Justo cuando cruzo la esquina.

Jack Cavre
Vestigium
Published in
3 min readApr 3, 2024

Justo cuando cruzo la esquina, en la calle grande, un mar de dudas me embarga, me abraza por la espalda. Camino entonces, sin rumbo, sin un destino final comprensible para mi, yo, que hace dos minutos me reconocía como una persona perfectamente sana. Una esquina, una plaza y mucho sitio en el que sentarse a descansar. Los ojos miran y todo gira, sin punto alcanzable, sin un mar en el que desbordarse.
La necesidad humana de seguir viviendo, pese a todo, me parece, a partes iguales, un regalo y una verdadera putada.
Ya dejamos de ser animales, para, unos más que otros, convertirnos en seres pensantes, en depredadores, y cambiar el mundo a nuestro antojo.

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Las cosas han cambiado, el paradigma ha cambiado, ya hace tiempo, que como los alienígenas de las pelis de los setenta, las grandes corporaciones, los entes de mil cabezas desdibujadas controlan todo lo que debemos hacer. No hay sitio para el anacoreta o el mendigo, para el asilo o la beneficencia, no hay lugar para que la piel toque a la piel, hace tiempo que firmamos el peor de los contratos.

La esperanza contra todo, la esperanza contra la esperanza.

Debo haberme perdido, pues mi destino se desdibuja y ahora me encuentro en uno de esos claros en el bosque, cómo en un viejo cuento. Grandes árboles vigilan, mientras tapan el sol, son verdes y frondosos, y crecen entre matorral tupido dando la sensación de estar rodeado de un muro de un verde impenetrable. Pero no hay sensación de agobio ni tristeza, me siento solo y abandonado pero no triste.
Procuro que mis palabras no hieran, pero crecen en mi interior, vagas al principio pero luego resonantes y agudas, enquistadas en algún lugar al que no puedo acceder, esperando a la gran detonación. Aquel lugar, aquellos árboles robustos no serán defensa para tal ataque. Pienso entonces, en una silla.

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Me siento, embargado por la imagen densa y constante de un verde que se me hace fantasmal e inexplicable. La silla es cómoda pese a ser un pedazo de tronco deformado, hasta el punto que sus intrincadas raíces hacen de patas y su caída ovoidal de posaderas suaves, en un momento el silencio da paso a la música, es lejana todavía pero se escucha clara, trombones y violines que son como el aire cálido de agosto. ¿Y si no vuelvo a levantarme?, ¿Y sí, este, es el último paseo?, las preguntas, cómo los arboles se agolpan unas contra otras sin dejar que vea el final del sendero, pero la paz es tal que quiero abrazarla para siempre. La decisión es mía, de nadie más, ni del capitán ni del soldado ni del dueño del garito, ni de los que se sientan en tronos dorados y no en tocones perdidos de la mano de Dios, ¿o no?, quizá todo esté escrito y lo que hago, lo que pienso, cada respiración ya ha sido colocada en la estantería que le corresponde. Más música, me gusta, creo que voy a ir en su busca, a bailar una vez más. Qué no se diga que no le puse ganas.

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