La granja de caracoles

Bruno Losal
Vestigium
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3 min readNov 12, 2019
Foto por Gene Pensiero en Unsplash

Silvia tenía una granja de caracoles, otros tenían perros, otros gatos y otros tenían hamsters, pero ella tenía caracoles, los animales más chulos del mundo. Le gustaba verlos ir de un sitio a otro sin rumbo, pero sobretodo sin prisa, o quizás era que la impaciencia no se reflejara en la velocidad que alcanzaban. Ella lo justificaba que los pobres viajaban con la casa a cuesta, pensaba que cada caracol tenía un hogar con cuatro dormitorios, cocina, comedor, dos lavabos y plaza de parking, y eso sin contar los muebles, libros, ropa, utensilios de cocina. Eso, decía ella, tenía que pesar mucho.

Cuando empezó con su granja tenía un miedo que la atenazaba, no sabía cómo darles electricidad para que pudieran cocinar. Aunque seas una niña de seis años, las cocinas necesitan luz para poder calentar las espaguetis en el microondas. Después de unos días de estar preocupada, llamó a su madre con esa voz entre angustiada y curiosa: mamá, se van a morir todos. No tienen luz para cocinar la comida. Su madre paso rozando por la carcajada pero su instinto fue más poderoso, se calmó y le preguntó porqué se tenían que morir. Con tacto y habilidad, era una madre de las que tenía superpoderes, como todas las madres; le convenció que eran caracoles ecológicos y que la energía la sacaban de las placas solares que tenían en el caparazón.

Silvia estaba encantada, ahora sus caracoles podían cocinar las lechugas que les daba. Les llamaba a todos por su nombre, y en su imaginación, ellos respondían con algún gesto, ya sea escondiendo las antenas, acercándose o según ella, sonriendo — aunque su madre y su padre estaban seguros que eso no eran sonrisas, eran babas de caracol.

Como la naturaleza es sabia y los caracoles son muy Juan Palomo, una mañana fría de invierno aparecieron unos caracolillos pequeños. Silvia comenzó a gritar empecinada: ha venido la cigüeña de los caracoles, y comenzó a cantar la canción que todos los padres conocen: la cigüeñaaaaa, mientras hacía gestos de volar con los brazos dando círculos en el comedor.

Con tantos caracoles ahora Silvia no paraba en atenciones, antes estaba Mimitos como los que le daba su mama, Fortachón como su papa, Feliz como su tío, Gruñón como su hermano, y con la llegada de la cigüeña ahora eran diez más, tenía que pensar en otros diez nombres y quería ponerles el nombre más a adecuado a cada uno. Se pasaba horas mirándolos…

Cuando sus padres le pedían que los dejara ella indignada respondía que tenía que saber cómo eran, que no se pueden poner nombres a lo locos, que sino pasa como la abuela, que se llamaba Martirio y hacía honor a su nombre — le había escuchado a su padre cuando pensaba que estaba dormida. Al final consiguió entender la personalidad de cada uno, y pacientemente fue nombrándolos a todos: veloz, perezoso, y así con cada uno de ellos.

Todos acabaron con un nombre, porque como le había leído su madre en un cuento, las cosas no existen hasta que se nombran, y desde ese día, Silvia repetía de corrillo los nombres de todos sus caracoles, porque pensaba que si por un día no los nombraba podrían desaparecer.

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Bruno Losal
Vestigium

Mi vida esta basada en hechos reales, como lo cuento quizás no tanto.