La foto de mi padre

M. Figuera
Vestigium
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3 min readAug 25, 2021
Foto por M. Figuera

Hace algunos años, cuando mi padre todavía estaba vivo, yo guardaba una foto suya de cuando era niño entre mis cosas. Era en blanco y negro y en ella se apreciaba un niño pequeño, moreno y pálido. Miraba a la cámara con curiosidad… tal vez incluso, dando a entender su expresión, de que era la primera vez que veía una cámara en su vida. De fondo había unos arbustos y él se encontraba parado sobre un suelo de grava. La fotografía estaba enmarcada en un sencillo portarretrato de flores doradas. Por detrás de la fotografía no había nada escrito, ni siquiera una fecha garabateada o el nombre de mi padre. Nada que me indicara que ese niño era él… Sin embargo, sabía que era él porque tenía los ojos que yo recordaba tenía mi padre.

Nunca conocí a mi padre, o al menos no en un modo en el que valiese la pena conocerlo. Cuando era pequeña salió por la puerta de la casa y tardó años en volver a cruzar el umbral de madera que le seguía. De todos modos, yo guardaba la foto porque me parecía que el niño que existía en ella no tenía conocimiento de las atrocidades que iba a cometer cuando creciera. El niño de la foto no sabía que rompería un corazón hasta hacer que se tirará por un puente en una noche templada de la temporada de lluvias (mi hermano). No sabía tampoco que iba a golpear la carne que alguna vez había acariciado con delicadeza (mi madre). Y quiero pensar que tampoco sabía que iba a abandonar a su hija, dejándola sola en un mundo que era incapaz de amarla.

Cuando era más pequeña soñaba con el niño de la foto, que jugaba conmigo a buscar ramitas y que después me molestaba al meterme una zancadilla. Luego la escena cambiaba y nos encontrábamos comiendo galletas con mermelada, que era la merienda que mi mamá siempre me preparaba. De pronto ella llegaba y me decía que nos teníamos que ir. Yo le pedía que me dejara jugar un rato más, que me portaría bien, que mirara al niño en blanco y negro, pobrecito, que como íbamos a dejarlo solo… Pero mi mamá sin tregua me decía que ya no más y yo terminaba despertándome, llorando con el pecho encogido, diciéndole que me dolía tanto tanto que sentía que me iba a romper, y mi madre abrazándome en la oscuridad de mi habitación.

Luego el sueño se fue y durante muchos años la foto estuvo guardada en un cajón. Incluso olvide que estaba allí. No tenía sentido añorar a alguien que no recordaba que uno existía. Un día la encontré por casualidad y empecé a llorar. Me sentí tan impotente, tan débil y tan sin control de mis emociones que a punto estuve de echarla en la basura. Pero pensé en la vejez, en el hijo que nunca iba a tener, y que si alguna vez había alguien conmigo en mi lecho de muerte, valdría la pena enseñarle la foto del niño que se había convertido en mi padre. Y hablarle de él… No solo del dolor y del abandono, sino de sus brazos fuertes y sus libros llenos de números, de las ideas de su mente y de las pocas veces que me dijo que me amaba. Valdría la pena enseñarle a alguien la foto del niño que tenía los ojos de mi padre… Que también eran los míos.

M. Figuera

P.D: Gracias al comentario de Didimo Grimaldo nació la idea de crear una secuencia de relatos con el hashtag #MiPadre. Espero se puedan unir varios a crear historias sobre sus padres.

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M. Figuera
Vestigium

Libro de sangre. Lectora compulsiva, escritora sin talento y enfermera quirúrgica. Venezolana. Narë. https://twitter.com/naremf/