La producción de los lectores y los escritores mansos
La literatura y el Estado en el mundo de habla hispana vistos por un anarquista
«La literatura es fuego», escribió un joven Vargas Llosa cuando con treinta y un años fue a recibir el premio Rómulo Gallegos. Algo de razón tenía.
Por aquella época todavía había escritores que tendían a llevarse muy mal con las dictaduras y el autoritarismo; o que gozaban como exhibicionistas abriéndose paso y abriéndose el gabán para mostrarle la verga a un corro de monjitas.
Que la literatura y la sedición eran hermanas era una verdad como un templo. El problema es que con el tiempo a ese templo se le rompieron los vitrales y se le picaron los capiteles, y lo que otrora fuera una edificación sagrada hoy se nos aparece como una cochambrosa carcasa en ruinas, incapaz de cobijarnos, de darnos seguridad o de servirnos para algo que no sea la evocación de un viejo pasado de gloria. Podría incluso ser peor: de un rancio recorrido turístico.
La sedición y el escándalo con que algunos escritores rodearon a la publicación de su escritura fue perdiendo sentido de forma inversamente proporcional a la expansión de la democracia neoliberal hasta el punto en que hoy, en América Latina y en España, es casi imposible comprender a la literatura sin tomar en…