La Epopeya del Buérdago

Barry Byrne
Vestigium
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4 min readFeb 7, 2020

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El venerable líder Burro de Chebis se había muerto.

Era el único ocupante del torreón en la cima de la única mota del territorio. Cuando su cuerpo entró en putrefacción los buitres anunciaron su pase a la inmortalidad, siguiendo las previsiones.

Sonidos de vítores interrumpieron al asistente de Horacio el Sucesor mientras colocaba la albarda de gala. Este sacudió la cabeza y fue señal suficiente para continuar el aderezo del personaje según su dignidad.

Fuera del edificio, un individuo con los atributos necesarios manejaba el cordamen para dejar la bandera a media asta. En el espacio habilitado como patio del castro rodeado de fosos, una mezcla heterogénea de sujetos lanzaba sus lamentos al aire en algo parecido a un canto fúnebre. Una sinfonía de sonidos animales con su punto de armonía acompañó a Horacio en su salida del galpón:

Adiós al relincho del corcel de batalla,

al tambor que conmueve el espíritu,

al pífano que perfora los oídos…

Horacio subió la rampa de tierra hasta la terraza superior del poblado, doblando las rodillas lo justo para llevar el ritmo. Antes de fijar la vista en la muchedumbre, giró el cuello varias veces para ajustar la albarda al cuerpo. Aprovechó una de las sacudidas y dirigió la vista a la torre de piedra, en lo alto de la mota al final de la amplia llanura. No pudo evitar una tensión visible en las orejas.

Concentró la mirada en los asistentes de la plaza, casi de uno en uno. El galimatías y la cacofonía se fueron extinguiendo poco a poco hasta el silencio absoluto.

Horacio no vio ningún burro. Algún zorro, cuatro cerdos, carneros, ovejas, dos viejos mastines, gansos, ocas y pájaros de vuelo confuso, amén de reptiles e insectos en continuo movimiento. Allí abajo no había burros. La ausencia como señal.

Echó las orejas hacia atrás, tensó el cuello hacia arriba y de ese modo se dirigió a la masa expectante mientras pensaba. Así pudo transmitir su pensar con total claridad a todos los asistentes.

«Hace mucho tiempo, tanto que el recuerdo se pierde, los humanos declararon la Era de la Transhumanidad. En uno de los puntos de su declaración el transhumanismo afirmaba que iba a defender el bienestar de toda conciencia donde fuese: en intelectos artificiales, humanos, animales no humanos, y en posibles especies extraterrestres.

»Por la memoria del venerable líder Burro de Chebis, hemos sabido que los llamados animales no humanos fuimos incorporados en igualdad de condiciones al bienestar de los animales humanos.

»El códice sagrado, Rebelión en la granja, inspirado por el profeta Eric Blair y escrito por el venerable George Orwell, que el Inmortal tenga en su gloria, nos ha enseñado los Siete Mandamientos de nuestra revolución.»

La silenciosa arenga sin prosodia, fue interrumpida por saltos, vuelos y carreras en total algarabía por la explanada, en lo que parecía un homenaje a la memoria patriótica de los animales no humanos, presentes y pasados. Cuando el ocupante de la tribuna, levantó la cabeza, volvió de nuevo el silencio y la atención.

«Hemos sido engañados. Esto hay que decirlo. De los siete mandamientos originales solo cumplimos dos, tarde, mal y nunca :

Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo.

Todo lo que camina sobre cuatro patas, nade, o tenga alas, es amigo.

»El único y último líder Burro de Chebis nos engañó. Con falacias, llegamos a declarar nuestra independencia del gran grupo de la Transhumanidad y no pudimos participar como el resto en la búsqueda del crecimiento personal, más allá de nuestras limitaciones biológicas.

»El sexto y el séptimo mandamiento dejaron de existir para el Burro de Chebis, cegado por el odio a los animales humanos, culpables de sus antiguas desgracias:

Ningún animal matará a otro animal.

Todos los animales son iguales

Las reglas nunca se cumplieron y los rivales políticos en nuestro país independiente desaparecieron, siguiendo órdenes directas del ser que se pudre ahora mismo en la torre de la mota.

»He dispuesto que el fuego limpiará hasta no dejar rastro de iniquidad en nuestros territorios. Mientras tanto, emprenderemos el camino hacia el sitio del que nunca debimos separarnos. Yo os conduciré como sucesor elegido, siguiendo los designios de aquel que siempre es y está y cuyo nombre lo cubre todo: ¡el Inmortal!»

Como si de una señal convenida se tratase, algunos pájaros incendiarios, milanos negros y silbadores dirigidos por un halcón, portaron cañas y ramas encendidas en sus picos y garras, dejándolas caer sobre la vegetación seca en los alrededores de la torre

El griterío animal fue en aumento a medida que todos procuraban tomar posiciones ventajosas para emprender la marcha hacia el pasado mítico en forma de futuro venturoso, anunciado por el nuevo líder Horacio el Sucesor.

Así fue que la última parte del silente discurso quedó imperceptible para cualquiera:

«Mi madre era burra y mi padre corcel brioso, como así lo fueron los padres de Burro de Chebis. Buérdago era él, buérdago soy yo. Ni él tuvo descendencia ni yo la voy a tener. Ese fue su ejercicio del poder y manejo del destino. La exterminación de cualquier rival. Los burros fértiles fueron eliminados.

» Ya está encendida la mecha y es hora de marchar hasta que el fuego nos alcance. Con las últimas cenizas de nuestros restos se extinguirá la última moraleja de mi mandato:

Los caminos de regreso nunca llevan al origen que no existe».

Concurso Tintero de oro — Relatos participantes

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