La mujer de hielo

M. Figuera
Vestigium
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3 min readMay 12, 2020

Cortinas de agua sobre los techos de las casas. Suena tan fuerte… Y luego, apenas se escucha el sonido quedo de la caída. Me asomo a la ventana y todo es blanco.

La nieve ha llegado.

No pensé que comería frío y blando porque no tengo cómo cocinar. Que pasaría las noches a oscuras y los días bajo la niebla. Qué tendría que apuñalar a un hombre por un puñado de comida y que los ladrones del más allá se robarían mis sueños mientras dormía.

Me sentía mal por tener miedo y por fin he comprendido que todos tenemos miedo. El plato vacío, el estómago gruñendo y las voces volviendo una y otra vez, martilleando en las sienes, pidiendo algo que sacien su hambre, tu hambre.

Las ropas sucias y harapientas, y aquel lugar del cuerpo donde el oro y la plata alguna vez reinó, ahora se encuentra negro y olvidado. Las manos oscuras, ajadas, desprovistas de la elegancia que antaño las caracterizaban.

Y la carretera, infinita ante nosotros, se nos presenta con los brazos abiertos, llamándonos a que nos adentremos a ella, que sucumbamos a la locura y permitamos que los demonios echen a correr.

De pronto comprendí que me había convertido en hielo; frío, etéreo, opaco. Nada existía en mi interior.

Pero una voz en mi cabeza logro imponerse y me mostró imágenes de todo aquello que alguna vez vi y fui, y que, alguna vez volveré a ver y a ser.

Fuego, dijo.

Fuego, repitió.

Fuego, rugío.

Y mi mente, aquella cosa quebrada y sangrante, cómo si de un milagro se tratase, logró recomponerse, lo suficiente para mostrarme aquellas cosas.

Papel quemándose, hojas quemándose, plástico quemándose, gasolina quemándose.

Carbón o madera, chisporroteando en la oscuridad.

El sonido de un fósforo al ser encendido y el dulce dolor en los dedos al quemarse.

La visión de las hojas de un libro pasando, el sonido del trazo de un marcador en la pizarra y el ruido que hace el lápiz mientras escribe historias de amor y muerte en las últimas hojas de un cuaderno gastado.

Aquel gemido ahogado en el fondo del pecho, el gruñido de placer al morder la piel suave y las marcas de los dedos alrededor de la cadera.

El dulce dolor de correr hasta quedarse sin aliento, de ver las estrellas y quedar maravillado ante la inmensidad del universo y de tomar fotografías a los árboles que adornan la sierra.

Ver y escuchar a la gente caminando por los puentes mientras la montaña los mira, nunca con reproche y a veces con preocupación y oír la risa burbujeante del niño de al lado cuando su madre llega del trabajo y lo abraza por primera vez en varias horas.

La fascinación por escribir pero más por leer, por adentrarse en el mundo desconocido que existe en unos cuantos cientos de páginas y poder existir en un lugar donde no somos reales.

Finalmente yo, parada enfrente de mi misma, abrazándome. Recomponiéndome y volviendo a unirme conmigo misma. Encontrándome una vez mas.

Cierro los ojos y agradezco a la voz. Y me doy cuenta de que es tú voz… De que siempre ha sido tú voz. Elevo una plegaria al cielo y agradezco por tu amor infinito. Nunca he podido decirte cuánto te quiero… Cuánto me has dado aún cuando te he fallado cientos de veces.

Cuídate donde quiera que estés. Y cuídame a mi también.

Hoy, 12 de mayo de 2020, se celebra el día mundial de la Enfermería. En estos tiempos tan aciagos por los cuales pasa el mundo les recuerdo a todos que los ángeles continúan existiendo y que el bien siempre vencerá al mal.

Fe.

Fuerza.

Esperanza.

M. Figuera

P.D.: Muchos escritos vienen.

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M. Figuera
Vestigium

Libro de sangre. Lectora compulsiva, escritora sin talento y enfermera quirúrgica. Venezolana. Narë. https://twitter.com/naremf/