La mala costumbre de vivir en la espera
Me hice a la idea de siempre tenerte. Construí, sin consultarte, toda una serie de expectativas, alrededor tuyo, alrededor de nosotros. A todo esto, permanecía ciego: nunca te pregunté qué te parecía, y jamás se me ocurrió detenerme a pensar qué sentías. Mi visión de ti bastaba, mi propia opinión era suficiente. Así, este “castillo fuerte”, toda esta construcción galvanizada se sostenía en un solo punto, todo anclado a mi mente, que terminó por derrumbarse el día que te tomaste tu tiempo para marcharte.
Desde entonces dejé de construir, e idiota me pregunté porqué todo se había caído. La respuesta era sencilla: que solo se construye sobre tierra firme, y la mente no lo es. La mía, al menos, no lo es.
Escrito originalmente en agosto del veintiuno.