La última mirada

Decidimos que lo mejor era decirnos “hasta pronto”, aunque bien sabíamos que ante nosotros estaba el final de toda una historia.

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Atravesé la puerta después de unos minutos de diálogo interno. Él estaba sentado bajo la tenue luz de la galería, mirando hacia un cielo de azul profundo. El silencio nos invitó a hablar con cuidado, apenas en un tono de confesiones y secretos. Hoy tampoco hay estrellas, dijo él, acaso intentando romper los muros que habíamos levantado en tan poco tiempo.

Acepté la tregua sin pronunciar palabras y observamos el cielo juntos con la misma delicadeza que en otro tiempo nos mirábamos los cuerpos desnudos. Pensé mil maneras de retomar aquella conversación, sin encontrar ninguna que hiciera honor a toda la historia que nos atravesaba. Lo miré un par de veces, entre pequeños tragos de cerveza, buscando las palabras o buscando sus ojos, algún estilo de puente que pudiera acercarnos un último instante. Sabes… apresuré a decir, apenas se cruzaron nuestras miradas de una manera casi infantil. No importa, dijo Joaquín, anteponiéndose a mis palabras con una sonrisa cansada. Si nada de lo que digamos puede cambiar el final, prefiero el silencio, Lucía. Ahogué un absurdo “voy a extrañarnos” con un trago amargo de la botella y pensé en lo acertado que estaba.

No había dicho eso con cierto enojo o desilusión, sino más bien me pareció de una ternura como en las que, noches atrás, jugábamos a desdoblar nuestras almas y mirarlo todo de una forma diferente. Cierto es que otras veces habíamos intentado describir lo que sentíamos en contadas palabras, resumirlo todo en un aliento, y tantas veces así nos habíamos lastimado. Era algo que ya habíamos hablado con Joaquín en algún tiempo, y pensar que pudiéramos ser fieles a ese pensamiento incluso en los momentos donde más nos devoraba el deseo de decirnos cualquier cosa, era quizá el último gesto de amor, un último presente en señal de despedida.

Hablamos algunas cosas sobre esa noche. Exploramos por horas el cielo, hasta encontrar alguna estrella, quizá porque de alguna forma esperábamos recordar su compañía al verla en otro tiempo. Destapamos un par de cervezas y soltamos alguna risa tímida, evocando otras conversaciones de patio. Cuando el momento de separarnos llegó, no hubo palabras de reclamo o súplica alguna, solo una mirada y un par de sonrisas, agradeciéndolo todo –lo que fuimos y lo que soñamos–. Decidimos que lo mejor era decirnos “hasta pronto”, aunque bien sabíamos que ante nosotros estaba el final de toda una historia.

No hay camino que termine para siempre, pensé mientras daba la espalda a una vida. Estoy segura de que eso es lo que él hubiera dicho (tengo la certeza de que esas fueron sus palabras), de no ser por que elegimos el silencio como símbolo de abrazo, dejando que el recuerdo hable por sí mismo a través de los detalles que juntos, en un último juego compartido, fuimos descubriendo aquellas horas.

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Facundo Barreto
Vestigium

28 años y contando. Ante todo, un buen mate y algún libro. Bioingeniero.