Una revolución política, un candidato a la presidencia, una crítica literaria, un amigo guitarrista y otro economista, un hermano que es golfista y una madre que sirvió de capullo, y un trofeo que no es mío, pero que miran con orgullo. Tengo más de un título universitario, menos ganas que un camino cansado y una computadora llena de poesía. Tengo la canción de la niñez, pero no la sé; dos novias que no se conocen, un amor que aún no conozco y una boda que no me imagino. El recuerdo de un amor que dolió mucho y esa canción que hace un intento por existir y ser voz. Una canción que alguna vez me sacó una sonrisa, una mujer que me empujó de la última cornisa y un amigo que me veía desde arriba.

Traigo el miedo retardado, me convierto en ese niño cuando me da miedo seguir vivo. Ese mismo niño que aún se ensucia las rodillas, que adora a su abuela todavía en un recuerdo donde le hacía cosquillas. Y otra vez, tanto amé mi vida, y cuánto amé lo que ya no es. Siempre quería sin querer, y saberlo es entender que que no puedo sino saber que lo que sé es solo fe. Con fe te podría querer otra vez. Te creo pero no te sé.

Tengo sueño. Tengo miedo. Tengo conocimiento.

Tengo ocho novelas sin concluir porque en la boca no me caben más mentiras por decir. Tengo cien cuentas pendientes con todo lo que ya no es. Perdón si me estoy haciendo demasiado daño, siempre ha sido sin querer. Ser bueno tiene que ser una forma de saber. Ser capaz de escribir debe ser una forma de saber.

En otra piel está mi piel, la que llevo sobrepuesta para que no me sepan bien. Se me revuelve el español con el inglés, mi Monterrey, atravesado con barras y CBP; estrellas fabricadas con THC, amigos inventados por creer que sé lo que no sé. Sueños que brillan si inclino un poco el papel.

Tengo miedo de mis ganas de salir a correr, a mis impulsos que ahora se han vuelto métodos. Ahora soy un extraño en un país triste como yo, un poeta más; la vida me ha traído intacto hasta aquí, de una mano, su mano, y de la otra, mi familia, que tanto me da y que no merecerá nunca todo el tiempo que no les doy.

Y así le recuerdo yo… En el país de los McDonald’s, de las drogas, de la guerra pronta. Aquí fumo mucho menos y le extraño mucho más. Me hago creer que me estoy volviendo loco en las noches, vuelvo a quererle un poco. Bien sabe que lo mío fue la revolución, la guerra, hacerme el loco. Lo suyo fue la abolición, la paz, pero aunque solo quisiera pelearse conmigo; por eso le he querido tan poco cuando usted más me has querido, por eso me ha amado y, sin embargo, yo jamás le he mentido con los ojos. Sepa usted que no le miento cuando digo que usted nunca supo lo que digo. Que usted nunca supo que yo le quería sin quererlo, que a lo mejor me equivoqué y tuve más de un desliz, pero le quise y, aun después de un tiempo, le seguí fiel sin saberlo usted, sin saberlo yo sin querer. Sepa usted que así le recuerdo yo, con un cerro de la silla y con un McDonald’s en la esquina. Le recuerdo con su pelo largo, con su striptease, su babydoll y mi beso en la mejilla. Con todas las cosas buenas y las malas, hoy sé que lo que se sabe se deja de saber, pero tengo fe en que mi forma de querer la vida es también la forma más parecida a saber que amar no es otra cosa que una ciencia racional, un acto lleno de nihilismo, alimentado por la invulnerabilidad de la fe.

Sé que no quiero volverte a ver.

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Mariano Morales Ramírez
Vestigium

I teach STEM related courses with AI. I like helping students find and unleash their true potential by enabling opportunities. Former Texas Tech student.