Antes de hacer nada, se asomó con cautela a ver qué había del otro lado de la ventana. Tal como le advirtió la bruja, todo se veía normal, como si de una ventana común y corriente se tratase. Si tan solo se hubiera quedado un poco más para preguntarle cosas. Al final, fue reuniendo valor y con un movimiento rápido, como si se fuera a arrepentir si tardaba demasiado, pasó una pierna primero, luego la cabeza y el torso, y finalmente saltó al otro lado.
Pudo comprobar que desde el otro lado todo parecía normal. Nadie podría decir que estaba en el mismo lugar exacto de esa ventana, pero seis meses antes en el tiempo. Justo antes de tomar aquella fatídica decisión, que lo empujó a una espiral descendente de otras malas decisiones y aún peores escenarios.
Pensó que si lograba hacer que su “yo” pasado evitara dar ese paso que lo llevaría en otra dirección, todo cambiaría. Tenía mucho sentido, claro, la cadena de eventos desafortunados comenzaba justo ahí, en ese momento del tiempo. En exactamente cuatro horas, estaría firmando aquel documento de traspaso de la propiedad que le cedería su tío. Lo que su “yo” pasado no sabía, era que su tío era uno de los más grandes traficantes de droga de la ciudad y ante un inminente golpe de la banda contraria, quería dejar a resguardo, enterrados a dos metros bajo tierra en aquella propiedad, su capital de emergencias.
Y todo apuntaba a que la iba a necesitar muy pronto.
Para borrar cualquier rastro, su tío debía deshacerse de la propiedad a su nombre y para esto, se las ingenió disfrazando la movida como un atisbo de generosidad con su sobrino favorito y regalársela. Como ya sabía, de todo esto no tenía ni idea entonces. Ese día su “yo” pasado gustosamente aceptaría encantado el regalo, sin desconfiar a pesar de la dudosa reputación del tío, y firmaría el documento de traspaso. Eso es lo que había que evitar a toda costa.
-Enhorabuena sobrino, lástima que no firmamos a las 10.30 de las 25 varas — recuerda que dijo socarronamente el tío.
El abogado y él se habían quedado mirando como si aquel hubiera perdido la razón, o contado un chiste que nadie entendió.
De ahí en adelante los sucesos de los siguientes meses se sucedieron demasiado rápido. La pandilla capturaba y mataba al tío que apareció tirado en un basurero municipal; torturaron al abogado que hizo el traspaso y le sonsacaron su nombre como beneficiario del último traspaso hecho por él; fueron en su búsqueda una noche de lluvia y entraron matando a su esposa e hijo, mientras se lo llevaban encapuchado y lo metían a un auto que salía de la ciudad a toda velocidad.
El interrogatorio fue la peor parte, una semana a pan y agua, golpes a diario que lo dejaban desmayado pero revivían a punta de baldes de agua fría, dejando que hiciera sus necesidades en los pantalones, sentado por horas en un charco de su propia porquería.
Aunque lo peor era el recuerdo de su familia, tirados en el piso con un balazo en la sien cada uno ¿Por qué?, se preguntaba ¿De qué dinero hablan? ¿Cómo les iba a confesar algo que de lo cual no tenía idea? Pensó que lo mejor era dejarse morir de una puñetera vez.
El escape fue fortuito. Medio muerto de hambre y frío, notó que una mañana le tiraban el plato de comida por la puerta de su celda, pero esta vez, la puerta no se cerró. Quedó entreabierta y en su delirio le pareció que alguien afuera le decía:
-De aquí en adelante ya sabes que hacer
Le tomó al menos quince minutos pensar su siguiente movimiento, pero poco a poco se fue asomando. No vio a nadie afuera. Ni rastro del guardia. Salió despacio, y haciendo el menor ruido posible, escapó del edificio. Los dos matones que cuidaban la entrada principal estaban tirados, inconscientes. Siguió hasta el muro más cercano y vio que había un hueco en la base, de unos cuarenta centímetros de diámetro, lo suficientemente grande para deslizarse con algún esfuerzo. Una vez fuera, se internó en el bosque. Habían pasado varios meses desde que esta pesadilla comenzó por culpa de su tío y seguía siendo un prófugo.
-Que en paz nunca descanse el desgraciado — murmuró para sí entre dientes.
Tres meses estuvo escondido, lejos de la ciudad y durmiendo a sobresaltos. Soñaba con matones que lo encontraban en la casucha que estaba y lo ultimaban a machetazos. Esa mañana, se sentía más calmado y dueño de sí mismo. Lograba vivir con el agua del río y lo que podía comprar haciéndose pasar por mendigo en el pueblo vecino, comprando en el almacén con lo que le daban.
Las últimas semanas no podía pensar en otra cosa que en cómo recuperar lo perdido, el “¿qué tal si?” era la pregunta que lo acuciaba constantemente. Pero nada se le ocurría. No sabía si aún lo buscaban.
Había hecho el viaje a su casa antigua pero no pudo entrar, la policía la tenía bajo custodia, acordonada en cinta amarilla como escena del crimen y con policías apostados las veinticuatro horas. En realidad — pensó — no necesitaba nada de ahí, pero le hubiera gustado recuperar la foto con su esposa y su hijo en aquel día de campo que hicieron hacía unos años, la que estaba en la sala de estar, encima de la repisa. Pero bueno, tendría que conformarse con su memoria.
Pensó ir al terreno aquel que había desatado la furia de los carteles de la ciudad, por curiosidad, pero imaginó que estaría custodiado por los narcos enemigos de su tío. Igual fue a ver, con cautela, confiando en que su nuevo aspecto de la calle, irreconocible, lo protegiera. Se dio cuenta que no había nadie allí.
Era un lote baldío, lejos de todo, sin nada más que unas cercas de alambre de púas delimitando el terreno. Tan sólo mechones de pasto seco aquí y allá sin ton ni son. Decidió esperar que oscureciera y al final entró. No sabía bien a qué, se puso a recorrer el perímetro primero, notando la meticulosidad con que los postes de la cerca estaban distanciados entre sí. Se notaba que los habían colocado recientemente.
El lote era rectangular y tenía unos setenta metros de largo, con postes colocados cada metro al parecer, por unos veinticinco metros de ancho. Lo extraño es que solamente dos de los lados tenían postes. Como si el trabajo no se hubiera terminado aún. Y extrañamente, los postes del lado corto estaban colocados a doble distancia que los del lado largo.
No dejaba de ser curioso eso ¿A quién se le ocurría instalar postes de una cerca con separaciones diferentes dependiendo del lado? ¿Y por qué solo había dos lados con cerca?
Ya el sol se había ocultado y la oscuridad invadía todo. Se quedó sentado a mitad del lote mirando la cerca. Esos postes pintados de blanco brillante, con el alambre que los unía. No podía dejar de pensar en que algo raro iba con todo aquello; claramente el lote era de suma importancia para los que se tomaron la molestia de ejecutar a su tío y a su familia con el fin de llegar ahí. Definitivamente los narcos habían estado antes ahí mismo, pero no habían encontrado lo que buscaban. Porque no había absolutamente nada allí.
¿Y si hubieran pasado algo por alto?
En eso, volvió la mirada al cielo y se quedó viendo las estrellas que ya iban apareciendo con más fuerza. La luna estaba alta en el firmamento y él, mecánicamente, pensó que de haber sido el sol estaría marcando las nueve de la mañana más o menos.
Una pequeña chispa se produjo en su cabeza. La hora, ¿qué tenía que ver con todo esto? ¿Por qué le resultó vagamente familiar ese pensamiento? Hizo algún esfuerzo y recordó la frase de su tío el día que firmaron:
“Qué lástima que no eran las 10.30”.
¡Podía escuchar sus neuronas pensar, atar cabos, unir puntos, buscar patrones y correlaciones hasta que de pronto, PUM! Dio a con ello. La hora podía ser un mensaje cifrado que se le había escapado a su tío.
Las 10.30 ¿pero eran del día o de la noche? ¿Indicaba la hora de algún evento u otra cosa? ¿Qué podría ser? Tal vez nada, solo producto de su imaginación por haber visto tantos episodios de la serie de TV CSI. Se quedó pensando con los ojos cerrados y cuando los abrió, sin tener respuesta aún, su mirada se topó con lo primero que tenía al frente, los doce postes de una cerca. Su cabeza instintivamente se ladeó y se puso de pie. Los postes débilmente iluminados por la luz de luna brillaban.
Doce postes, doce horas ¿Podría ser?
Asumiendo que se contaba de izquierda a derecha se dirigió al espacio entre el décimo y el undécimo poste. Las 10.30 exactamente. Pero, ¿qué debía hacer? Lo único que tenía sentido era cavar y se puso a la tarea.
Dos horas después, con la ayuda de una piedra plana que encontró, había hecho un hueco de al menos dos metros de hondo, pero solo encontró tierra. Ya cansado, se dijo que era una simple coincidencia, por lo que pensó en marcharse. Mientras salía, otro pensamiento cruzó su mente. La frase de su tío tenía otra parte que había olvidado:
“las 10.30 de las 25 varas”.
Paró en seco. Las varas era una medida de distancia que se usaba antiguamente. Claro que no recordaba cuánto era una vara exactamente. Aquel recuerdo elusivo de una lectura hacía muchísimo tiempo, donde el dato pasó del papel a su cerebro, estaba ahora irremediablemente perdido. Lo leyó en aquella revista donde explicaban que una vara equivale a tres “pies castellanos”, donde cada pie castellano es 0,278 metros, por ende, una vara es exactamente 0,835 metros.
Dato inalcanzable en este momento. Pero la lógica le ayudó justo cuando más lo necesitaba. Si todo aquello eran coordenadas, y si las 10.30 era la medida contra el lado corto del rectángulo, quizá los postes del lado largo no estaban a un metro, como él inicialmente pensó, sino a una vara entre cada uno. La diferencia era difícil de notar a simple vista dada la similitud de ambas medidas de distancia.
Contó los 25 postes a partir de donde había hecho el primer hueco y empezó a cavar de nuevo.